Romanos 9:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El rechazo, parcial y provisional, de los judíos en la dispensación del Evangelio, no invalidó las promesas de Dios a los patriarcas (v. Rom 9:6): «No es que la palabra de Dios haya fracasado» (NVI). No se puede atribuir ninguna falta de eficacia a la Palabra de Dios. Nada de lo que Dios ha dicho cae ni puede caer en tierra de vacío (v. Isa 55:10, Isa 55:11). El apóstol se refiere especialmente a las promesas de Dios, que para una mente perpleja podrían parecer dudosas, pero lo cierto es que no pueden ser más seguras.

Ahora bien, la dificultad que aquí se ofrece está en ver la compatibilidad del rechazo de los judíos incrédulos con la fidelidad de la promesa de Dios. Esto lo hace el apóstol de cuatro maneras: 1. Explica el verdadero sentido y la intención de la promesa (vv. Rom 9:6-13). 2. Asegura la absoluta soberanía de Dios (vv. Rom 9:14-24). 3. Muestra que este rechazo de los judíos, así como la recepción de los gentiles, estaban predichos en el Antiguo Testamento (vv. Rom 9:25-29). 4. Expone la verdadera razón del rechazo de los judíos (vv. Rom 9:30-33).

En la presente sección, el apóstol explica el verdadero sentido y la intención de la promesa. Si no entendemos la promesa, no es extraño que nos sintamos inclinados a querellarnos contra Dios acerca de su cumplimiento. Cuando Dios dijo que sería un Dios para Abraham y para su descendencia, no quiso decir que hubiese de serlo para toda su descendencia según la carne, sino con ciertas limitaciones. Así como desde el principio, la promesa fue aplicada a Isaac y no a Ismael, a Jacob y no a Esaú y, con todo eso, la Palabra de Dios no resultó fallida, así también ahora la misma promesa se aplica a los judíos creyentes que reciben a Cristo y, aunque quedan excluidas multitudes que rechazan a Cristo, no por eso queda sin efecto la promesa.

1. Sienta primero la proposición (vv. Rom 9:6, Rom 9:7): «No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos». El nombre y la profesión no definen el carácter de la persona. La gracia no circula por las venas del hombre.

2. Lo prueba con ejemplos: Entre los descendientes de Abraham, unos fueron escogidos, otros no. En ello, obró Dios conforme al santo propósito de su voluntad.

(A) Especifica primero el caso de Isaac e Ismael, ambos hijos de Abraham; con todo, Isaac fue recibido en el pacto con Dios, mientras Ismael fue rechazado. Pablo cita de Gén 21:12, para confirmar su aserto: «En Isaac te será llamada descendencia», porque el pacto había de ser confirmado con Isaac (v. Gén 17:19). Al tratarse de beneficios gratuitos de Dios, Él es soberanamente libre para otorgarlos a quien le plazca. Pablo aclara que, no por ser hijos según la carne, ya son hijos de Dios, pues en tal caso Ismael pudo hacer reclamación. La verdadera descendencia de Abraham está constituida por los hijos de la promesa, la cual es de gracia, no por méritos propios ni por herencia carnal (vv. Rom 9:8, Rom 9:9). La promesa se recibe por fe; así que los judíos incrédulos no podían apelar a su descendencia carnal para tenerse por verdaderos hijos de Abraham (v. Jua 8:33-39). Al citar del sentido, más bien que de las palabras de Gén 18:10., el apóstol declara la promesa de Dios con respecto a Isaac (v. Rom 9:9).

(B) Pero, como hace notar Trenchard, algún rabino podría objetar a Pablo: «Es evidente que Ismael no pudo ser hijo de la promesa, porque su madre era la esclava egipcia, Agar, y no la mujer legítima, Sara». A esta objeción implícita va a contestar el apóstol y presenta un caso todavía más claro (vv. Rom 9:10, Rom 9:13), que es el de Jacob y Esaú, ambos hijos gemelos del mismo padre y de la misma madre. La separación que Dios estableció entre ellos fue llevada a cabo antes que naciesen, cuando es obvio que no habían obrado aún ni bien ni mal (v. Rom 9:11), con lo que resultaba evidente la gratuita elección por parte de Dios. Este rechazo de los primogénitos, en favor de los segundones (o de los últimos, como en el caso de David), es una constante en la historia de la Salvación. Como aparece en nuestras Biblias, y es fácilmente reconocible, el versículo Rom 9:11 forma un paréntesis, con lo que, al empalmar el versículo Rom 9:10 con el Rom 9:12, leemos que «a Rebeca, etc., se le dijo: El mayor (Esaú) servirá al menor (Jacob)» (Gén 25:23). Pablo remacha la soberanía de Dios en la elección de Jacob y cita de Mal 1:2, Mal 1:3: «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí». Sobre esto es menester hacer ciertas observaciones, ya que, todavía en 1987 (nota del traductor) he oído a predicadores ingleses aplicar este versículo a la predestinación y reprobación personales de tipo calvinista:

(a) El contexto de Mal 1:2, Mal 1:3 aclara suficientemente que el profeta no pronuncia un oráculo de Jehová sobre las personas de Esaú y de Jacob, sino sobre sus respectivos linajes: edomitas e israelitas; y aun sobre éstos, nada tiene que ver el texto con la predestinación o la reprobación eternas.

(b) El sentido del «amé» y del «aborrecí» se han de interpretar, en conformidad con el uso bíblico de «preferir» y «poner en segundo lugar», como es patente el caso en las expresiones de Jesús en Luc 14:26, compárese con Mat 10:37, así como en Gén 29:30, Gén 29:31, donde el hebreo dice «aborrecida» donde nuestras versiones dicen, dando el recto sentido, «menospreciada» («menos precio» no es igual que «desprecio», esto es, «ningún precio»). Quede, pues, bien claro que, ni en el caso de las personas, ni en el de sus descendientes, se trata aquí de la elección para el cielo o la reprobación para el infierno.

(c) El objetivo del apóstol en toda la porción es justificar a Dios en el rechazo de los incrédulos judíos y en la aceptación de los paganos creyentes, y toma como ejemplo la libre elección de Jacob, en lugar de Esaú, como cabezas respectivas de dos razas, una de las cuales fue hecha gratuitamente heredera de las promesas divinas, y la otra fue rechazada (reprobada, en el lenguaje de Mal 1:4); no se trata, repito (nota del traductor), de la salvación o condenación eternas. Al escoger a Jacob, el segundo en nacer, prefiriéndolo a su hermano Esaú, el primogénito según la carne, Dios mostraba (como cruzando las manos, comp. con Gén 48:14) su libre y soberana iniciativa en escoger a quien mostrar un favor especial sin tener que dar explicaciones a nadie, pues nadie merece su favor. Los judíos habían sido, durante muchos siglos, especialmente favorecidos de Dios, pero Dios era libre para mostrar su favor también a los gentiles.

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