Santiago 4:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aunque estos versículos parecen contener exhortaciones inconexas, contienen, en realidad, dos manifestaciones características de mundanidad: la maledicencia (vv. Stg 1:11, Stg 1:12) y la presunción (vv. Stg 1:13-17). A ellas habrá que añadir (Stg 5:1-6) la explotación de los pobres, la impaciencia (Stg 5:7-11) y los juramentos sin necesidad (Stg 4:5-12).

1. Abundando en el tema de las malas lenguas (v. Stg 3:5-12), Santiago exhorta aquí a no hablar mal del hermano, y a no convertirse en juez del hermano (vv. Stg 4:11, Stg 4:12). Estos versículos deben leerse conforme se hallan en la NVI: «Hermanos, no murmuréis (lit. no habléis contra) los unos de los otros. El que habla mal (lit. habla contra) de su hermano, o (no, y) le juzga, está hablando mal (lit. hablando contra) de la Ley y juzgándola. Y si juzgas a la Ley, ya no eres cumplidor de la Ley, sino su juez. No hay más que un solo verdadero Legislador y Juez, el cual puede salvar y destruir (lit. arruinar). Pero tú, ¿quién eres tú para juzgar a tu prójimo?»

(A) Por lo que dice Santiago en el versículo Stg 4:11, se ve que «entre los males provocados por las pasiones en las comunidades cristianas, tenía especial importancia la difamación» (Salguero). Ya dijo el autor sagrado anteriormente (Stg 2:8) que la ley regia se condensa en el mandamiento de amar al prójimo, por lo que difamar o juzgar al hermano va contra la esencia misma de la ley regia del amor.

(B) Hace notar Santiago (v. Stg 4:11) que el que juzga a la Ley, ya no es cumplidor de la Ley, sino juez de la Ley. Dice M. Henry: «El que alterca con su hermano y le condena por causa de algo que no está determinado en la Palabra de Dios, está con eso reprochando a la Palabra de Dios como si no fuese una norma perfecta. Guardémonos de juzgar la ley, porque la ley del Señor es perfecta; si los hombres la quebrantan, ella misma los juzgará; y si no la quebrantan, no les juzguemos. Los que más dispuestos están a constituirse en jueces de la ley, son generalmente los que más descuidan obedecerla».

(C) Además (v. Stg 4:12), Dios es el único Legislador y Juez; el único que tiene poder y autoridad para promulgarla y sancionarla; «Él es quien puede salvar y arruinar. Tiene poder para recompensar plenamente la observancia de Sus leyes y para castigar toda desobediencia» (Henry). Por eso, el ser humano que se mete a juez de su hermano, está usurpando una función que compete exclusivamente a Dios.

2. El otro mal que Santiago ataca en esta porción es la presunción (vv. Stg 4:13-17): «Ahora escuchad vosotros, los que decís: Hoy o mañana iremos a esta o aquella ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocio y ganaremos dinero . Pero, ¡si ni siquiera sabéis qué será de vosotros el día de mañana! ¿Qué es vuestra vida? Sois como la bruma que aparece por un momento y enseguida se desvanece. En vez de eso, deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello . De momento, os jactáis de vuestras insolencias. Toda jactancia de esa clase es mala. En conclusión, todo el que conoce el bien que debería hacer, y no lo hace, tiene pecado» (NVI).

(A) Desde tiempo inmemorial, los judíos han tenido siempre un fino instinto para los negocios, pero fue especialmente a partir del tiempo de Alejandro Magno cuando se convirtieron en especialistas del comercio. Éste es el trasfondo histórico del mal que Santiago ataca aquí. Dice Salguero: «Las advertencias van dirigidas especialmente a los comerciantes cristianos, que en sus negocios todo lo esperaban de su habilidad, sin recurrir para nada a Dios y sin tener cuenta de Él». Mejor debería decir: «a los comerciantes judío-cristianos», pues la epístola va dirigida a creyentes de extracción judía (v. Stg 1:1).

(B) El pecado, pues, de estos creyentes estaba en disponer y organizar toda su vida «como si Dios no existiera o no interviniera en ella» (J. Alonso). Santiago no reprueba el dedicarse a los negocios o al comercio, sino la mundanidad que se manifestaba en la manera de disponer de la vida y de lo que en ella se piensa hacer. Dice nuestro refrán castellano: «El hombre propone y Dios dispone». Que los incrédulos vivan en su autosuficiencia y al margen de Dios, se explica, pero que los creyentes actúen de esta manera no tiene sentido. Son tan insensatos como el rico de la parábola (v. Luc 12:13-21), pues le pidieron el alma cuando mejor se regodeaba en sus sueños de medrar y gozar.

(C) Por eso les advierte el autor sagrado, en la misma línea de Pro 27:1: «Pero, ¡si ni siquiera sabéis lo que será de vosotros el día de mañana!» (v. Stg 4:14). Ellos parecían tener seguro (v. Stg 4:13) que (a) llegarían con bien a cierta ciudad; (b) permanecerían allí un año; (c) negociarían, y (d) harían dinero. Ya era mucho suponer. Dice M. Henry: «Cuán vano es hacer buenos planes para el futuro sin contar con la Providencia. Iremos a tal ciudad, dicen. Pero algo podría interrumpirles el viaje o llamarles a otro punto. Muchos de los que han emprendido un viaje han llegado muy lejos de su hogar, pero nunca han alcanzado el término de su viaje. Pero supongamos que lleguen a dicha ciudad, ¿cómo saben que han de continuar allí?… Supongamos también que llegan a la ciudad y permanecen allí por un año, pero no ganan nada … La fragilidad, brevedad e incertidumbre de la vida deberían mantener a raya la presuntuosa confianza de quienes hacen tales proyectos para el futuro».

(D) Son precisamente estos aspectos de nuestra vida terrenal (su fragilidad, brevedad e incertidumbre) los que Santiago desea que estos comerciantes judío-cristianos consideren (v. Stg 4:14): «¿Qué es vuestra vida? Sois como la bruma que aparece por un momento y enseguida se desvanece». Tanto las consideraciones que hace el autor sagrado como los símiles que emplea se hallan abundantemente en los libros poéticos de la Biblia (v. por ej., Job 7:7; Sal 39:5; Sal 102:3; Sal 144:4; Pro 27:1), por lo que estos creyentes no tenían excusa, pues deberían haberlos tenido en consideración.

(E) A continuación (v. Stg 4:15) les dice la manera en que deberían expresarse en tales casos: «En vez de eso, deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello ». De esta manera se reconoce nuestra dependencia de Dios, no sólo en el existir, sino también en el movernos (comp. con Hch 17:25, Hch 17:28). Como ejemplo del correcto modo de proceder en esta materia, puede citarse el ejemplo del apóstol Pablo, quien, al despedirse de los efesios (v. Hch 18:21), les dijo: «… volveré a vosotros otra vez, si Dios quiere».

(F) Sigue el autor sagrado con una reprensión de la manera de obrar de estos comerciantes cristianos, tildándola, como se merece, de mala jactancia. Nótese ese «Ahora (lit.) os jactáis …» (v. Stg 4:16). Como si dijese: «En este momento os estáis jactando; pero tal jactancia es insensata, pues no sabéis lo que acontecerá después».

(G) El versículo Stg 4:17 contiene una máxima general, que tiene validez para todos los casos y para todas las épocas: La omisión de un bien es tan pecado como la comisión de un mal. Raras veces nos paramos a considerar la enseñanza de este versículo, pero bastarían las parábolas del buen samaritano y de los talentos (Luc 10:25-37; Mat 25:14-30), así como el juicio de las naciones (Mat 25:41-46, ¡cinco pecados de omisión!) para que nos percatásemos de la importancia de esta materia.

(H) Queda una pregunta: ¿Qué conexión guarda este versículo Stg 4:17 con el contexto anterior o posterior? A esto puede responderse que, aun cuando dicho versículo tendría su vigencia como máxima general, si se le considerase desligado del contexto, la conjunción consecutiva griega oun, pues, muestra que tiene alguna conexión con el contexto anterior. J. Alonso la resume de la siguiente manera: «Los comerciantes a quienes se dirige el autor conocen la fragilidad de la vida, pero hacen caso omiso de dicho conocimiento».

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