Números 19:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Se dan instrucciones acerca del uso y de la aplicación de las cenizas que habían sido preparadas para la purificación.

I. En qué casos se necesitaba la purificación con estas cenizas. Sólo se menciona aquí el caso de impureza ceremonial a causa de haber tocado cadáver, hueso humano o sepulcro, o de haber estado en tienda o casa en que yacía un cadáver (vv. Núm 19:11, Núm 19:14-16). La Ley no podía vencer a la muerte ni abolirla ni alterar su propiedad, mientras que el Evangelio de Cristo fue el medio por el que el Señor abolió ta muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad (2Ti 1:10), de tal manera que, en lugar de estar ahora bajo el dominio de la muerte, es la muerte la que está bajo nuestro dominio (1Co 3:22). Desde que Jesucristo fue muerto y sepultado, la muerte ya no puede contaminar a quienes han sido sepultados con Él (Rom 6:4) y, por consiguiente, ya no nos contaminan los cadáveres. Mientras que, en la dispensación de la Ley, la muerte vencía y, así, su pensamiento producía una inevitable melancolía; el creyente ha vencido, por medio de Cristo, a la muerte, y puede cantar triunfalmente: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? (1Co 15:55). Podríamos añadir: ¿Dónde está, oh muerte, tu contaminación?

II. Cómo habían de ser usadas y aplicadas las cenizas en estos casos.

1. Se tomaba una pequeña cantidad de las cenizas y se ponía en un recipiente con agua de manantial (agua viva); la mezcla es llamada el agua de la purificación (lit. de la impureza, porque había de ser rociada sobre los que eran impuros ceremonialmente y no podían acercarse al tabernáculo). El agua viva es símbolo del poder y de la gracia del Espíritu Santo (Jer 2:13; Jua 4:10; Jua 7:38; Apo 22:1); por su operación, se nos aplica la justicia de Cristo para nuestra purificación. 2. Esta agua había de ser aplicada con un manojo de hisopo (v. Núm 19:18); aludiendo a esto, ruega David: Purifícame con hisopo (Sal 51:7). La mano de la fe toma el agua viva de la gracia con el hisopo de la humildad, para rociar la conciencia y purificar el corazón. A la sangre de Jesús se la llama, en Heb 12:24, la sangre rociada, y, en Heb 10:22, se nos dice que han sido rociados nuestros corazones de una conciencia malvada; es decir, al ser purificados nuestros corazones por la sangre de Cristo (1Jn 1:7), hemos quedado liberados de la ansiedad que producía en nuestra conciencia el sentimiento de nuestra culpabilidad. Aunque su sentido no sea el de purificar, es curioso que el hebreo de Isa 52:15 diga que Él, el Mesías, rociará a muchas gentes. Lo cierto es que, todo aquel que se vuelve a Dios en sincera conversión, queda rociado con la sangre de Cristo.

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