Significado de ROMA Y EL IMPERIO ROMANO Según La Biblia | Concepto y Definición

ROMA Y EL IMPERIO ROMANO Significado Bíblico

¿Qué Es ROMA Y EL IMPERIO ROMANO En La Biblia?

Dominio internacional ejercido por el gobierno de Roma, Italia, después del 27 a.C., cuando desapareció la República Romana y nació el Imperio. Demostrar con claridad las razones de la caída de la república es tan improbable como hacerlo en relación al posterior derrumbe de dicho imperio. Fueron producto de una compleja interrelación de varios componentes que incluyeron: cambios en los valores, la riqueza y la educación de las clases altas; innovaciones en las finanzas, la agricultura y el comercio; expansión del senado; alto aumento de la tasa poblacional; disturbios entre clases sociales; problemas para mantener el orden tanto en el distrito de Roma como en los circundantes, y dificultades para reclutar personal suficiente para el ejército. El factor principal de su desaparición parece haber sido político. El senado perdió el control político del estado. Aprovechando ese vacío, Julio César avanzó con ambiciones de control que el senado no pudo tolerar. A principios del 44 a.C., Julio César se declaró dictador perpetuo, lo cual provocó que fuera asesinado en los idus de marzo por un grupo de homicidas del senado liderado por Bruto y Casio. Los generales del César, Antonio y Lépido, junto con Octavio, heredero del César, formaron un triunvirato provisorio. Derrotaron a los asesinos del César en la batalla de Filipos en el 42 a.C. Esto resultó finalmente en la exclusión de Lépido y la división del imperio en Occidente, controlado por Octavio, y Oriente, regido por Antonio. El fracaso militar de Antonio contra los partos lo llevó a depender demasiado de los recursos de Egipto y dio lugar, en consecuencia, a una influencia desmesurada de la reina Cleopatra de este país sobre este gobernante. Octavio pudo utilizar la dependencia egipcia de Antonio en su contra y persuadir al senado de que este último quería convertir Alejandría en la capital del Imperio. Ambos condujeron sus ejércitos a un enfrentamiento en Actium, Grecia, en el 31 a.C., que resultó en la derrota de Antonio y, finalmente, el suicidio de este y de Cleopatra. Octavio se convirtió en el único soberano, y en el 27 a.C. tomó el nombre de César Augusto. La república se transformó en imperio y Octavio se convirtió en lo que Julio César había soñado ser: el primer emperador de Roma.
Augusto fue sumamente eficiente como administrador y solucionó muchos problemas de la antigua república. A diferencia de Julio César, trató al senado con respeto y fue retribuido de la misma manera. Como hijo adoptivo del gobernante anterior, heredó el afecto del ejército. Tan popular fue esta relación que, a partir de Augusto, cada emperador debía ser hijo real o adoptivo del emperador anterior para contar con la lealtad del ejército y de todo el imperio. Augusto redujo gradualmente de 1000 a 600 la cantidad de miembros del senado e hizo que la membresía fuera hereditaria. Sin embargo, se reservó el privilegio de designar a nuevos senadores.
Compartir el poder con las provincias del imperio fue un gran logro. Se crearon provincias senatoriales bajo su jurisdicción y se les asignaba gobernadores o procónsules. Eran provincias pacíficas que, en general, no requerían la presencia del ejército de manera extraordinaria. Galión, el hermano de Séneca, fue nombrado procónsul de la provincia de Acaya, situada al sur de Grecia, en el 51 d.C. durante la época en que Pablo estuvo en Corinto (Hch 18:12). Las provincias imperiales eran controladas por el emperador, quien a su vez designaba procuradores para estas regiones de potencial inestabilidad, donde estaban apostados legiones o ejércitos romanos. Poncio Pilato fue uno de esos procuradores o gobernadores en Judea (Luc 3:1). Augusto inició un amplio programa de reforma social, religiosa y moral. Las parejas que estaban de acuerdo en tener hijos recibían beneficios especiales. El adulterio, que con anterioridad había sido ampliamente disculpado, pasó a considerarse delito público sujeto a severos castigos. Se puso especial énfasis en la religión tradicional y se renovaron 82 templos paganos. Muchos cultos antiguos fueron restaurados, lo cual acentuó aun más la visión tradicional de que la paz y la prosperidad de la república dependían del cumplimiento adecuado del deber religioso. Augusto se convirtió en sumo pontífice en el 12 a.C., y esto lo estableció como cabeza política y religiosa del estado.
Se emprendió un amplio programa de viviendas. Augusto agregó otro foro a los ya existentes (Foro Romano y Foro de [Julio] César). El foro cumplía la función de centro judicial, religioso y comercial de la ciudad, e incluía basílicas, templos y pórticos. Más tarde, Vespasiano, Nerva y Trajano construyeron otros foros, todos ellos ubicados al norte del antiguo Foro Romano. Entre las variadas estructuras nuevas había teatros, bibliotecas, templos, baños, basílicas, arcos y depósitos. Se construyó el primer anfiteatro romano permanente con el solo propósito de entretenimiento. Se construyeron extensos sistemas de suministro de agua que incluían lagos artificiales, canales, acueductos y controladores de inundaciones. Se renovó el sistema de cloacas. Se creó un cuerpo de policía de 3000 hombres y uno de bomberos de aprox. 7000.
Los primeros emperadores rigieron durante la época inicial del movimiento cristiano en el Imperio Romano. Jesús nació durante el reinado de Augusto (del 27 a.C. al 14 d.C.) y llevó a cabo Su ministerio durante el reinado de su sucesor, Tiberio (del 14 d.C. al 37 d.C.; comp. Luc 3:1). La imagen de Tiberio estaba estampada en el denario de plata al que Jesús se refirió en un debate sobre los impuestos (Luc 20:20-26). Alrededor del 18 d.C., Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, estableció su capital en la costa oeste del Mar de Galilea y la llamó Tiberias en honor al emperador Tiberio. Este fue un comandante militar extremadamente capaz y buen administrador que a su muerte dejó un gran superávit en el tesoro. Siguió el ejemplo de Augusto al no expandirse más allá de los límites de su imperio y evitar así la guerra. La pax romana que había iniciado Augusto fue preservada, lo cual permitía viajar por todo el imperio de manera sencilla y segura. Sin lugar a dudas, Pablo se refiere a esto en Gál 4:4 cuando escribe: “Pero cuando vino la plenitud (el cumplimiento) del tiempo, Dios envió a Su Hijo” (NBLH). Tiberio nunca fue popular con el senado y después del 26 d.C., cuando se le presentó la oportunidad, dejó Roma y se recluyó voluntariamente en la Isla de Capri para gobernar el imperio desde allí. Ese año, Poncio Pilato fue designado gobernador de Judea, cargo que cumplió hasta el 36 d.C., un año antes de la muerte del emperador, que ocurrió en el 37 d.C.
A Tiberio lo sucedió su sobrino nieto Cayo (Calígula), un desequilibrado mental que demostró ser desastroso. La mayor parte del ministerio de Pablo tuvo lugar durante su reinado (del 37 d.C. al 41 d.C.) y el de su sucesor, su anciano tío Claudio (del 41 d.C. al 54 d.C.). Se dice que Claudio expulsó de Roma a los judíos que ocasionaban disturbios a causa de Cristo (comp. Hch 18:2). En un comienzo, los contemporáneos de Claudio lo consideraron inepto, pero luego demostró enorme talento para la administración y se convirtió en uno de lo emperadores romanos más competentes. Fue responsable de la conquista del sur de Britania (43 d.C. al 47 d.C.), aunque le llevó otros 30 años dominar el norte de ese territorio y Gales. En un sarcófago descubierto recientemente en el cementerio de la familia Goliat en el límite oeste de Jericó, se menciona a su cuarta esposa, Agripina. Ella envenenó a Claudio en el 54 d.C. para acelerar la sucesión de su hijo Nerón, fruto de un matrimonio anterior.
Nerón (54–68 d.C.) en algunos aspectos fue peor que Calígula. Era un hombre sin escrúpulos morales ni interés alguno en el pueblo romano, salvo explotarlos. Aparentemente, tanto Pablo como Pedro fueron martirizados durante su reinado. Esto tal vez tenga relación con el incendio de Roma en el 64 d.C., hecho del cual Nerón culpó a los cristianos. El historiador romano Tácito escribió que cuando el fuego se extinguió, solo cuatro de los catorce distritos de Roma permanecían intactos. No obstante, Pablo escribió: “Todos los santos os saludan, especialmente los de la casa del César” (Flp 4:22 LBLA). El hedonismo y la absoluta irresponsabilidad de Nerón lo llevaron inevitablemente a la muerte. El levantamiento de Galba, uno de sus generales, hizo que Nerón se suicidara.
Galba, Otón y Vitelio, tres generales-emperadores sucesivos, murieron durante el año de guerra civil que siguió a la muerte de Nerón (68–69 d.C.). El sucesor de Vitelio fue Vespasiano, uno de los comandantes que había conquistado Britania para Claudio y que estaba en Judea sofocando el primer levantamiento judío. Fue declarado emperador por las legiones de Siria y del Danubio, y volvió a Roma para asumir el cargo tras dejar a su hijo Tito para que completara la destrucción de Jerusalén y el templo al año siguiente (70 d.C.). Este evento fue profetizado por Jesús hacia el final de Su vida cuando dijo: “Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca” (Luc 21:20 LBLA).
Las dinastías aristocráticas de Julio y Claudio que habían reinado hasta la muerte de Nerón fueron felizmente remplazadas por la dinastía de Flavio, que surgió de la clase media rural de Italia y reflejó un enfoque más modesto y responsable en el uso del poder. El reinado de Vespasiano (69–79 d.C.) fue sucedido por su hijo Tito, cuyo gobierno fue breve (79–81 d.C.). A su muerte lo sucedió su hermano Domiciano (81–96 d.C.). Eusebio, historiador del siglo IV, relató que el apóstol Juan fue exiliado a Patmos (comp. Apo 1:9) durante el reinado de Domiciano. Eusebio también afirmó que durante el reinado de Nerva, el senado despojó a Domiciano de sus honores y liberó a los exiliados para que volvieran a su tierra, lo cual permitió que Juan regresara a Éfeso.
El reinado de Nerva fue breve, duró poco más de un año (96–98 d.C.). Lo sucedió Trajano (98–117 d.C.), que tiñó de rojo el imperio con sangre de cristianos. Su persecución fue más severa que la instituida por Domiciano. En el siglo II, Ireneo escribió que Juan murió en Éfeso durante el reinado de Trajano. La persecución de la iglesia descrita en Apocalipsis probablemente refleje la iniciada por Trajano y Domiciano. El primero, hijo adoptivo de Nerva, fue el primer emperador originario de una provincia. Su familia era de la zona de Sevilla, España. Marco Aurelio, un emperador subsiguiente de ascendencia española (161–180 d.C.), también persiguió a la iglesia.
Al casarse, Trajano adoptó a su sobrino Adriano y este lo sucedió en el trono (117–138 d.C.). Ya en los comienzos abandonó las tentativas parcialmente exitosas de su antepasado de conquistar el Oriente. Pasó más de la mitad de su reinado viajando por todo el imperio e involucrándose profundamente en la administración de las provincias, actividad en que demostró gran talento. En todo el mundo mediterráneo han quedado evidencias de su inclinación por la construcción, entre lo que se incluyen el arco de entrada a los predios del templo ateniense de Júpiter, el arco de Ecce Homo en Jerusalén, su villa cerca de Roma y el magnífico Panteón romano cuya construcción perfectamente conservada continúa asombrando a los turistas. Sin embargo, quienes más recordarán a Adriano serán aquellos de tradición judeocristiana debido a su intento de helenizar Jerusalén. Con este propósito le cambió el nombre a la ciudad por Aelia Capitolina, erigió un templo para él y Zeus en el lugar donde anteriormente se encontraba el templo de Salomón, y prohibió la circuncisión. La forma brutal con que sofocó el levantamiento inevitable (132–135 d.C.) fue coherente con su afirmación de ser otro Antíoco Epífanes (helenista del siglo II a.C. que, siendo rey de Siria, también profanó el templo de los judíos y precipitó la rebelión de los macabeos). Ver Intertestamentario, Período.

El éxito del Imperio Romano dependía de la habilidad de las legiones para mantener paz. La Pax romana fue la clave para la prosperidad y el éxito. El griego y el latín eran idiomas universales; no obstante, la mayoría de los países conquistados también conservaron sus propios idiomas, entre los que se incluían el celta, el germano, el semítico, el camítico y el bereber. Desde aquel entonces, el mundo no ha sido capaz de comunicarse con tanta eficacia en idiomas comunes. Si se incluye el Mar Mediterráneo, el Imperio Romano tenía aprox. el tamaño del territorio continental de los Estados Unidos de América. Se extendía desde Britania hasta Arabia y desde Alemania hasta Marruecos. En tres semanas se podía ir en barco desde un extremo al otro del Mediterráneo. De una manera menos efectiva, se podían recorrer 145 km (90 millas) por día por la magnífica red de caminos que entrecruzaba todo el imperio, incluidas la Vía Apia y la Vía Ignacia.
La calidad de la cultura grecorromana diseminada por Roma fue más contundente en las zonas lindantes al Mediterráneo y más débil en aquellas alejadas de las rutas principales de comunicación. La resistencia más eficiente a la cultura se encontró, como era de esperarse, entre los países orientales como Egipto, Siria, Mesopotamia y el Levante (Siria-Palestina), que tenían una historia de civilización más antigua. El oeste de Europa, con una historia comparativamente reciente y no civilizada, no presentó oposición y en poco tiempo se vio inmerso de manera total y permanente en el fenómeno de la civilización occidental.
La educación en el imperio era patrimonio exclusivo de los ricos. Los pobres no tenían ni tiempo, ni dinero ni necesidad de una educación que fue ideada para preparar a las clases altas para puestos de servicio público. El objetivo de la educación era dominar la palabra hablada. La vida cívica exitosa estaba ligada a competencia en el manejo del idioma. La oratoria era indispensable. Las principales materias de estudio eran gramática y retórica, que ponían más énfasis en el estilo que en el contenido. Entre los autores latinos, los más estudiados eran Virgilio, Terencio, Salustio y Cicerón, mientras que entre los griegos, los favoritos eran Homero, Tucídides, Demóstenes y los dramaturgos áticos.
En los comienzos del imperio, la religión era diversa y hasta caótica. Tanto políticos como filósofos intentaban ordenar la religión del mismo modo que habían ordenado otros aspectos de la vida romana. El emperador romano era la cabeza de la religión de estado, que consistía en adorar al emperador y a los dioses tradicionales de Roma. Al emperador se lo consideraba semidivino mientras vivía, y un dios después de su muerte. Es posible que Juan, cuando menciona el lugar “donde está el trono de Satanás” (quizás refiriéndose al altar de Zeus; Apo 2:13 LBLA), se haya referido al culto al emperador en Pérgamo, lugar donde se había erigido el primer templo asiático para un emperador romano. Abundaban las religiones de misterio como el mitraísmo y la adoración de Cibeles e Isis. Los sistemas filosóficos como el epicureismo y el estoicismo funcionaban casi como religiones para los intelectuales agnósticos. El judaísmo, con su énfasis monoteísta, y el cristianismo, con su origen judío y un código de ética y moral igualmente elevado, eran anomalías. El conflicto inevitable entre judeocristianos y romanos fue un conflicto entre monoteísmo y politeísmo, entre moralidad e inmoralidad.

John McRay

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