Significado de MUJER Según La Biblia | Concepto y Definición

MUJER Significado Bíblico

¿Qué Es MUJER En La Biblia?

El paradigma de la Biblia para la mujer, a pesar de que permite diversidad y singularidad, es totalmente consecuente y sin contradicción con la presentación del plan del Creador respecto a la naturaleza y los propósitos para el género femenino.
El origen de la mujer
La mujer procedió del hombre como su reconocido retoño, con una naturaleza como la de él pero con existencia individual. Este acto creador establece la unidad de la raza humana, garantiza la dignidad y el valor de la mujer, y forja un parentesco exclusivo y permanente entre el hombre y ella.
El hombre recibió a la mujer como un diseño que el Creador le ofreció (Gén 2:22). Ella es la única criatura de la que se dice que Dios “construyó” (heb. banah, “hizo” en Gén 2:22, literalmente “construyó”). Dios “construyó” a la mujer a partir de la materia prima proveniente del hombre (Gén 2:22). Según los rabinos, la esposa “construye” el hogar y sus hijos como su responsabilidad en el matrimonio.
Cuando Adán dijo en Gén 2:23 : “del varón fue tomada”, utilizó un sagaz juego de palabras a fin de afirmar la congruencia física de esta persona nueva. “Hombre” (heb. ish) se contrasta con “mujer” (ishshah). Esta similitud lingüística también existe en otros idiomas, por ejemplo “varón” y “varona”.
El hombre y la mujer fueron creados “a la imagen de Dios” y su posición en Cristo elimina cualquier posibilidad de inferioridad de uno con respecto al otro. No obstante, son complementarios pero no idénticos. La igualdad de dignidad prohíbe que uno desprecie al otro; la interacción complementaria de uno con el otro requiere que se honren las diferencias.
El hombre y la mujer en conjunto están equipados para continuar con las generaciones y ejercer dominio sobre la tierra y sus recursos. Sin embargo, el orden divino requiere una reciprocidad que se manifiesta en el liderazgo del hombre como siervo y en la sumisión de la mujer; Jesús es el modelo de ambas cosas.
Antiguo Testamento
Las mujeres israelitas administraban la casa y llevaban a cabo las tareas de esposas y madres (Pro 31:10-31). Poseían un grado de anonimato en la vida y estaban subordinadas a sus esposos. La belleza en la Biblia está asociada a las mujeres pero sin dar detalles en cuanto a qué las hace hermosas (Gén 12:11; Gén 26:7; Gén 29:17; 2Sa 11:2; Cnt 4:2-3). La belleza interior, definida como “el temor de Jehová” y un “espíritu afable y apacible”, se eleva por encima de cualquier semblante atractivo (Pro 31:30; 1Ti 2:9-10; 1Pe 3:3-4). Se esperaba que las mujeres suplieran las necesidades sexuales del esposo pero que también se proveyera para las de ellas (Cnt 1:2; Cnt 2:3-6; Cnt 2:8-10; Cnt 8:1-4; 1Co 7:3; 1Co 7:5).
El esposo era el patriarca de la casa y la esposa pasaba a formar parte de la familia del esposo. Las mujeres constituían una parte integral de la comunidad, y por eso tenían que ser protegidas. El matrimonio era lo ideal (Gén 2:24); a una buena esposa generalmente se la alababa y honraba (Pro 31:10-31); a las mujeres piadosas se las admiraba y sus contribuciones se valoraban en gran manera (por ej., Débora, Ana, Abigail, Noemí, Rut, Ester); a las viudas había que protegerlas (Deu 24:19-22; Deu 26:12).
La posición legal de una mujer en Israel era menor que la del hombre. Aunque el esposo podía divorciarse de la esposa por cualquier cosa indecente, no había ninguna ley que sugiriera que una esposa se pudiera divorciar del marido (Deu 24:1-4). A las esposas se les podía requerir que atravesaran una prueba de los celos si el esposo sospechaba de infidelidad de parte de ella, pero no había ninguna ley que permitiera que la esposa requiriera lo mismo del marido (Núm 5:11-31).
Las leyes hebreas ciertamente ofrecían protección para las mujeres. Si un esposo agregaba una segunda esposa, no se le permitía que ignorara las necesidades de la primera (Éxo 21:10). Incluso la mujer que era llevada cautiva durante la guerra tenía derechos (Deu 21:14), y un hombre que era hallado culpable de violar a una mujer era apedreado hasta morir (Deu 22:23-27). A pesar de que los hombres eran por lo común dueños de las propiedades, las hijas podían recibir la herencia de sus padres si no había hijos varones en la familia (Núm 27:8-11). La dote para las mujeres a menudo se pasaba por alto. Puesto que la dote teóricamente le pertenecía a la novia, algunos han sugerido que este presente representaba la parte de las posesiones del padre que le pertenecían a la hija. Ella recibía la “herencia” en el momento del matrimonio, en tanto que los hermanos tenían que esperar hasta la muerte del padre para recibir su parte.
La Biblia identifica a mujeres que participaron activamente en la sociedad antigua: Débora, profetisa y jueza; Ester, una reina cuyas habilidades diplomáticas salvaron de la extinción a los judíos; Lidia, una empresaria con un negocio próspero. En vista de que la participación femenina en actividades civiles y comerciales es la excepción más que la regla, esto no disminuye el valioso papel de la mujer en la sociedad. Desde el mundo antiguo hasta la actualidad, la sociedad permanece o cae en función de su infraestructura, o sea, la familia, sobre la cual preside la esposa y madre.
Se espera que los hijos respeten tanto a la madre como al padre de manera equitativa (Éxo 20:12), aunque ellos constituían la tarea especialmente asignada a las madres (Éxo 21:15; Pro 1:8; Pro 6:20; Pro 20:20). Los nombres de las madres aparecían en las biografías de los sucesivos reyes (2Cr 24:7; 2Cr 27:6). Desobedecer o maldecir a cualquiera de los padres se castigaba con el apedreamiento (Deu 21:18-21). Si un hombre y una mujer eran atrapados en el acto de adulterio, ambos tenían que ser apedreados (Deu 22:22).
El esposo ejercía su liderazgo espiritual al presentar sacrificios y ofrendas por la familia (Lev 1:2), pero solo las mujeres ofrecían un sacrificio después del nacimiento de un hijo (Lev 12:6). Las mujeres también participaban en la adoración pero no se les requería presentarse delante del Señor como sucedía con los hombres (Deu 29:10; Neh 8:2; Joe 2:16). Es probable que esta participación opcional se debiera a las responsabilidades que tenían como esposas y madres (1Sa 1:3-5; 1Sa 1:21-22).
Nuevo Testamento
Jesús les ofreció a las mujeres roles nuevos y una condición de igualdad dentro de Su reino. La primera en dar testimonio de la resurrección de Jesús fue una mujer (Mat 28:8-10). Las mujeres seguían a Jesús junto con las multitudes (Mat 14:21), y Jesús mencionó mujeres y aspectos femeninos en sus parábolas e ilustraciones (Mat 13:33; Mat 25:1-13; Luc 13:18-21; Luc 15:8-10; Luc 18:1-5).
En el NT, las narraciones del nacimiento y la infancia señalan una cantidad notable de mujeres. Mateo incluye cuatro –Tamar, Rahab, Rut y Betsabé– en la genealogía de Cristo (Mat 1:3; Mat 1:5-6). El Mesías iba a venir a través de estas mujeres a las que Dios les había extendido Su perdón. Jesús les habló (Jua 4:1-54) y les enseñó en forma individual y privada (Luc 10:38-42). Un grupo de mujeres viajaba a menudo con Él (Luc 8:1-3) y Él frecuentemente hablaba muy bien de ellas (Mat 9:20-22; Luc 21:1-4). Jesús salvaguardó los derechos de las mujeres, especialmente en sus enseñanzas sobre matrimonio y divorcio (Mat 5:27-32; Mat 19:3-9). Que Jesús invirtiera tiempo y energía en enseñarles indica que veía en ellas no solo perspicacia intelectual sino también sensibilidad espiritual.
Jesús trató a hombres y mujeres como iguales en cuanto al privilegio espiritual, pero diferentes en la actividad espiritual. Ni entre los 12 discípulos ni entre los 70 que Él envió había mujeres (Luc 10:1-12). La Cena del Señor se instituyó dentro de un grupo de hombres (Mat 26:26-29). La selectividad de Jesús no minimizaba de ninguna manera los ministerios que Él recibía con gratitud de parte de mujeres piadosas, ya sea en palabras de aliento, hospitalidad y presentes para sobrellevar Su obra. Jesús elevó a un plano de importancia renovada las responsabilidades domésticas que las mujeres utilizaron en el servicio para Él.
Opinión de los antiguos
Los Padres Apostólicos ciertamente hablaron acerca de la mujer. Mayormente hicieron comentarios sobre la responsabilidad que tenía la iglesia de ocuparse de las viudas. Se elogia la tarea de las mujeres cristianas en el cuidado de sus hogares y la instrucción apropiada de los hijos.
Aunque las declaraciones de los padres de la iglesia pueden parecer injustas y prejuiciosas hacia las mujeres, no hay que ignorar que estos líderes estaban de acuerdo en reconocer que el hogar era el lugar para la mujer. Existen muchas evidencias con respecto a que, dentro del hogar, se hacía mucho énfasis en proteger a la mujer y en elevar la importancia de su función. Los padres de la iglesia también le asignaron a la mujer la posición de subordinación, pero era a través de esta característica que ella recibía honra y responsabilidad en su ámbito, o sea, el hogar.
Pensamiento rabínico
La actitud judía hacia las mujeres fuera del canon de las Escrituras era en ocasiones discriminatoria y degradante. Muchos rabinos no les hablaban a las mujeres ni les enseñaban. En los escritos rabínicos tal desprecio se demuestra en su comentario sobre las Escrituras, y se puede atribuir al legalismo rabínico. Aunque Israel en ocasiones no les daba a las mujeres la honra y el reconocimiento apropiados, la Ley de Israel protegía la vulnerabilidad que ellas tenían (por ej., la viuda mediante la práctica del matrimonio por levirato, Deu 25:5-10).
En el judaísmo, solo los hombres componían la mayoría requerida y cumplían con los deberes religiosos en la adoración. Las mujeres ni siquiera se sentaban con los hombres. Es probable que se las haya liberado de obligaciones religiosas públicas a fin de que desempeñaran los rituales espirituales en el hogar y no se vieran estorbadas en la crianza de los hijos. La diferencia no está en que un papel sea mejor que el otro sino que cada uno es importante en su correspondiente contribución.
La ayudante: Una función diferente
Aunque el uso contemporáneo de “ayudante” (heb. ezer) generalmente se entiende como alguien que ocupa una posición de servicio, este término en el AT simplemente describe la asistencia ética, espiritual y física a una persona que padece necesidad. La palabra “ayudante” define el papel de una mujer dentro de la diferencia funcional entre el esposo y la esposa. Cualquier persona que ayuda proporciona respaldo, acompaña, ofrece consejo sin exigir conformidad, y actúa en respuesta a una necesidad presente.
“Ayudante” es quien provee lo que le falta al otro, aquel que puede hacer lo que el otro no puede realizar solo. El Señor se acerca como ayudador para asistir al necesitado, no porque Él sea inferior o relegado a tareas de servicio, sino más bien, porque solo Él posee lo que es necesario para suplir las necesidades (Éxo 18:4; Deu 33:7; Ose 13:9; Sal 70:5). El Señor puede escoger aplicar los poderes de Su deidad a los asuntos humanos.
Las asignaciones generales dentro del orden divino no han cambiado, pero el líder siempre posee la prerrogativa de decidir actuar como ayudante. El matiz de significado del término “ayudante” no está relacionado con la dignidad y la condición de la persona sino que, más bien, alude al papel o función; por ejemplo, el ámbito donde se tiene que ofrecer la ayuda.
La mujer, como ayudante, limita su subordinación a su función y rol, pero ella es completa dentro de esa tarea. Esta limitación autoimpuesta no invalida los talentos superiores que pueda tener sino que pone todos sus dones y habilidades a disposición de la persona a quien está consagrada a ayudar.
La mujer es la que le “corresponde a él” (“idónea para él” RVR1960), sin ser ni inferior ni superior sino semejante e igual a él en su condición de persona. Uno se corresponde con el otro de manera complementaria.
Para que el hombre pudiera llevar a cabo el plan del Creador para su vida, necesitaba la ayuda de alguien que le correspondiera en todos los aspectos, alguien que fuera su pareja para continuar con las generaciones como así también para cumplir con las responsabilidades de dominio que Dios le había asignado al hombre. Solo la mujer es la ayudante que le corresponde al hombre como pareja para proveerle algo diferente a lo que él se proporciona a sí mismo.
El fundamento de la institución divina del matrimonio se encuentra en la necesidad del hombre y la capacidad de la mujer para suplir esa necesidad; una reciprocidad diseñada por el Creador. La mujer no es de ninguna manera el resultado del plan o la acción del hombre, ya que Dios la creó mientras Adán se hallaba en un sueño profundo (Gén 2:21). La intimidad no se tiene que entender como pérdida de singularidad del hombre o de la mujer; ni tampoco sugiere que la identidad de uno debe ser absorbida por el otro. La unidad entre hombre y mujer, que fue idea de Dios, nunca quiso negar la singularidad de las individualidades ni de las personalidades.
El reino de Cristo
Las Escrituras afirman que en la iglesia primitiva las mujeres se desempeñaban en el servicio, con influencia en el liderazgo y en la enseñanza. María, la madre de Marcos, y Lidia de Tiatira abrieron sus casas para que se reunieran los creyentes y practicaron hospitalidad (Hch 12:12; Hch 16:14-15). Pablo encomendó la tarea de Febe (Rom 16:1-2), y empleó mujeres en el servicio del reino (Flp 4:3). Priscila, junto con su esposo Aquila, instruyó a Apolos en un ministerio individual (Hch 18:26). Las mujeres se ofrecían para prestarles servicios especiales a Jesús (Jua 12:1-11).
A algunas mujeres se las identifica como profetisas: María, que lideraba a las mujeres de Israel (Éxo 15:20); Hulda, cuya única profecía de las Escrituras fue para un hombre que la consultó en su casa (2Re 22:14-20); Noadías, que fue catalogada como profetisa falsa (Neh 6:1-14); Ana, quien profetizaba en el templo (Luc 2:36-40), y las hijas de Felipe (Hch 21:9). Por su arbitrio divino, Dios también se reserva el derecho de irrumpir la historia con lo inesperado o extraordinario, como es el caso de haber llamado a Débora para que fuera jueza de Israel (Jue 4:1-24; Jue 5:1-31).
No existe ninguna evidencia en cuanto a eliminar a las mujeres del servicio del reino. Más bien, se las anima a trabajar dentro del marco divinamente otorgado basado en el orden natural de la creación y las características de la función. Pablo elogió el aprendizaje en las mujeres (1Ti 2:11). Exhortó a las espiritualmente maduras para que instruyeran a las más jóvenes y les delineó lo que debían enseñar (Tit 2:3-5). A las mujeres se las amonesta para que compartan el evangelio (1Pe 3:15), y las madres y los padres deben enseñarles a sus hijos mediante su manera de vivir (Deu 6:7-9). Las mujeres pueden orar y profetizar en la iglesia (1Co 11:5), pero se establecen límites dentro de los cuales ejercer sus dones. Solo se presentan dos restricciones: enseñarles a los hombres y gobernar sobre ellos; y esto dentro de dos esferas, el hogar y la iglesia (1Ti 2:11-15). Ver Antropología; Humanidad; Pecado.

Dorothy Patterson

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