Santiago 5:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, Santiago indica lo que los cristianos deben hacer en las diversas circunstancias de la vida, y centra su enseñanza en la oración. Primero (v. Stg 5:13), habla de la conveniencia de la oración. En los versículos Stg 5:14-16 trata de la eficacia de la oración. Y en los versículos Stg 5:17, Stg 5:18 presenta un ejemplo memorable de esta eficacia de la oración.

1. Dice a la letra el versículo Stg 5:13: «¿Sufre alguien algún mal entre vosotros? Ore. ¿Está de buen humor? Salmodie». Cantar alabanzas a Dios, con o sin el acompañamiento del salterio (gr. psalléto), es ya una oración, la más noble de todas. Pero Santiago contrasta con esto la situación de alguien que se siente afligido por algún mal. No es que trate de disuadir a éste de cantar alabanzas, sino que le prescribe, de acuerdo con sus peculiares circunstancias, otra clase de oración: la oración de súplica (gr. proseukhéstho). Dice Salguero: «La oración es la medicina de todos los males, pues con ella se consigue reanimar el alma y se obtiene el auxilio pedido». A ella recurrió el Señor en los momentos de mayor tristeza (v. Mat 26:39 y paralelos). Efectivamente, a una persona que sufre, le ronda la depresión y el pesimismo, con sus fatales consecuencias (v. 2Co 7:10, al final). La oración le pone en comunicación con nuestro Padre Celestial, en quien se halla la fuente de todos los bienes y, por tanto, de todos los remedios (Stg 1:17).

2. A continuación, Santiago trata de un caso en que se pone de manifiesto la eficacia de la oración. Dicen los versículos Stg 5:14-16 en la NVI: «¿Se encuentra alguno enfermo en cama? Que haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren sobre él y le unjan con aceite en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe hará que el paciente se recobre; el Señor lo restablecerá. Y si ha cometido pecados, le serán perdonados. Por tanto, confesaos los unos a los otros vuestros pecados y orad unos por otros para obtener vuestra curación. La oración de un hombre justo, cuando es ferviente, tiene mucho poder».

(A) Comienzo por decir, para información de los lectores, que sobre este lugar apoya la Iglesia de Roma su doctrina del «Sacramento de la Extremaunción» (o Unción de los Enfermos). Entiende por presbutérous (v. Stg 5:14) los «sacerdotes»; interpreta el verbo sósei (v. Stg 5:15) por «salvación eterna»; y los pecados (gr. hamartías; v. Stg 5:15), por «pecados mortales». En ninguna de esas tres cosas estamos de acuerdo con ellos los evangélicos. Sin embargo, debemos ir con cuidado al describir los detalles de tal enseñanza catolicorromana: No es exacto decir que «el rito catolicorromano tiene en vista la muerte, no la recuperación» (Ryrie), ni que «no ha de administrarse, sino a los que están mortalmente enfermos» (Manton), ya que la enseñanza de dicha Iglesia es que ha de administrarse a los que están gravemente (no mortalmente) enfermos, y con vistas, si es la voluntad de Dios, a la recuperación.

(B) El texto dice claramente que el enfermo debe hallarse así a causa de una grave debilidad, como lo muestra el verbo asthenéi (v. el asthenéis, de la misma raíz, en 1Co 11:30, donde no hay duda de que se trata de enfermedad grave, aun cuando pueda ser crónica).

(C) En tal caso, el enfermo debe hacer llamar a los ancianos de la iglesia. No cabe duda de que se trata de los líderes de la comunidad eclesial. Manton hace notar que Santiago «no dice que haga llamar al médico, sino a los ancianos», pues «el primer cuidado de un enfermo debe ser por su alma». Sin embargo, Dios puede curar también por medio de la medicina. En realidad, yo diría que aquí tenemos un caso de lo que hoy se llama «medicina holística», porque considera a la persona humana como un «todo».

(D) En efecto, tenemos la acción conjunta de la oración y del aceite (v. Stg 5:14). La unción con aceite es símbolo de la acción del Espíritu Santo sobre el enfermo: sobre su alma, para hacerle recapacitar sobre sus pecados; sobre su cuerpo, para darle poder y vigor físicos. No ha de dejarse a un lado la acción curativa del aceite. Dice Salguero: «En la antigüedad era conocida la virtud terapéutica del óleo, sobre todo en los países cálidos, en donde ayuda a desengrasar y a regularizar la transpiración, y también a limpiar y suavizar la piel. Los judíos tenían en gran aprecio el óleo como remedio contra las enfermedades (cf. Isa 1:6; Jer 8:21.; Luc 10:34). Por otra parte, los semitas se servían del óleo para inaugurar un santuario y consagrar los objetos de culto (Gén 28:18; Éxo 30:22.)».

(E) El original dice (v. Stg 5:15) que «la oración de la fe salvará al enfermo (gr. ton kámnonta, al que está exhausto de fuerzas) y le levantará el Señor» (lit.). El verbo sósei («salvará») tiene aquí el mismo sentido que en Mat 9:21; Mar 6:56: le librará de la enfermedad, y hará así que recobre la salud perdida. «La oración de la fe» es la oración hecha con fe (Stg 1:6). Como puede verse, Santiago atribuye la recuperación física y espiritual del enfermo, no al aceite, sino a la fe de los que oran sobre el enfermo. Lo de «le levantará el Señor» se entiende mejor si se toma en sentido físico, según el sentido del verbo egueíro en lugares como Mat 8:15; Mar 1:31.

(F) Continúa Santiago diciendo (v. Stg 5:15): «Y, si ha cometido pecados, le serán perdonados». La Iglesia de Roma sostiene que este perdón de los pecados es efecto sacramental de la unción, junto con la fórmula («la oración de la fe») que da sentido a la ceremonia, pero, como bien advierte Ryrie, el contexto posterior (v. Stg 5:16) muestra que «la curación depende aquí de la confesión del pecado». La confesión supone la convicción de pecado (comp. con 1Co 11:29, 1Co 11:30), especialmente cuando la enfermedad es una disciplina que el Señor aplica para la salud espiritual del sujeto. Ya dijimos que, en último término, la curación depende de la voluntad de Dios. En otras palabras, no hay ninguna fórmula mágica para curar la salud quebrantada, por mucha que sea la fe de los que oran, aunque es cierto que la oración con fe tiene eficacia curativa, siempre dentro de los planes de la providencia de Dios, los cuales no coinciden necesariamente con los nuestros (v. Isa 55:8, Isa 55:9).

(G) En el versículo Stg 5:16, Santiago propone la confesión de los pecados, junto con la oración, como condiciones para la recuperación de la salud. Dice así dicho versículo en la NVI: «Por tanto, confesaos los unos a los otros vuestros pecados y orad unos por otros para obtener vuestra curación. La oración de un hombre justo, cuando es ferviente, tiene mucho poder». Es conveniente analizar en detalle este versículo:

(a) La Iglesia de Roma (Concilio de Trento, sesión 14, cap. 5) aplica estas palabras del versículo Stg 5:16 a la confesión sacramental, esto es, al llamado «Sacramento de la Penitencia», no a la Extremaunción, lo cual es muy extraño en un contexto que trata de la unción del aceite con la oración de la fe. Sin embargo, teólogos católicos tan relevantes como Agustín de Hipona, en el siglo V, y el cardenal Cayetano, en el siglo xv, han sostenido que no se trata de la confesión sacramental. Dice Cayetano, en su comentario a esta epístola: «No se trata aquí de confesión sacramental (como consta al decir «confesaos mutuamente»; la confesión sacramental no se hace mutuamente, sino sólo a los sacerdotes), sino que se trata de la confesión por la que mutuamente nos confesamos por pecadores, para que se pida por nosotros, y de la confesión de las diversas faltas en orden a la apaciguación y reconciliación». Ejemplos de esta confesión pública los tenemos ya en Mat 3:6; Mar 1:5; Hch 19:18.

(b) Que esta confesión es una condición para la curación, como ya hemos apuntado arriba, se ve por la oración consecutiva-final siguiente: a … de forma que seáis sanados» (lit.). Para este verbo ya no usa el autor sagrado el griego sózo, sino iáomai («sanar», en el sentido técnico de la Medicina. De ahí se deriva «iatrós», médico, de donde se forman todos los vocablos castellanos que terminan en iatría). Es obvio, pues, que con este último verbo se designa la recuperación de la salud del cuerpo, si no exclusivamente, al menos principalmente.

(c) La última parte del versículo Stg 5:16 dice así, al pie de la letra, según el original: «Mucha fuerza tiene la oración (de petición. Gr. déesis) de un justo, reactivada» (gr. energouméne, exactamente el mismo vocablo de Gál 5:6, al final). En este caso, no cabe duda de que la reactivación de dicha oración, con la que resulta tan eficaz, se debe al fervor de la fe del que está orando. Este sentido se corrobora por el contexto posterior.

3. Para corroborar lo que acaba de decir, Santiago apela al ejemplo del profeta Elías (vv. Stg 5:17, Stg 5:18): «Elías era un hombre de la misma condición mísera (lit. de pasiones semejantes. Gr. homoiopathés) que nosotros. Y oró insistentemente que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y medio. Volvió a orar, y el cielo envió la lluvia, y la tierra produjo sus frutos» (NVI).

(A) Santiago quiere poner aquí de relieve que Elías, aun siendo un hombre como cualquiera de nosotros, pecador, sometido a las mismas miserias espirituales (sucumbió a la tentación de desánimo) que nosotros, oró, sin embargo, con una fe tan grande y fervorosa, que pudo cerrar el cielo para que no lloviera, y volverlo a abrir para que lloviera. Un poder tal sobre la naturaleza inanimada supone que, tras de la oración, se oculta una fuerza milagrosa, procedente de Dios; por lo cual, no ha de extrañar que esta fuerza ejerza su influjo también (y aun con mayor facilidad, si cabe expresarse así) en lo que afecta a la salud física y espiritual de las personas.

(B) Por 1Re 17:1; 1Re 18:1, sabemos efectivamente que Elías fue el instrumento de Dios para realizar lo que aquí dice Santiago. Pero no leemos allí que orase, ni que estuviese sin llover durante tres años y medio. La Palabra de Dios dice únicamente (1Re 17:1): «… en estos años», y luego (1Re 18:1): «Pasados muchos días …». Dice Salguero: «Como Jesucristo en el Evangelio (Luc 4:25, «tres años y seis meses») dice lo mismo que Santiago, es muy probable que tanto Cristo como Santiago hayan seguido la tradición judía, que determinaba más en concreto el tiempo que duró la sequía en los días de Elías».

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