Significado de DIOS Según La Biblia | Concepto y Definición

DIOS Significado Bíblico

¿Qué Es DIOS En La Biblia?

Ser personal Creador y Señor del universo, Redentor de Su pueblo, autor definitivo y tema principal de las Escrituras; objeto de confesión, adoración y servicio de la iglesia.
Conocimiento de Dios
Los primeros versículos de la Escritura no solo comienzan con la afirmación de la existencia de Dios sino que también revelan la acción exclusiva divina mediante la cual crea el universo de la nada a través de Su palabra (Gén 1:1; comp. Sal 33:6; Sal 148:5; Jua 1:1-2; Heb 11:3). En la esencia de la presentación que la Biblia hace de Dios se encuentra la verdad de que solo Dios es Creador y Señor, y que para que Sus criaturas realmente lo conozcan, Él debe tomar la iniciativa para revelarse a sí mismo (1Co 2:10-11; Heb 1:1-2). No hay dudas de que Su existencia y poder se manifestaron en el orden de la creación aun cuando la rebelión humana y sus consecuencias afectaron profundamente ese orden (Sal 19:1-2; Rom 1:19-20; Gén 3:18; Rom 8:19-22). También es cierto que la conciencia humana, incluso después de la caída, refleja una tenue imagen de la naturaleza moral de Dios (Rom 2:14-16). Sin embargo, la escritura manifiesta claramente que si Dios no se hubiera revelado por Su gracia, tanto en palabra como en hechos, no podríamos conocerlo.
Dios es incomprensible, no lo podemos entender totalmente (Sal 139:6; Sal 145:3; Rom 11:33-36). Sin embargo, esto no implica que no podamos conocer de verdad a Dios. Al crearnos a Su imagen y darnos Su Palabra donde se revela a sí mismo, aunque no podamos conocerlo en plenitud, verdaderamente podemos conocerlo (Deu 29:29). Por esta razón toda discusión referente a la doctrina cristiana sobre Dios se debe fundar con firmeza en la verdad de que la Escritura es la Palabra de Dios escrita. (Sal 19:7-14; Sal 119:1-176; Pro 1:7; 2Ti 3:14-17). La especulación humana acerca de Dios nunca será suficiente para guiarnos al conocimiento de Él.
Naturaleza de Dios
La Escritura identifica y describe a Dios de muchas maneras a través de todo el canon, y nuestra comprensión se debe basar en la presentación completa que la Escritura hace de Su persona. Sin embargo, en función de nuestro propósito, trataremos de resumir el alcance de los datos bíblicos mediante estas palabras: Dios, el Señor del pacto. Primero, Dios es el “Señor” (Yahvéh; kurios). Aunque no es el único nombre de Dios registrado en la Escritura, es el nombre exclusivo a través del cual Él se identifica a sí mismo (Éxo 3:13-15; Éxo 34:6-7). Lo hace al comienzo de Su pacto con Israel como así también en el nombre que se le dio a Jesucristo como cabeza del nuevo pacto (Éxo 6:1-8; Éxo 20:1-26; Jua 8:58; Flp 2:11). Segundo, Dios es el Señor del “pacto”. Es el Dios que no solo creó el universo a través de Su palabra sino que también está activo en él. Su obra en el mundo puede verse de la manera más excelsa en las relaciones del pacto que alcanzaron su clímax en la persona del Señor Jesucristo. Por lo tanto, la expresión “el Señor del pacto” resume de manera hermosa gran parte de la información bíblica sobre la identidad del Dios que crea, sustenta, gobierna y, que por Su gracia, redime a un pueblo para sí. Ver Dios, Nombres de. Se pueden enfatizar tres declaraciones importantes y breves de esta presentación general del Dios de la Escritura. Primero, como Señor del pacto, Dios es tanto trascendente como inmanente en el mundo. Dios se presenta como el Señor que es exaltado por encima del mundo, es decir, que lo trasciende (Sal 7:17; Sal 9:2; Sal 21:7; Sal 97:9; 1Re 8:27; Isa 6:1; Apo 4:3). La trascendencia no es principalmente un concepto espacial sino que se refiere más bien a la distinción de Dios y a la separación que existe entre Él y Su creación, y por lo tanto a Su señorío completo sobre ella. Según el pensamiento bíblico, solo Dios es Creador y Señor todopoderoso, y todo lo demás es creación suya. Él solo existe por sí mismo, es autosuficiente, eterno y no necesita nada fuera de sí mismo (Sal 50:12-14; Sal 93:2; Hch 17:24-25). Por esta razón el Dios de la Escritura es absolutamente único y, por lo tanto, no comparte Su gloria con ninguna cosa creada (Isa 42:8). Además, por este motivo se debe adorar, confiar y obedecer solo a Dios. Esta presentación acerca de Dios distingue el teísmo cristiano de todas las formas de dualismo, panteísmo o politeísmo.
Sin embargo, hay que tener cuidado de no malinterpretar la enseñanza bíblica sobre la trascendencia de Dios. Esta no se debe considerar a través de términos deístas o de otredad, tal como ha sucedido con frecuencia en ciertos pensamientos contemporáneos. La Escritura manifiesta que Dios es Señor del “pacto” y también enfatiza claramente que es inmanente, es decir, participa y está presente en el mundo (Sal 139:1-10; Hch 17:28; Efe 4:6). Esto es así no solo porque Dios sustenta el mundo sino también porque lo gobierna y lo moldea eficazmente para lograr Su objetivo eternamente planificado (Efe 1:11). Es aquí donde esta posición se opone directamente al teísmo panteísta, que no solo le resta importancia a la trascendencia de Dios sino que además considera erróneamente que la inmanencia divina se refiere a una participación conflictiva, progresiva y mutuamente dependiente con el mundo. Aunque Dios se encuentra profundamente comprometido con Su mundo, también es el soberano que lo gobierna.
Segundo, como Señor del pacto, Dios es infinito, soberano y personal. Cuando la Escritura presenta a Dios como infinito se refiere a que tiene atributos y cualidades perfectas y que el tiempo y el espacio no lo limitan, como ocurre con nosotros, Sus criaturas. Dios es espíritu eterno (Jua 4:24; comp. Éxo 3:14; Deu 33:27; Sal 90:2-4; 1Ti 1:17) y por eso no lo limita ningún tiempo ni espacio en particular, ni tampoco puede ser controlado por Sus criaturas. Él es el Dios viviente, trascendente e invisible de donde deriva la existencia de todas las cosas. Por lo tanto, afirmar que Dios es infinito implica que siempre está presente en todas partes (omnipresente, Sal 139:7-10; Hch 17:28) aunque de una manera invisible e imperceptible, y que en todo momento es consciente de lo que fue, es y será (omnisciente). La Escritura no afirma como sí lo hace el teísmo expreso, que Dios no conoce las acciones libres y futuras de los seres humanos y que, por lo tanto, el futuro le es incierto. Por el contrario, el conocimiento de Dios se manifiesta como absoluto, integral, certero e inmediato, y abarca las cosas del pasado, del presente y del futuro, tanto las que son como las que podrían ser (Sal 139:1-4; Sal 139:16; Isa 40:13-14; Isa 41:22-23; Isa 42:8-9; Isa 46:9-11; Hch 2:22-24; Hch 4:27-28; Rom 11:33-36).
Cuando la Escritura manifiesta que Dios es soberano se refiere a que Su poder y autoridad son tan amplios que no hay nada que suceda fuera de Su plan y gobierno, incluso las acciones libres de los seres humanos (Efe 1:11; Pro 21:1; Hch 2:22-24). Dios obra en, con y a través de Sus criaturas para lograr todo lo que desea hacer de la manera que lo desea, sin violar la naturaleza de las cosas ni el albedrío humano (Isa 10:5-11; Dan 4:34-35). Dios es verdaderamente el Señor soberano y personal. La Biblia lo revela como una persona que interactúa con otras personas. Nunca se describe a Dios como concepto meramente abstracto ni como fuerza o poder impersonal. Más bien, Él es el Dios glorioso que conoce, desea, planifica, habla, ama, se enfurece, hace preguntas, da órdenes, escucha la alabanza y la oración, e interactúa con Sus criaturas.
Tercero, Dios es triuno. Una característica distintiva del teísmo bíblico es la convicción de que el Señor del pacto es verdaderamente tres y uno. Aunque la palabra “trinidad” no se encuentra en la Escritura, los teólogos la han empleado para reconocer la enseñanza bíblica de que Dios no solo es uno en naturaleza sino también tres en cuanto a Su persona. A través de un estudio de la revelación que Dios hizo de sí mismo en la historia de la redención se puede descubrir no solo que Dios es uno (Deu 6:4-5; Isa 44:6) sino también que el Padre es Dios (Jua 20:17); el Hijo es Dios (Jua 1:1; Jua 1:14; Rom 9:5; Col 2:9) y el Espíritu Santo es Dios (Gén 1:2; Hch 5:3-4; 1Co 3:16). Esto se puede observar con mayor claridad en el NT a través de la relación entre Padre, Hijo y Espíritu, y en las referencias permanentes a la trinidad por medio de las cuales el NT presenta en forma congruente la salvación como la obra conjunta de las tres personas (1Co 12:3-6; 2Co 13:14; Efe 1:3-14; 2Ts 2:13-14; Mat 28:19). Así, dentro de la unidad compleja del ser de Dios, tres centros personales de conciencia coexisten, interactúan, se relacionan y cooperan en todas las acciones divinas eternamente. Cada persona es coigual y coeterna en poder y gloria, aunque cada una se distinga por Su rol y función: el Padre envía al Hijo, el Hijo obedece al Padre y el Espíritu Santo da gloria al Padre y al Hijo (Jua 5:16-30; Jua 16:12-16; Hch 2:14-36). No hay duda de que la trinidad es un misterio, una realidad incomprensible. Sin embargo, la importancia de la doctrina es crucial. Lo que en última instancia está en juego en la doctrina es la presentación que la Biblia hace de Dios como ser trascendente y autosuficiente, y a la vez personal y activo en la historia de la humanidad y en la redención que llevan a cabo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los tres plenamente divinos.
Carácter de Dios
A través de la Escritura, en el trato de Dios con los seres humanos podemos ver el carácter de Dios revelado por completo, particularmente en acción a través de Jesucristo, el Señor de gloria, la Palabra hecha carne (Jua 1:1; Jua 1:14). Hay por lo menos dos declaraciones que se deben afirmar en cuanto al carácter de Dios.
Primero, el carácter de Dios es amor santo. Es importante no separar nunca la santidad de Dios del amor de Dios. Dios es santo (Lev 11:44; Isa 6:3; Apo 4:8). En primera instancia, “santo” refleja el significado de separación y trascendencia. Dios es el santo supremo porque Él es “exaltado sobre todos los pueblos… Él es santo” (Sal 99:2-3). Sin embargo, el significado secundario de la palabra revela la pureza moral de Dios en el sentido de Su separación del pecado. De acuerdo con este último significado, la santidad de Dios implica que Él es puro, recto y justo. Por esto la Escritura en repetidas ocasiones enfatiza que nuestro pecado y la santidad de Dios son incompatibles. Sus ojos son demasiado puros como para mirar la maldad, y no pueden tolerar el mal (Éxo 34:7; Rom 1:32; Rom 2:8-16). De esta manera, nuestros pecados nos separan de Él, de modo que esconde Su rostro de nosotros (Isa 59:1-2). La santidad de Dios y Su ira, Su reacción santa contra la maldad, están íntimamente relacionadas (Rom 1:18-32; Jua 3:36). La ira de Dios, a diferencia de Su santidad, no es una de las perfecciones intrínsecas de Dios sino una acción de Su santidad frente al pecado. Donde no hay pecado no hay ira, pero siempre habrá santidad. Sin embargo, Dios manifiesta Su ira cuando en Su santidad confronta la rebeldía de quienes llevan Su imagen. De otra manera, Dios no sería el Dios celoso que proclama ser, y Su santidad no sería tal. Finalmente, cuando se le resta importancia a la ira de Dios se le quita importancia a Su santidad y carácter moral.
Sin embargo, Dios es también amor. A menudo entendemos que la santidad divina y el amor parecieran estar enfrentados, algo que la Escritura no enseña. Esto se puede entender mejor en el contexto de la afirmación de que “Dios es amor” (1Jn 4:8). En este contexto, Juan no interpreta el amor de Dios como un mero sentimentalismo o cerrar Sus ojos ante nuestro pecado; más bien, percibe el amor divino como aquello que ama lo que no merece ser amado. La manifestación suprema del amor de Dios es la entrega de Su propio Hijo amado como sacrificio propiciatorio a nuestro favor que aparta de nosotros la ira santa de Dios y satisface las exigencias de la justicia (1Jn 4:8-10). De esta manera, en la cruz de Cristo observamos la demostración más grande tanto de la santidad como del amor de Dios en su máxima expresión. Allí la justicia y la gracia se unen, y Dios permanece justo y justificador de aquellos que tienen fe en Cristo Jesús (Rom 3:21-26).
Segundo, el carácter de Dios tiene perfección moral. En todo el trato de Dios con Su creación y con Su pueblo, Dios manifiesta la maravilla, la belleza y la perfección de Su carácter. En la relación con Su pueblo, se revela como Dios de gracia y de verdad, lento para la ira y que abunda en amor y fidelidad, sabiduría y bondad (Éxo 34:6-7; Jua 1:14-16; Deu 7:7-8; Sal 34:8; Sal 100:5; Sal 103:8; Mal 1:2-3; 2Co 1:3; Efe 1:3-14; Heb 4:16). Incluso en Su relación con el mundo rebelde, Él despliega Su generosidad, bondad y paciencia, al igual que Su justicia y juicio santo (Sal 65:9-13; Sal 104:10-30; Sal 136:25; Mat 5:44-45; Hch 14:16-17; Rom 2:4). En todos Sus caminos, Él es majestuosamente perfecto, inmutable (Éxo 3:14; Mal 3:6; Stg 1:17) y bondadoso. Finalmente, la humanidad y en especial la iglesia, el pueblo redimido de Dios, fueron creados para adorar, amar y alabar a este Dios grande y glorioso y para encontrar plenitud solo en Él (Sal 73:23-28; Rom 11:33-36). Ver Cristo; Espíritu Santo; Trinidad.

Steve Wellum

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