Romanos 9:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El apóstol pasa ahora a sostener la absoluta soberanía de Dios.

1. Ante lo que acaba de decir, alguien podría objetar (v. Rom 9:14): «¿Qué diremos? ¿Acaso hay injusticia en Dios?» Son frases parecidas a las de Rom 4:1; Rom 6:1, Rom 6:15; Rom 7:7. Y, de forma igual, responde: «¡De ninguna manera!» Y prueba esta negación:

(A) Con respecto a aquellos a quienes Dios muestra especial favor (vv. Rom 9:15, Rom 9:16). Al citar de Éxo 33:19, muestra que Dios es soberano en la administración de sus dones. El contexto anterior nos presenta a Moisés que pide a Jehová que le muestre su gloria. Dios accede, pero le da a entender que no lo hace porque Moisés lo merezca, sino por su soberano beneplácito. Comenta Lagrange que si alguien podía pesar, por su virtud, en la balanza divina, ése era Moisés; pero es precisamente a Moisés a quien le dice Dios eso, por lo que el caso de Moisés vale, a fortiori, para cualquier otro hombre. Y concluye el apóstol (v. Rom 9:16): «Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene compasión». En realidad, no cabe deseo sincero de Dios, ni esfuerzo humano por hallarle, sin la previa gracia de Dios (v. el comentario a 10:20). Hay quienes han visto en este versículo una alusión a Isaac que quiso bendecir a Esaú, y al propio Esaú, que corrió a buscar la caza para hacer el guisado a su padre, pero Dios mostró su favor a Jacob, no a Esaú. Sin embargo, el texto no hace aplicación a un caso particular, sino que establece un principio general de la soberana actuación de Dios.

(B) Con respecto a quienes son dejados de la mano de Dios (vv. Rom 9:17, Rom 9:18), Pablo introduce el caso del Faraón, cita de Éxo 9:16, y saca la conclusión de que tanto la compasión como el endurecimiento del corazón proceden de la absoluta soberanía de Dios. Como fue de este versículo Rom 9:18 precisamente de donde tomó pie Calvino para elaborar su teoría de la reprobación negativa, merece la pena analizar de cerca estos dos versículos. (a) El verbo que Pablo usa para «te he levantado» (exegueiro) tiene el sentido de «poner en escena para desempeñar un papel en la historia» y se aparta aquí de los LXX para verter bien el sentido del verbo hebreo que, en su forma Hiphil, significa «hacer que uno se mantenga en pie». Por tanto, el texto sagrado no dice que Dios hiciera nacer a Faraón para sus propósitos, sino que lo puso en el trono de Egipto a fin de que, mediante su actuación, ya prevista por Dios, se hiciese famoso el nombre de Jehová, al sacar con mano potente a los israelitas de la esclavitud de Egipto. (b) En cuanto al «endurecimiento» de Faraón, bien vendrá dar un repaso a los capítulos Éxo 7:1-25; Éxo 8:1-32; Éxo 9:1-35; Éxo 10:1-29 de Éxodo, para ver que se repite numerosas veces la frase «El corazón de Faraón se endureció» o «Faraón endureció su corazón», hasta que, tras la octava plaga (Éxo 10:20), leemos «Pero Jehová endureció el corazón de Faraón». Vemos, pues, que no se trata de un acto directo por parte de Dios, sino que, tras la obstinación creciente de Faraón, Dios ejecuta su proceso judicial con entera justicia. No es que Dios vaya apagando su voz, sino que el hombre se va alejando cada vez más de la voz de Dios.

2. Surge una nueva objeción (v. Rom 9:19): «Entonces me dirás. ¿Por qué, pues, lanza reproches? Porque, ¿quién ha resistido a su designio?» Como si dijese: «Si, de un modo u otro, siempre se realiza el designio de Dios, ¿dónde se halla la culpabilidad humana? ¿No será injusto Dios al reprocharnos de cosas que Él mismo se ha propuesto hacer en nosotros? ¿Cómo responde el apóstol a esta objeción?

(A) Como dice Vicentini, «la respuesta no es tanto una explicación como una llamada al orden» (v. Rom 9:20): «¿Quién eres tú, para que alterques con Dios?» Y a renglón seguido, pone como parábola el ejemplo del alfarero, bien conocido de los judíos (v. Jer., todo el cap. Jer 18:1-23). Como vemos por 2Ti 2:20, el propio Pablo tenía bien grabada en su mente la parábola. Así como el alfarero, de la misma masa de arcilla, modela recipientes y otros objetos para diversos fines, así también Dios es soberanamente libre en el modo de conducirse con la humanidad.

(B) Sin embargo, un estudio atento de los versículos Rom 9:22-24 muestra que los seres humanos no son literalmente vasos de arcilla inertes en las manos de Dios: (a) Los vasos de ira (v. Rom 9:22) están preparados para destrucción, no por un decreto absoluto y eterno de reprobación personal por parte de Dios, sino por su propia obstinación, a pesar del llamamiento divino al arrepentimiento (comp. con Rom 2:4); por eso, dice que Dios muestra en ellos su ira y su poder después de haberlos soportado con mucha paciencia. (b) En cambio, los vasos de misericordia (v. Rom 9:23) fueron preparados de antemano para gloria, esto es, para hacer notorias las riquezas de su gloria, la de Dios (no trata aquí del cielo). En todo caso, son los impíos quienes se preparan para el infierno, mientras que los salvos son preparados por Dios para el cielo. Como digo (nota del traductor) repetidamente en mis escritos: Todo lo que es de salvación proviene de la libre iniciativa de Dios; todo lo que lleva a la condenación proviene de la sola culpabilidad del hombre. Todo el Evangelio según S. Juan (especialmente, Jua 3:19-21) va en esa dirección, y quien pretenda hallar en las Escrituras la doctrina de la doble predestinación está torciendo la enseñanza constante de toda la Biblia.

(C) Lejos de obrar con arbitrariedad, Dios muestra su imparcialidad (v. Rom 9:24) llamando para su gloria, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles. Esta llamada está, sin duda, conectada de algún modo con el llamamiento que Pablo mencionó en Rom 8:28-30. En esto se ve precisamente que, ante Dios, no hay méritos raciales como no los hay personales.

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