Significado de SANGRE Según La Biblia | Concepto y Definición

SANGRE Significado Bíblico

¿Qué Es SANGRE En La Biblia?

Término con significados que abarcan profundos aspectos de la vida humana y el deseo de Dios de transformar la existencia de los seres humanos. La sangre está íntimamente asociada con la vida física. Sangre y “vida” o “ser viviente” están ligados. Los hebreos del AT tenían prohibido comer sangre. “Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne. No la comerás; en tierra la derramarás como agua” (Deu 12:23-24). Para los agricultores, este mandamiento enfatizaba el valor de la vida. Aunque la muerte siempre estaba presente, la vida era sagrada, y no se debía considerar con liviandad.
El carácter sagrado de la vida se enfatiza aun cuando el AT habla acerca del sacrificio animal y la expiación. “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Lev 17:11). Es probable que, debido a que se entregaba la vida de un animal (y los animales eran parte vital de las posesiones de una persona), esta acción que se presentaba delante de Dios indicara lo alejada que estaba de Él esa persona. Al entregar lo que era de gran valor, la persona que ofrecía el sacrificio mostraba que la reconciliación con Dios requería una vida, el elemento básico de la existencia humana. No resulta clara la forma en que la entrega de un animal daba como resultado redención y reconciliación. Lo que sí resultaba claro era que la expiación era algo costoso. Solo el NT pudo demostrar lo costoso que fue.
Carne y sangre
Esta frase designa a un ser humano. Cuando Pedro confesó que Jesús era el Mesías, Jesús le dijo: “…no te lo reveló ni carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat 16:17). Ningún agente humano le informó a Pedro; el Padre mismo le reveló esta verdad. Cuando “carne y sangre” se utiliza en relación a Jesús, designa la totalidad de Su persona: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Jua 6:56). El versículo siguiente muestra que comer “sangre y carne” es un lenguaje ampliamente metafórico sobre compartir la vida que otorga Jesús, “…asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Jua 6:57).
Cuando Pablo utilizó la frase “carne y sangre” en 1Co 15:50, se refirió a la existencia humana pecadora: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. La pecaminosidad de los seres humanos los descalifica como herederos del reino de Dios. En Gál 1:16, Pablo utilizó “carne y sangre” como sinónimo de seres humanos con quienes no consultó después de su conversión. Pablo dijo que su evangelio había llegado directamente de Dios.
En Efe 6:12, Pablo presenta un retrato de los creyentes en conflicto donde la lucha no es “contra sangre y carne” sino contra poderes demoníacos más poderosos y elevados, “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Desde luego que los creyentes encuentran oposición a Cristo y al evangelio de parte de otros seres humanos, pero detrás de toda oposición humana hay una oposición demoníaca-satánica. Los seres humanos deciden identificarse con la maldad moral. Nosotros luchamos contra los líderes demoníacos de la rebelión moral.
Finalmente, la frase “carne y sangre” a veces designa la naturaleza humana sin relación con la maldad moral. Jesús, al igual que los demás hijos de Su pueblo, participó de “carne y sangre” (Heb 2:14). Debido a que lo hizo, pudo morir una muerte singular y expiatoria. Él era plenamente humano y, aún así, más que humano; Él era Dios y hombre.
Después del diluvio Dios renovó el mandato original de que Noé y sus hijos fuesen fructíferos y se multiplicaran (Gén 9:1). No tenían que comer la carne con su vida, lo cual se refiere a la sangre (Gén 9:4). En consecuencia, el asesinato estaba prohibido (Gén 9:5-6). La razón se explica de este modo: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén 9:6). El asesinato es un ataque a Dios porque el asesino destruye a alguien hecho a la imagen divina.
En Deu 21:1-9 leemos acerca de una elaborada ceremonia que los ancianos llevaban a cabo cuando una persona era asesinada en los campos cerca de la ciudad. Tenían que orar pidiendo el perdón del Señor mediante la expiación: “Perdona a tu pueblo Israel, al cual redimiste, oh Jehová; y no culpes de sangre inocente a tu pueblo Israel. Y la sangre les será perdonada” (Deu 21:8; ver v. Deu 21:9). Se suponía que la víctima era inocente y la comunidad era considerada culpable. Una persona que mataba accidentalmente a otra tenía seis ciudades a donde podía huir y demostrar allí su inocencia (Jos 20:1-9). Debía huir porque el vengador de la sangre (el pariente más cercano de la persona asesinada) tenía la obligación de matar al individuo que había asesinado a su pariente (Núm 35:1-34).
Cuando Pilato vio que en el juicio de Jesús la justicia se estaba distorsionando, se lavó simbólicamente las manos y declaró su inocencia diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mat 27:24). El pueblo respondió con ingenuidad: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mat 27:25).
La sangre de los sacrificios, la sangre del pacto
El gran acontecimiento histórico del AT fue el éxodo de Egipto. Un aspecto central de ese evento fue el ofrecimiento de un cordero de las ovejas o las cabras (Éxo 12:5). La sangre de ese cordero se debía colocar en la parte superior y en los dos costados del marco de la puerta (Éxo 12:7; Éxo 12:22-23). Cuando el ángel pasara destruyendo a los primogénitos de Egipto, iba a pasar de largo frente a las casas de la zona israelita de esa tierra que estuvieran marcadas de este modo. En términos de sus efectos redentores, ninguno de los sacrificios diarios realizados a lo largo del AT (ver Levítico) fue tan drástico como el sacrificio de la Pascua.
Casi tan espectacular como la Pascua fue la ceremonia de celebración del tratado pactado en Sinaí entre Yahvéh y Su pueblo del pacto, los israelitas (Éxo 24:1-8). Moisés tomó la sangre de un buey y la colocó en dos recipientes. Una mitad la derramó sobre el altar y la otra sobre el pueblo (Éxo 24:6-8). Moisés declaró: “He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho (literalmente, “cortado”) con vosotros sobre todas estas cosas”. El pueblo prometió solemnemente actuar conforme a dicho pacto (Éxo 24:3; Éxo 24:7).
Cuando Jesús inauguró el nuevo pacto después de Su última Pascua con los discípulos, declaró: “Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mat 26:28). Lucas dice: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros es derramada” (Luc 22:20). Testamento en estos casos significa pacto. Jesús, el Dios-hombre, entregó Su vida y experimentó la realidad de la muerte para que aquellos que se identifiquen con Él puedan experimentar Su vida y no gustar jamás la muerte como lo hizo Él. Jesús murió cargando con el pecado para que nosotros pudiésemos vivir para la justicia y ser sanados (1Pe 2:24).
La sangre de Cristo—significado y efectos
El término “la sangre de Cristo” en el NT designa la muerte expiatoria de Cristo. La expiación se refiere al fundamento y al proceso por el cual las personas alejadas se ponen de acuerdo con Dios. Cuando nos identificamos con Cristo, ya no estamos enfrentados con Dios. El significado de la muerte de Cristo es un gran misterio. El NT procura expresar este significado de dos maneras: en el lenguaje sacrificial y en el legal, que proveen analogías útiles. No obstante, el significado de la muerte de Cristo va mucho más allá de una ampliación de los sacrificios animales o una espiritualización de las transacciones legales. En algunas ocasiones el lenguaje legal y el sacrificial se hallan juntos.
En el lenguaje sacrificial tenemos “propiciación” (remoción de los pecados, Rom 3:25); “rociados con la sangre de Jesucristo” (1Pe 1:1-2); redimidos “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1Pe 1:19); “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1Jn 1:7); la sangre que “limpiará vuestras conciencias” (Heb 9:14), y “la sangre del pacto eterno” (Heb 13:20). En el lenguaje legal tenemos “justificación” (Rom 5:16; Rom 5:18); “redención” (Efe 1:7); ser redimidos por Dios por medio de Su sangre (Apo 5:9). Dichas metáforas demuestran que solo Dios podía proveer la expiación; Jesús, el Dios-hombre, fue al mismo tiempo el sacerdote y la ofrenda, el redentor y el que se relaciona íntimamente con el redimido.

A. Berkeley Mickelsen

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