Santiago 1:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, Santiago pasa de lo que es prueba, enviada o permitida por Dios, a lo que es tentación al mal, por lo que Satanás es llamado «el tentador» (v. Mat 4:1; 1Ts 3:5). El cambio de matiz del vocablo peirasmós, que significa tanto prueba como tentación, se advierte en la diferencia que existe entre la frase «al resultar aprobado», del versículo Stg 1:12, y la del versículo Stg 1:13 «al ser tentado».

1. Comienza Santiago (v. Stg 1:13) esta sección diciendo: «Cuando una persona se sienta tentada, nunca debe decir: Dios me está tentando . Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta Él a nadie». En otras palabras, el Dios infinitamente santo y bueno no puede de ningún modo ser instigado a obrar por un motivo malo ni puede instigar a nadie a obrar el mal. Ya decía el pagano Plutarco: «Considero peor sentir mal de Dios que negar que haya Dios», puesto que no cabe peor negación del verdadero Dios que atribuirle de algún modo la maldad. Por eso, nadie puede echar sobre la providencia divina la responsabilidad de sus propias culpas, ya que, en todo lo que hace, quiere o permite, Dios es bueno para todos (Sal 145:9) y es especialmente bueno para los que le aman, y hace que todo (lo próspero y lo adverso) coopere para el bien de ellos (Rom 8:28).

2. Podría esperarse, en el versículo Stg 1:14, que Santiago culpase de las tentaciones al diablo. Pero no lo hace así, sino que cava más hondo, a fin de poner al descubierto la verdadera fuente del mal en el hombre: su corazón engañoso y perverso (Jer 17:9). Veamos la lección de fina psicología que hallamos en los versículos Stg 1:14 y Stg 1:15, literalmente traducidos: «Mas cada uno es tentado al ser arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Después la concupiscencia, concibiendo, da a luz el pecado; y el pecado, llevado a su consumación, engendra muerte». Las figuras con que Santiago decora e ilustra su lección de psicología son dignas de análisis especial.

(A) El verbo peirázo (sobre todo, en este contexto) tiene el sentido peyorativo de tentar para el mal, como ya insinuamos al comienzo de esta sección.

(B) Santiago asegura explícitamente (v. Stg 1:13) que tal tentación no puede en modo alguno proceder de Dios. Tampoco culpa de ella al diablo, aunque tampoco niega su actividad a este respecto (comp. con Stg 4:7).

(C) El origen del veneno que la tentación lleva en sí lo ve el autor sagrado en nuestra concupiscencia (gr. epithumía). Las frases del versículo Stg 1:14 admiten una doble construcción sintáctica: (a) «Mas cada uno es tentado por su propia concupiscencia, siendo arrastrado y seducido»; (b) «Mas cada uno es tentado al ser arrastrado y seducido por su propia concupiscencia», según hemos traducido arriba. Las dos hacen buen sentido, pero, a mi juicio, es preferible la segunda, por ser más natural la construcción sintáctica según las normas gramaticales del griego.

(D) Los verbos griegos que hemos traducido por «arrastrado» y «seducido» son términos tomados respectivamente del arte de la caza y de la pesca. Dice Salguero: «El primero significa, en sentido propio, la acción con la que los cazadores tratan de atraer los animales para sacarlos de sus escondites. El segundo se dice de los peces, que son seducidos por el cebo». La ilustración es magnífica, pues describe la forma con que una persona, al ser sorprendida por la tentación, siente dentro de sí una especie de «tirón» hacia el objeto de la tentación; en la oportunidad (placer, dinero, prestigio, poder, etc.) que la tentación presenta, nuestra concupiscencia percibe el cebo con que la persona es atraída y seducida.

(E) Al cambiar rápidamente de figura, Santiago describe (v. Stg 1:15) la concupiscencia como una mala mujer que seduce, concibe y da a luz; con ello, penetra todavía más en la psicología de la tentación, con sus tres momentos:

(a) La seducción, cuando la ocasión no es buscada adrede (pues eso no puede llamarse tentación), produce en el sujeto un movimiento indeliberado que todavía puede ser resistido (comp. con Stg 4:7) para salir así victorioso y aprobado. Como alguien ha dicho muy bien: Nadie puede impedir que un pájaro revolotee en torno a su cabeza, pero sí puede impedirle hacer un nido en su cabello. Pero si el sujeto presta su consentimiento, la concupiscencia concibe, es decir, recibe dentro de sí, según la etimología misma del verbo concebir, tanto en castellano como en griego y en latín. Comienza así el deslizamiento por el plano inclinado del pecado. Lo mismo que el embrión, el pecado tiene al principio un tamaño imperceptible; por ejemplo, una mirada sensual, a la que sigue una expresión halagadora; después, una notita o una llamada telefónica, y una cita … Comenzó la gestación.

(b) Cuando la gestación ha cumplido su tiempo (que, en esto, suele ser muy elástico), nace el pecado. No es que la gestación esté libre de pecado, pues, como observa J. Alonso: «Como el niño tiene vida antes de nacer, así también el pecado es una realidad aun antes de aparecer al exterior. Pecado aquí significa la serie de pecados de una vida apartada de Dios».

(c) Llega, por fin, el momento en que el niño se hace adulto: el pecado es llevado a su consumación («a su madurez», NVI) y, ya en plena madurez adulta, comienza a trabajar y produce su fruto: engendra muerte, que es, al mismo tiempo, su salario (v. Rom 6:23). Salguero hace notar el contraste entre el proceso del pecado y el de la virtud ante las pruebas: «Las pruebas purifican la fe; la fe produce la paciencia; la paciencia, la perfección, y la perfección es recompensada en el cielo. Por el contrario, la concupiscencia es causa de la tentación, ésta engendra el pecado, y el pecado la muerte».

3. «No os llaméis a engaño (la misma frase de 1Co 6:9; 1Co 15:33 y Gál 6:7), mis queridos hermanos» (NVI), dice a continuación Santiago (v. Stg 1:16). Este versículo representa un empalme, por una parte, con el versículo Stg 1:13 y, por otra, con el versículo Stg 1:17, pues viene a decir: No os dejéis engañar, como si la tentación pudiera proceder de Dios. Dios no puede pretender el mal, pues es el Dador de todo bien, como va a poner de relieve a continuación.

4. El versículo Stg 1:17 merece traducirse literalmente, a fin de percatarnos de su pintoresca imaginería: «Todo buen don (gr. dósis, la acción misma de dar) y todo regalo (gr. dórema, dádiva concreta) perfecto (sin ningún defecto) es de arriba, pues desciende desde el Padre de las luminarias (comp. con Gén 1:14-18; Sal 136:7-9; Jer 4:23; Jer 4:31), junto al cual no existe mudanza ni sombra de alteración». Fácilmente se percibe que la imaginería está llena de metáforas tomadas de la Astronomía:

(A) Lo de «Padre de las luminarias» refleja el amplio trasfondo bíblico, donde tan frecuente es la mención de los astros como obra de Dios y de suma importancia para el cómputo de días, meses, años, sazones, festividades, etc. Eso mismo ya era un gran don de Dios a los hombres (comp. con Hch 14:17; Rom 1:19, Rom 1:20). Se pone también de relieve la idea de Dios como Luz y fuente de toda luz espiritual (v. Isa 60:19; 1Pe 2:9; 1Jn 1:5).

(B) Para «mudanza», el griego tiene el vocablo parallagué, de donde procede el vocablo castellano paralaje, término de Astronomía que designa la distinta posición de un astro (en movimiento aparente) con respecto a dos puntos distintos de observación desde la Tierra. Al decir, pues, que con Dios no existe paralaje, se da a entender que Dios permanece siempre el mismo y en la misma posición, sin que pueda darse variación alguna en la forma en que lanza sobre nosotros la luz de su bondad.

(C) La expresión «sombra de alteración» parece haber sido ella misma «alterada», a pesar de figurar hoy en todas las ediciones del Nuevo Testamento Griego, ya que los dos MSS más antiguos (el Sinaítico y el Vaticano) dicen: «en el cual no existe mudanza (procedente) de variación de sombra». El vocablo para «sombra» no es el corriente skiá (v. en Mat 4:16; Mar 4:32; Luc 1:79; Hch 5:15; Col 2:17; Heb 8:5; Heb 10:1), sino aposkíasma, que ocurre únicamente aquí y resulta muy apropiada para designar la oscuridad provocada por un eclipse. Nuestra confianza en Dios está firmemente asegurada por esa luz que jamás se eclipsa, ni aun siquiera palidece por un momento. Siempre brilla su misericordia (Sal 100:5), y brilla siempre con el mismo esplendor. ¡Es el YO SOY (Éxo 3:14)!

5. Una magnífica prueba de la bondad de ese Dios que no cambia es la vida divina que nos ha conferido (v. Stg 1:18): «Él decidió libremente engendrarnos espiritualmente mediante la predicación del Evangelio, para que fuésemos como una especie de primicias de todo lo que ha creado» (NVI). La primera frase significa claramente que nuestra regeneración espiritual es obra de la libre y soberana gracia de Dios. El medio ordinario que Dios usa para ello es la predicación del Evangelio, poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Rom 1:16, comp. con Rom 10:17; 1Co 4:15; Efe 1:13; 1Pe 1:23). Lo de «como una especie de primicias de todo lo que ha creado» es entendido por algunos como si los creyentes fuesen «la parte más noble y digna de toda la creación a causa de su dignidad de hijos de Dios» (T. García de Orbiso, citado por Salguero). Mucho más probable es la opinión de Ch. Ryrie, quien dice en nota a este versículo: «Estos primeros creyentes, mayormente de origen judío, eran la garantía de una futura y más plena cosecha de creyentes». Así se mantiene mejor la idea netamente bíblica de primicias como primeros frutos.

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