Romanos 14:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. El apóstol comienza exhortando a los que se sienten fuertes, es decir, maduros en la fe, con discernimiento suficiente para juzgar cómo se ha de obrar en cada caso, a que reciban al débil en la fe (v. Rom 14:1). «Débil en la fe» no significa aquí el que tiene una fe insegura o vacilante, sino el cristiano sincero, pero inmaduro, que carece del discernimiento suficiente en situaciones de carácter práctico. A éste, dice Pablo, hay que recibirle, es decir, hay que dispensarle una buena acogida, pero dicha acogida no ha de dispensarse con el fin premeditado de contender sobre opiniones (lit. para discusiones de modos de pensar). El contexto posterior aclara el significado de estas opiniones: no se trata de discutir modos de interpretar la Palabra de Dios, sino de evitar el herir la conciencia del hermano que tiene escrúpulos en cuanto a lo que debe comer, observar, etc.; así lo exige también el contexto anterior de dispensar buena acogida.

2. En los versículos Rom 14:2-4, Pablo expone los dos modos de pensar, describe la pauta que hay que seguir con respecto a esta diversidad y expone la razón para no juzgar al hermano.

(A) El creyente maduro tiene el discernimiento suficiente para saber que se puede comer de todo (v. Rom 14:2, con 1Co 8:1.); en cambio, el débil come legumbres; es vegetariano, porque no se atreve a comer carne, no sea que haya sido sacrificada a los ídolos. Entre los creyentes de extracción judía, habría quizás otros que sentirían repugnancia a comer carne de animales prohibidos por la Ley, sin ser vegetarianos.

(B) Pablo exhorta al creyente fuerte, al que come (se entiende, de todo), a no tener en nada (lit.) al que no come de todo, como si fuese un neurótico víctima de los escrúpulos; y exhorta al débil, al que no come de todo, a que no juzgue al que come de todo, como si fuese un cristiano de «manga ancha», carnal, despreocupado de su deber. La frase final de este versículo («porque Dios le ha dispensado buena acogida», el mismo verbo del comienzo del v. Rom 14:1) va dirigida precisamente al débil para que no juzgue mal a quien ha sido bien acogido por Dios.

(C) ¡Es a este hermano débil a quien va dirigida la pregunta y las razones del versículo Rom 14:4! Dice Vicentini: «El débil que juzga al fuerte desfavorablemente se pone en la situación de aquel que juzga al criado de otro. Con esto usurpa un derecho que no es suyo, sino del amo de aquél. El cristiano que come de todo es como un criado familiar de Cristo. Que se mantenga o que caiga, es decir, que persevere en su servicio o que lo abandone, redundará en provecho o perjuicio de su amo; esto no interesa más que a él. No hay por qué inquietarse; el cristiano quedará de pie, permanecerá fiel, porque poderoso es el Señor para mantenerlo». ¡Cómo necesitamos todos los creyentes aprender esta lección! La crítica del hermano es una de las mayores y peores carcomas de nuestras congregaciones. Lo peor de todo es que suele hacerse a espaldas del criticado.

3. Del tema de los alimentos, pasa el apóstol (vv. Rom 14:5-9) al de la observancia del día (v. Rom 14:6), en lo que hay dos opiniones diferentes, como en el tema de los alimentos. El caso es semejante, por lo que Pablo los une en el versículo Rom 14:6.

(A) «Uno, el débil, hace diferencia entre día y día (v. Rom 14:5), mientras que otro, el fuerte (v. Col 2:16), juzga iguales todos los días». En el país donde escribo esto (nota del traductor), los creyentes en general tienen un concepto judaico del domingo, al que llaman (de modo doblemente antibíblico) el Día del Señor. En ningún lugar del Nuevo Testamento (v. el comentario a Apo 1:10, de donde se originó el equívoco) se llama «día del Señor» al domingo, sino «el primer día de la semana» (v. Mat 28:1; Mar 16:2, Mar 16:9; Luc 24:1; Jua 20:1, Jua 20:19; Hch 20:7; 1Co 16:2). Es cierto que, por disposición de las leyes civiles, el domingo es el día más adecuado para que los creyentes se reúnan para adorar conjuntamente al Señor, tener comunión unos con otros, escuchar la Palabra y observar la ordenanza de la Cena del Señor, pero todos los días son sagrados para el cristiano, pues en todo tiempo y lugar debe ofrecerse en sacrificio vivo a Dios (Rom 12:1). Si no se tiene en cuenta esto, fácilmente se cae en el error de pensar: «ya he cumplido con Dios el domingo» (como dicen los católicos), «los demás días son para mi negocio, para mi interés, etc.». ¿Cristianos de un día entre siete?

(B) A continuación, el apóstol establece un principio general de ética cristiana, sobre el que va a volver en los versículos Rom 14:21-23, aunque con fraseología diferente: «Que cada uno esté plenamente convencido en su propia mente» (v. Rom 14:5), esto es, para obrar correctamente es menester ser enteramente fiel a las propias convicciones, con tal de que no sean manifiestamente contrarias a la Palabra de Dios. Si no hay esta seguridad, la persona se expone a pecar. Permítaseme una ilustración con base en un caso histórico: Si alguien va a cazar y ve a lo lejos algo que parece un conejo, pero no está completamente seguro, pues podría ser la cabeza de otro hombre que está también apostado para lo mismo, peca si dispara (a un amigo mío le llenaron la cara de perdigonazos por error, nota del traductor).

(C) Si el creyente tiene esta seguridad de conciencia en lo que hace, tanto si es débil y, por eso, hace distinción en los alimentos y en los días (vv. Rom 14:2 y Rom 14:5), como si es fuerte y, por eso, no hace tales distinciones, ambos son igualmente aceptados por Dios, porque ambos lo hacen para la gloria de Dios (1Co 10:31), puesto que dan gracias a Dios (v. Rom 14:6). La repetición de la frase «para el Señor», en este versículo muestra que, para el creyente, no hay actos éticamente neutrales; tan «religioso» es el débil como el fuerte, si obran convencidos en su mente de que su acción es correcta.

(D) Pablo profundiza en esta materia al exponer el motivo primordial por el que toda la vida del creyente, e incluso su muerte, están embebidas de carácter religioso. El cristiano se ha consagrado al Señor (Rom 12:1) y, por tanto, no puede revocar el sacrificio que ha hecho de sí mismo. Ya no vive, ni muere, para sí mismo (v. Rom 14:7), sino para el Señor a quien pertenecemos (comp. con 1Co 3:23; 2Co 10:7; Gál 3:29). Si alguien pregunta a raíz de esto: ¿Es que depende de nosotros el morir para que lo ofrezcamos a Dios? Tampoco depende de nosotros el vivir, pero así como depende de nosotros la manera en que vivimos, también depende de nosotros la manera en que acogemos la muerte, pues tanto la vida como la muerte están a nuestra disposición (1Co 3:22) para hacer de ellas una continua ofrenda a nuestro Salvador (v. Rom 14:8), el cual es nuestro Amo y Señor, tanto en vida como en muerte: si estamos vivos, Él puede dormir en nuestra frágil barquichuela (¡qué seguridad da llevarlo a bordo!); si estamos muertos, somos nosotros los que dormimos en su regazo. J. Murray advierte sabiamente que esto no cambia la fealdad del rostro de la muerte en sí (V. Rom 6:23; 2Co 5:4), sino que «esta distinta actitud hacia la muerte (comp. con Heb 2:14, Heb 2:15) surge, no de un cambio en el carácter mismo de la muerte, sino de la fe en lo que Cristo ha hecho con la muerte, y de la esperanza viva de lo que hará en la consumación de su victoria» (sobre ella).

(E) El versículo Rom 14:9 requiere un examen profundo, ya que, a primera vista, choca un poco la afirmación de que «Cristo murió y volvió a vivir (este último verbo gr. ézesen está en aoristo incoativo, como en Apo 20:4, Apo 20:5 e indica que volvió a la vida de una vez por todas, para no volver a morir, comp. con Apo 1:18) para ser Señor, etc.». ¿Es que no lo era antes? Sí que lo era por derecho de creación, pero, una vez que fuimos enajenados de él por causa del pecado, necesitaba asegurar sus derechos por medio de la redención; su muerte y resurrección fueron una especie de «guerra de la reconquista». Por eso, aparece este señorío como una recompensa de su humillación (v. Hch 2:36; Rom 8:34; Flp 2:9-11). Falta por advertir que el verbo «resucitó», que aparece en nuestras versiones entre «murió» y «volvió a vivir», no consta en la mayoría absoluta de los MSS.

4. Los versículos Rom 14:10-12 dan a entender que tanto los hermanos débiles como los fuertes habían caído en este pecado de juzgar, de criticar, al otro. Al abandonar, pues, el tono suave, exhortativo, de los versículos Rom 14:1-9, introduce (v. Rom 14:10) dos preguntas: una, dirigida al hermano débil: «¿Por qué juzgas a tu hermano?»; la otra, dirigida al hermano fuerte: «¿Por qué menosprecias a tu hermano?» (comp. con el v. Rom 14:3). Ya había dicho (v. Rom 14:4) que es al amo a quien compete actuar con respecto a su criado, pero ahora, después de haber declarado que Cristo es el Señor de todos, apela al tribunal de Cristo (muchos MSS dicen: de Dios), ante el cual hemos de comparecer todos; no todos los hombres, sino todos los creyentes, porque es un tribunal (gr. bema, como en 2Co 5:10), del que recibiremos recompensas o reproches (comp. con 1Co 3:14, 1Co 3:15), pero no condenación (v. Rom 8:1). No es el Gran Trono (gr. Thrónos) Blanco, ante el que comparecerán los condenados (Apo 20:11). Y, puesto que juzgar es prerrogativa divina, Pablo supone en Cristo autoridad divina para juzgar en su tribunal, ya que le aplica (v. Rom 14:11) las frases con que, en Isa 45:23 (v. también Flp 2:10), Jehová afirma con juramento su autoridad para convocar a todos a juicio. El versículo Rom 14:12, al par que confirma esta autoridad para juzgar, que Cristo comparte con Dios (gr. to Theo, el Padre, aunque estas dos palabras faltan en algunos MSS), remacha la idea de que, al ser Cristo el único (v. Jua 5:22, Jua 5:27) que ha de juzgar a cada uno de sus siervos, no nos pertenece a nosotros juzgar a ningún hermano, ya que, en el tribunal del Señor, «cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (comp. con Gál 6:5).

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