Significado de EGIPTO Según La Biblia | Concepto y Definición

EGIPTO Significado Bíblico

¿Qué Es EGIPTO En La Biblia?

Tierra en el noreste de África, hogar de una de las civilizaciones más antiguas, e importante influencia política y cultural sobre la antigua Israel.
Geografía
Egipto se ubica en la esquina noreste de África, separada de Palestina por el Desierto de Sinaí. A diferencia de la nación contemporánea, el antiguo Egipto estaba confinado al Valle del Río Nilo, una franja angosta y extensa de tierra fértil (la “tierra negra”) rodeada por un desierto inhabitable (la “tierra roja”). Egipto propiamente dicho, desde la primera catarata del Nilo hasta el Mediterráneo, se extiende alrededor de 1200 km (750 millas).
Los historiadores clásicos hicieron notar que Egipto era un don del Nilo. Los tres afluentes del río convergen en Sudán. El Nilo Blanco, que tiene sus fuentes en el Lago Victoria, provee un caudal de agua casi constante. El flujo estacional del Nilo Azul y del Atbara cada año provocaba una inundación que comenzaba en junio y alcanzaba su mayor nivel en septiembre. Dicha inundación no solo favorecía la irrigación sino que además les reponía cada año a los suelos una nueva capa de limo negro y fértil. El Nilo era también una importante vía de comunicación. Debido a la orientación de los ríos, los barcos navegaban hacia el norte, mientras que el predominio de los vientos desde esa dirección facilitaba la navegación corriente arriba.
A pesar del carácter unificador del Nilo, las “dos tierras” de Egipto eran muy distintas. El Alto Egipto es el valle cultivable del Nilo, desde la primera catarata hasta el sur de Menfis en el norte. El Bajo Egipto abarca el amplio delta en la desembocadura del Nilo, constituido por depósitos aluviales. Egipto quedaba relativamente aislado por la serie de seis cataratas del Nilo en el sur y la protección del desierto en los límites este y oeste. El delta era la vía de acceso a Egipto para los viajeros que llegaban desde la Medialuna Fértil, cruzando el Sinaí.
Historia
Los numerosos faraones egipcios fueron clasificados en 30 dinastías por el antiguo historiador Manetho. A pesar de presentar algunas dificultades, el esquema de Manetho todavía está en uso y provee un marco adecuado para el examen de la historia egipcia.
Los reinos originalmente separados del Alto y el Bajo Egipto se unificaron alrededor del 3100 a.c. ; esto dio comienzo al Período Arcaico (Dinastías I y II). Las famosas pirámides se construyeron durante el primer período de gloria de Egipto, desde la Dinastía III a la VI del Imperio Antiguo (2700–2200 a.c.).
Las inundaciones del Nilo inferior, las malas cosechas resultantes y las incursiones de los asiáticos en la región del delta causaron el caos político entre las Dinastías VII y X, que se conocen como el Primer Período Intermedio (2200–2040 a.c.). Luego de una guerra civil, la Dinastía XI reunificó Egipto y dio comienzo al Reino Medio (2040–1786 a.c.). Bajo el gobierno de los hábiles faraones de la Dinastía XII, Egipto prosperó y amplió su comercio. Desde el Imperio Medio en adelante, la historia egipcia es contemporánea con los acontecimientos bíblicos. La breve estadía de Abraham en Egipto durante este período (Gén 12:10-20) puede entenderse a la luz del cuadro en una tumba en Beni Hasan donde se muestra a visitantes asiáticos en Egipto alrededor del 1900 a.c.
Bajo la débil Dinastía XIII, Egipto entró en otro período de división. Los asiáticos, en especial semitas como los hebreos, migraron hacia la región del delta y comenzaron a establecer asentamientos autónomos, hasta que con el tiempo consolidaron el control sobre el Bajo Egipto. A estos faraones, que eran más bien asiáticos y no egipcios nativos, se los recuerda como hicsos, o “gobernantes de tierras extranjeras”. Este período, en que Egipto estaba dividido entre las dinastías de los hicsos (XV y XVI) y las de los egipcios nativos (XIII y XVII), se conoce como Período de los Hicsos o Segundo Período Intermedio (1786–1550 a.c.). Algunos creen que el ascenso de José al poder (Gén 41:39-45) tal vez tuvo lugar bajo el gobierno de un faraón hicso. Ver Hicsos.
Los hicsos fueron expulsados y Egipto se reunificó alrededor del 1550 a.c. bajo el gobierno de Amosis I, quien inició la Dinastía XVIII e inauguró el Nuevo Imperio. Los faraones subsiguientes llevaron a cabo campañas militares en Canaán y en contra del reino de Mitanni en la Mesopotamia, y crearon un imperio que se extendió hasta el Río Éufrates. El faraón más destacado fue Tutmosis III (1479–1425 a.c.), quien ganó una importante victoria sobre Palestina en Meguido. Amenofis III (1391–1353 a.c.) gobernó en un magnífico imperio en paz (gracias a un tratado con Mitanni) y consagró su energía a proyectos edilicios. Los grandes éxitos del imperio provocaron luchas internas de poder, especialmente entre el poderoso sacerdocio de Amón-ra y el trono.
Amenofis IV (también llamado Amenhopes), hijo de Amenofis III (1353–1335 a.c.), cambió su nombre por Akhenatón y se embarcó en una revolucionaria reforma que promovía la adoración del sol Atón por encima de los demás dioses. Puesto que Tebas estaba dominada por el poderoso sacerdocio de Amón-ra, Akhenatón trasladó la capital al norte, a Aketatón, a más de 320 km (200 millas), la moderna Tell el-Amarna. Esta Era de Amarna trajo innovaciones en el arte y la literatura, pero Akhenatón prestó poca atención a los asuntos extranjeros, y esto afectó al imperio. Las Cartas de Amarna, documentos de Akhenatón, constituyen la correspondencia diplomática entre los gobernantes locales en el ámbito de influencia de Egipto y la corte del faraón. Arrojan luz especialmente sobre la turbulenta situación en Canaán y, según se prefiera ubicar al éxodo de Israel en los siglos XIII ó XIV, este período podría ubicarse un siglo después o uno antes de la invasión israelita.
Las reformas de Akhenatón fracasaron. El segundo sucesor mostró claramente su lealtad a Amón-ra al cambiar su nombre de Tutankatén a Tutankamón y abandonar la nueva capital prefiriendo en su lugar Tebas. Murió joven y su tumba comparativamente insignificante quedó olvidada hasta que se la redescubrió en 1921. La Dinastía XVIII no pudo repuntar. El general Haremhab conquistó el trono y trabajó vigorosamente para restablecer el orden y erradicar cualquier rastro de la herejía de Amarna. Haremhab no tuvo heredero y dejó el trono a su visir Ramsés I, primer monarca de la Dinastía XIX.
Seti I (1302–1290 a.c.) restableció el control egipcio en Canaán y realizó una campaña contra los hititas, quienes habían conquistado territorio egipcio en el norte de Siria durante la Era de Amarna. Seti I comenzó la construcción de una nueva capital en la zona oriental del delta, cerca de la tierra bíblica de Gosén. Tebas continuó siendo la capital religiosa y tradicional de la nación. Ver Hititas.
Ramsés II (1290–1224 a.c.) fue el faraón más enérgico y exitoso de la Dinastía XIX. En el quinto año de su reinado, luchó contra los hititas en Cades, sobre el Orontes, en el norte de Siria. Aunque le tendieron una emboscada y casi lo derrotaron, el faraón se recuperó y obtuvo una gran victoria. Sin embargo, la batalla no fue definitoria. En el 1270 a.c. , Ramsés II firmó un tratado de paz con los hititas donde aceptaba las condiciones reinantes. De regreso a su tierra se embarcó en el programa más ambicioso de construcción jamás encarado por un gobernante egipcio. Se hicieron ampliaciones notables en los santuarios en Tebas y en Menfis, se construyó un gigantesco templo de Ramsés II en Abu Simbel, en Nubia, y se prepararon la tumba y el templo mortuorio en Tebas occidental. En la zona oriental del delta se completó una nueva capital a la que se llamó Pi-Ramsés (“dominio de Ramsés”; comp. Gén 47:11). Muchos investigadores consideran que esta es la Ramesés que menciona la Biblia (Éxo 1:11), una ciudad de almacenaje construida para el faraón del éxodo, de quien no se da el nombre. Después de un prolongado reinado, Ramsés II fue sucedido en el trono por su hijo Merneptah (1224–1214 a.c.). Una estela del 1220 a.c. conmemora la victoria de Merneptah sobre los invasores libios, y concluye con un relato poético acerca de una campaña militar en Canaán. Incluye la primera mención extrabíblica de Israel y la única que se conoce en la literatura egipcia. Después de Merneptah, la Dinastía XIX entró en un período de confusión.
Egipto tuvo una breve etapa de gloria con Ramsés III (1195–1164 a.c.), de la Dinastía XX, quien derrotó una invasión de los Pueblos del Mar, entre los que se encontraban los filisteos. Los restantes gobernantes de esta dinastía, todos ellos de nombre Ramsés, enfrentaron problemas civiles y económicos cada vez más severos. El Reino Nuevo y el imperio llegaron a su fin con el último de estos gobernantes en el 1070 a.c. La Edad de Hierro ya dominaba el Cercano Oriente.
El Período tardío (1070–332 a.c.) encontró a Egipto dividido e invadido, aunque con ocasionales momentos de grandeza. Mientras el alto sacerdocio de Amón-ra controlaba Tebas, la Dinastía XXI gobernaba desde Tanis, ciudad del delta oriental, mencionada en la Biblia como Zoán (Núm 13:22; Sal 78:12; Eze 30:14; Isa 19:11; Isa 30:4). Es probable que un faraón de esta dinastía, tal vez Siamún, haya conquistado Gezer en Palestina y se la haya entregado a Salomón como dote de su hija (1Re 3:1; 1Re 9:16). La Dinastía XXII fue fundada por Sesonc I (945–924 a.c.), el Sisac de la Biblia, quien unificó brevemente Egipto y llevó a cabo una exitosa campaña contra las recientemente divididas naciones de Judá e Israel (1Re 14:25; 2Cr 12:1-16). Luego Egipto se dividió durante las Dinastías XXII y XXV. El “So, rey de Egipto” (2Re 17:4), que alentó la traición de Oseas, sin duda pertenece a este período confuso, aunque no se puede identificar con certeza. Egipto se reunificó en el 715 a.c. , cuando la Dinastía XXV etíope logró con éxito el control de todo Egipto. El más importante de estos faraones fue Taharqa, mencionado en la Biblia como Tirhaca, quien brindó ayuda a Ezequías (2Re 19:9; Isa 37:9).
Asiria invadió Egipto en el 671 a.c. , empujó a los etíopes hacia el sur y en el 664 a.c. saqueó la ciudad de Tebas (No-amón, LBLA, Nah 3:8 en nota al pie). Bajo el poco preciso patrocinio asirio, la Dinastía XXVI controló todo Egipto desde Sais, en el delta occidental. Al declinar Asiria, el faraón Necao II (610–595 a.c.) se opuso al avance de Babilonia y obtuvo un breve control sobre Judá (2Re 23:29-35). Después de una severa derrota en la batalla de Carquemis (605 a.c.), Necao II perdió a Judá como vasallo (2Re 24:1) y se vio obligado a defender sus límites ante Babilonia. El faraón Ofra (el Apriés de los griegos; 589–570 a.c.) respaldó la rebelión de Judá contra Babilonia pero no pudo proveer el sustento prometido (Jer 37:5-10; Jer 44:30). A pesar de estos reveses, la Dinastía XXVI fue una etapa de renacimiento egipcio hasta que fue conquistada por los persas en el 525 a.c. El gobierno persa (Dinastía XXVII) fue interrumpido por un período de independencia egipcia entre las Dinastías XXVIII y XXX (404–343 a.c.). Con la reconquista persa en el 343 a.c. , el Egipto faraónico llegó a su fin.
Alejandro Magno arrebató Egipto del control de los persas en el 332 a.c. y fundó la gran ciudad de Alejandría en la costa del Mediterráneo. Después de su muerte en el 323 a.c. , Egipto se convirtió en el hogar del Imperio Helenístico Ptolemeo hasta el reinado de Cleopatra, quien cayó ante los romanos (30 a.c.). Durante la época del NT y bajo el gobierno directo de los emperadores romanos, Egipto fue el granero de Roma.
Religión
La religión egipcia es extremadamente compleja y no se la comprende en forma total. Muchos de los numerosos dioses eran personificaciones de las fuerzas naturales permanentes de Egipto tales como el sol, el Nilo, el aire, la tierra, etc. Otros dioses, como Maet (“verdad”, “justicia”), personificaban conceptos abstractos. Otros gobernaban sobre ámbitos de la humanidad, por ejemplo Osiris, el dios del mundo de los muertos. Algunos dioses tenían forma de animales, como el buey Apis que representaba al dios Ptah de Menfis.
Muchas de las principales deidades estaban asociadas con ciudades o regiones específicas, y su posición con frecuencia dependía de la situación política. Esto se refleja en que los nombres de los dioses caracterizan los nombres de los faraones en varias dinastías. Así, el dios Amón, más tarde llamado Amón-ra, se convirtió en el dios principal del imperio debido a la jerarquía de Tebas. La confusión entre las creencias locales y las circunstancias políticas condujo a que se vincularan diversos dioses y determinadas figuras dominantes. Los sistemas teológicos se desarrollaron en torno a los dioses locales en Hermópolis, Menfis y Heliópolis. En Menfis, a Ptah se lo consideraba el dios supremo que había creado a los demás dioses por el poder de su palabra, pero este concepto era demasiado intelectual como para ser popular. El sistema de Heliópolis, hogar del dios sol Atón, más tarde identificado con Ra, adquirió supremacía. De una manera similar al ciclo de Hermópolis, hacía referencia a un caos primitivo del que surgió Atón, quien a su vez dio origen a los demás dioses.
El mito de Osiris era popular entre el pueblo. Osiris, el rey bueno, fue asesinado y descuartizado por su hermano Set. Isis, la esposa de Osiris, recogió su cuerpo para hacerlo momificar por el dios embalsamador Anubis, el dios con cabeza de chacal. Así, restaurado de manera mágica, Osiris fue enterrado por su hijo Horus, y reinó en el mundo de los muertos. Mientras tanto, Horus venció al malvado Set y obtuvo el gobierno de la tierra. Este ciclo se constituyó en el principio de la monarquía divina. Después de la muerte, el faraón era adorado como Osiris. Cuando el heredero legítimo Horus enterraba al Osiris muerto, el nuevo faraón se convertía en el Horus viviente mediante el entierro de su predecesor.
La provisión continua del Nilo daba a los egipcios una actitud por lo general optimista de la vida, a diferencia de los habitantes de la Mesopotamia. Esto se refleja en su interés por la vida del más allá, considerada continuación ideal de la vida terrenal. En el Reino Antiguo, la inmortalidad era prerrogativa exclusiva del rey, por ser un dios. La atracción popular por el culto a Osiris era enorme, y en años posteriores se hacía referencia a cualquier persona fallecida llamándola “el Osiris tal y tal”.
Para ayudar a los muertos en la vida del más allá se incluían textos mágicos en su tumba. En el Reino Antiguo solo se lo hacía con la realeza, pero en el Reino Medio se escribían variaciones de estos textos en el interior de la tapa de los sarcófagos para cualquiera que pudiera pagarlo. En el Reino Nuevo y posteriormente, se escribían textos mágicos en papiros conocidos como El Libro de los Muertos y se colocaban en el sarcófago. Las viñetas dibujadas muestran, entre otras cosas, al muerto ante una especie de juicio donde se pesaba su corazón, con la verdad en el otro plato de la balanza. Esto indica cierto concepto de pecado, pero la vida en el más allá concebida por los egipcios no era regalo de un dios de gracia sino simplemente la esperanza optimista basada en la observación del entorno.
La Biblia no menciona a ningún dios egipcio, y la religión egipcia no tuvo una influencia significativa sobre los hebreos. Hay paralelos interesantes entre los textos bíblicos y la literatura egipcia. Un himno de la Era de Amarna dirigido al dios Atón tiene semejanzas con el Sal 104:1-35, pero es improbable que hubiera una influencia directa. Se encuentran paralelos más notables en los escritos sapienciales, por ejemplo entre Pro 22:1-29 y la obra egipcia La Instrucción de Amenemope.

Daniel c. Browning (h) y Kirk Kilpatrick

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