Santiago 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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De la importancia de vigilar y frenar la lengua habló ya Santiago en Stg 1:19, Stg 1:26; Stg 2:12; pero ahora va a dedicar la mayor parte de este capítulo a tratar del peligro que supone una lengua sin freno y de los gravísimos males que puede causar. Es en vista del peligro de una lengua sin freno por lo que Santiago comienza desanimando a convertirse en hablador profesional dentro de la iglesia. Viene primero la amonestación. y pone después dos ilustraciones del modo de gobernar la lengua.

1. La amonestación se halla en los versículos Stg 3:1 y Stg 3:2, que dicen así en la NVI: «No aspiréis muchos a ser maestros, hermanos míos, porque ya sabéis que nosotros, los maestros, tendremos un juicio más severo; porque todos sin excepción tropezamos de muchas maneras; pero el que no tropieza nunca en lo que dice, ése es un hombre perfecto, capaz de poner freno a toda su persona».

(A) El Señor dio a su Iglesia (Efe 4:11), entre los principales ministerios, «pastores y maestros», y Pablo dice también que quien desea el oficio de supervisor, «a noble oficio aspira» (1Ti 3:1 NVI). No se opone a esto Santiago, aunque a primera vista lo parezca. Para entender bien lo que el autor sagrado desea poner de relieve aquí, es menester notar dos detalles: (a) Santiago no desanima a seguir el llamamiento de Dios a predicar y enseñar, sino a que sean muchos los que ambicionen ser («no os hagáis …», dice literalmente) maestros. Lo que ataca, pues, es el prurito, tan frecuente, de enseñar a otros, «de ocupar el púlpito», enfermedad bastante corriente, por desgracia; (b) Santiago hace ver la tremenda responsabilidad que tal ministerio comporta: … porque ya sabéis que nosotros (dice, incluyéndose a sí mismo, con lo que se confirma su posición como líder de la iglesia), los maestros, tendremos un juicio más severo».

(B) La severidad de este juicio se advierte si nos paramos a pensar en la responsabilidad de todo aquel que ocupa el púlpito o la tribuna para enseñar a sus hermanos. Desde luego, ya es una osadía grave, no exenta de pecado, aspirar a tal ministerio sin ser llamado por Dios. Todavía es más grave ocupar el púlpito sin la preparación debida, sin conocer bien el pasaje en cuestión e inventando explicaciones (y también aplicaciones) ajenas a lo que el texto significa. La gravedad sube de punto cuando se usa el púlpito, especialmente ante numeroso auditorio, para hacer el «gracioso», contando anécdotas y chascarrillos jocosos, a fin de «amenizar el culto». El caso es gravísimo cuando esto se hace durante la predicación del Evangelio, pues no hay nada que resulte más eficaz para apagar el poder del Espíritu que el humor en el púlpito. En efecto, el oyente necesita ser convicto de pecado y percatarse de lo muy serio de su condición y de lo que le espera en la eternidad. Un chiste, en este contexto, no puede menos de hacer el efecto de un refrescante apaga-incendios, y el desgraciado pecador respira satisfecho al ver, por fin, que el león no era tan fiero como lo pintaba el predicador en un principio. ¿Quién no temblará ante esta consideración?

(C) En el versículo Stg 3:2, Santiago da una razón muy específica de la severidad del juicio que les espera a los maestros: ¡Porque la herramienta con la que trabajan es la lengua! ¡Y la lengua es la herramienta más dificil de manejar! «Porque todos, sin excepción, tropezamos (es decir, caemos en pecado, pues éste es el sentido del griego ptaíomen) de muchas maneras (v. Isa 53:6 «… cada cual se apartó por su camino»); pero el que no tropieza nunca en lo que dice, ése es un hombre perfecto», es decir, cabal, maduro, notorio por su prudencia y su dominio propio. Dice Salguero: «El dominio de la lengua es un signo de fuerza moral y de santidad que dispone al hombre para afrontar victoriosamente todas las tentaciones».

(D) De ahí que, quien refrena su lengua (v. Stg 3:2) «es capaz de poner, freno a toda su persona» (comp. con Stg 1:26). Aquí, como a lo largo de toda la Escritura, vemos que no hay nadie sin pecado (nótese el gr. ápantes, más enfático que pántes, y comp. con 1Re 8:46; Job 4:17-19; Sal 19:12; Pro 20:9; Rom 3:9-18; 1Jn 1:7-10), pero, a pesar de esa inevitable deficiencia, si no se peca con la lengua, dice Santiago, se obtiene un gran triunfo moral, que redunda en todo el resto de la conducta. Dice el refrán español que «más mató la lengua que la espada». Los juicios temerarios (v. Mat 7:1, Mat 7:2; Rom 2:1) constituyen sólo uno de los vicios (aunque bastante terrible él solo), que con otros diez u once más de los que cita Pablo (v. 1Co 6:9, 1Co 6:10; Gál 5:19-21; Efe 4:29-31), hace que los pecados conectados con la lengua obtengan una lamentable mayoría entre las más terribles lacras que degradan a la humanidad.

2. A continuación, vienen dos ilustraciones que presentan al vivo el tremendo poder que, para bien o para mal, tiene la lengua humana.

(A) «Cuando ponemos el freno de boca a los caballos para que nos obedezcan, podemos gobernar enteramente al animal» (v. Stg 3:3. NVI). Un caballo desbocado es un animal temible, pues es capaz de atropellar todo y a todos que se ponen o se cruzan en su camino. Un ser humano de lengua desenfrenada es mucho más de temer que un caballo desbocado, pues puede atropellar todo cuanto más digno y santo hay en el Universo. Sin embargo, un pequeño freno de boca sirve para gobernar enteramente al caballo. Así también, el ser humano que es capaz de poner freno a su boca, es capaz también de poner freno a toda su persona (v. Stg 3:2).

(B) «O tomemos las naves como ejemplo. A pesar de lo grandes que son y de lo fuertes que son los vientos que las embisten, son conducidas por medio de un timón pequeñísimo a donde el piloto quiere que vayan» (v. Stg 3:4. NVI). Dos detalles pone de relieve Santiago aquí: (a) El poder que hace falta para resistir a los fuertes vientos. (b) El pequeñísimo tamaño del timón, comparado con la magnitud de las naves. De este modo, vemos claramente cómo causas pequeñísimas pueden producir grandísimos efectos. Estos efectos son muy buenos en las dos ilustraciones que el autor sagrado ha presentado en los versículos Stg 3:3 y Stg 3:4, pero son catastróficos en una lengua que carece de freno, como vamos a ver enseguida.

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