Tito 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Comienza, como en Rom 13:1., con una exhortación a someterse a las autoridades legítimas: «Recuérdales (esto es, hazles a la memoria) que se sometan a los gobernantes (y) a las autoridades, que obedezcan (gr. peitharkheín, obedecer a los que gobiernan), que estén preparados (gr. etoímous, prestos, prontos, lo que indica una disposición interior) para toda obra buena» (v. Tit 3:1; comp. con 2Co 9:8; Efe 2:10; Col 1:10; 1Ti 2:10; 1Ti 5:10; 2Ti 2:21; 2Ti 3:17). Al referirse, en Tit 1:16, a los judíos trastornadores, ha dicho que estaban descalificados en cuanto a toda obra buena. A los fieles, en cambio, pide que estén prestos para toda obra buena. Esto tiene estrecha relación con la sumisión y obediencia a las autoridades, pues, como dice D. Guthrie, «donde la buena ciudadanía demanda acción comunitaria, él (el cristiano) debe ser siempre cooperativo, con tal que no esté implicada ninguna cuestión de conciencia».

2. Dice luego (v. Tit 3:2) cómo han de comportarse con sus conciudadanos: «Que no calumnien a nadie, que sean pacíficos y comprensivos y que se muestren genuinamente humildes en su relación con toda clase de personas» (NVI). Analicemos algunos términos para entenderlos mejor:

(A) El verbo blasphemeín, que aquí usa Pablo, significa, en este contexto, decir mal, lo cual puede entenderse de varias maneras: insultar o injuriar (como traduce Collantes); mejor, calumniar o difamar, esto es, hacer daño de palabra (como traducen la mayoría de las versiones). De labios de creyentes no debe oírse semejante lenguaje.

(B) El griego amákhous designa a los que no son amigos de luchas, es decir, los que se abstienen de toda pelea, contienda o pendencia. Esta recomendación era especialmente necesaria «en una sociedad donde por todas partes había de tropezarse con hombres de mentalidades opuestas» (Collantes).

(C) El adjetivo epieikés ha salido ya en Flp 4:5 y 1Ti 3:3, y su mejor traducción es indulgente, con tal que, en esa expresión, no se vea asomo de debilidad o connivencia con el mal, sino una benignidad que, al ser comprensiva con la debilidad ajena, es ecuánime y benévola, sin el espíritu justiciero de quien exige siempre medidas estrictas.

(D) La virtud que corona a las otras tres que la preceden es la mansedumbre o dulzura de ánimo, fruto directo de la humildad. Como el término manso tiene hoy día tonalidades peyorativas (cobarde, débil, lento, etc.), la NVI ha optado por traducirlo por «genuinamente humildes», pero quizás convendría conservar lo de mansedumbre, vertiendo, en cambio, apacibles (en lugar de mansos) en Mat 5:5 y 1Pe 3:4. Esta mansedumbre, lo hemos dicho más de una vez, no tiene nada de cobardía, sino que, más bien, es la quintaesencia de la valentía, como lo es del dominio de sí mismo. Virtud muy rara porque es virtud muy alta, ya que en las altas cimas escasea la vegetación.

(E) Lo de «en su relación con toda clase de personas» añade nuevo brillo a la virtud de la mansedumbre, puesto que no es difícil mostrarse apacible con quienes son amigos, virtuosos, apacibles; pero serlo también cuando hay que corregir a los que caen en alguna falta (Gál 6:1) o a los que se oponen y contradicen (2Ti 2:25), ya es más difícil. El que guarda su ánimo sereno frente a todas las embestidas de enemigos y contradictores es un genuino seguidor del Crucificado (v. 1Pe 2:19-23; 1Pe 3:8-18; 1Pe 4:12-19).

3. El mejor modo de estar preparados para ser apacibles, comprensivos, y benévolos hacia los demás es considerar: primero, lo que la benignidad de Dios soportó en nosotros antes de nuestra conversión (v. Rom 2:4); segundo, lo que la gracia de Dios hizo en nosotros cuando nos salvó.

(A) «Porque también nosotros éramos en otro tiempo insensatos (gr. anóetoi. El mismo vocablo de Luc 24:25; Rom 1:14; Gál 3:1, Gál 3:3 y 1Ti 6:9), desobedientes (o rebeldes; el conocido apeithéis), extraviados, sirviendo como esclavos (participio de presente) a concupiscencias y placeres de diversos colores (gr. poikílais, el mismo vocablo de 2Ti 3:6), pasando la vida (gr. diágontes, participio de presente) en malicia y envidia, odiosos (gr. stuguetoi, única vez que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento), es decir, aborrecibles, dignos de odio por parte de Dios y de los hombres, tanto de los buenos como de los malos, y odiándonos unos a otros» (lit.). ¡Qué cuadro de maldad! ¿Nos reconocemos en él? Si no es así, hemos olvidado la convicción de pecado que un día debió atenazarnos el corazón. Pero si, por la gracia de Dios, no lo hemos olvidado, sabremos ser benévolos con los demás como lo fue Dios con nosotros.

(B) «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, etc.» (1Co 6:11), dice el apóstol tras de una lista parecida a la del versículo Tit 3:3. Pero en ese versículo Tit 3:3, no dice «erais» sino «éramos», incluyéndose a sí mismo. Así puede incluirse también en la gloriosa manifestación de la gracia de Dios; manifestación que está descrita aquí en términos parecidos a como lo ha hecho en Tit 2:11-14, aunque en Tit 3:4-7 se detiene más en la obra de nuestra justificación y regeneración. La diferencia de matiz ha sido bien percibida por J. Collantes, quien dice: «Todo este contexto es paralelo de Tit 2:11. Allí se fundamentan los deberes mutuos de los cristianos en la fuerza educadora de la gracia de Dios; aquí se busca la última raíz de nuestras obligaciones para con el mundo social en el amor gratuito y generoso de Dios. En uno y otro caso, es la conducta de Dios la que debe servir de modelo para el cristiano». Analicemos esta porción. La mayor diferencia, a mi juicio, entre las dos porciones es que en Tit 2:11-14, la enseñanza se centra en la obra de la redención llevada a cabo por nuestro Salvador Jesucristo, mientras que en Tit 3:4-7, la enseñanza tiene dos centros: el amor de Dios Padre, y la obra del Espíritu Santo; el primero se describe en los versículos Tit 3:4, Tit 3:5; la segunda, en los versículos Tit 3:5-7. Vamos por partes:

(a) «Pero cuando apareció desde arriba (gr. epepháne, el mismo vocablo, y en el mismo tiempo y modo, de Tit 2:11) la benignidad y el amor a los hombres (lit. la filantropía; con Hch 28:2, son los dos únicos lugares en que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento) de Dios nuestro Salvador (comp. con Tit 2:13), nos salvó, no en virtud de obras, de las que en justicia hubiésemos hecho nosotros, sino conforme a su misericordia» (traducción literal, pero téngase en cuenta que, en el original, el énfasis cae sobre el comienzo del versículo Tit 3:5: «no en virtud de obras …», mientras que el «nos salvó» se halla al final de la frase, y adquiere así su correspondiente énfasis de colocación. Recuérdese 10 de Hch 13:1: «Bernabé … y Saulo»; el primero y el último, los dos más importantes). Como en Efe 2:4-9, vemos aquí en el versículo Tit 3:4 el amor benévolo de Dios a nosotros, y en el versículo Tit 3:5 (comp. con Efe 2:9) la gratuidad completa de dicho amor, al ser dirigido hacia quienes positivamente lo habíamos desmerecido; solamente a su misericordia debemos el no haber quedado para siempre en la perdición.

(b) En los versículos Tit 3:5-7, el apóstol describe la obra del Espíritu Santo: «mediante el lavamiento de regeneración (gr. palinguenesza; lit. nuevo nacimiento; el vocablo sólo sale aquí y en Mat 19:28, donde se hace referencia a la cósmica regeneración) y renovación (el mismo vocablo de Rom 12:2) del Espíritu Santo (el agente de esta obra), que derramó (Dios) sobre nosotros ricamente mediante Jesucristo nuestro Salvador (comp. con Jua 15:26; Jua 16:7; Hch 2:33), para que, justificados por la gracia de Aquél (Dios), seamos hechos herederos (aoristo pasivo, de una vez por todas), conforme a la esperanza de la vida eterna» (lit.). La última frase puede leerse: «conforme a la esperanza de la vida eterna» o, como traduce Hendriksen: «herederos-en-esperanza de la vida eterna» (comp. con Rom 8:17-25). Analicemos algunos puntos:

Primero, el «lavamiento» que hallamos en el versículo Tit 3:5 es un baño espiritual (comp. con Jua 3:5; Jua 13:10, Jua 13:11; Jua 15:3).

Segundo, ese lavamiento espiritual se lleva a cabo cuando el Espíritu Santo, el agente ejecutivo, regenera y renueva; esto no lo hace en dos etapas, sino en una sola, al marcar el primer vocablo el comienzo de una nueva vida, y el segundo el proceso continuo que la puesta en marcha de esa nueva vida requiere.

Tercero, el Espíritu Santo, derramado sobre nosotros por el Padre (v. Rom 5:5) y por el Hijo (v. Jua 15:26; Jua 16:7; Hch 2:33) es el que, una vez justificados por la gracia de Dios, pone en nosotros la adopción de hijos, por la que somos hechos herederos de la vida eterna en Dios (comp. con Rom 8:15-23; Gál 4:5, Gál 4:6).

Cuarto, el lavamiento de regeneración está simbolizado en el bautismo de agua, pero, al ser un lavamiento espiritual, sus efectos se obtienen antes del bautismo y aun sin el bautismo de agua.

4. Al final de una porción tan densa en doctrina de la salvación, el apóstol pronuncia, por quinta y última vez (v. Tit 3:8), la frase «Palabra fiel (esto es, digna de todo crédito) es ésta», refiriéndose a todo lo que ha dicho en los versículos Tit 3:4-7. Y para poner de relieve la importancia de las enseñanzas que en dichos versículos ha expuesto, continúa diciéndole a Tito: «y en estas cosas quiero (gr. boúlomai; no se trata de un mero deseo, sino de un mandato) que insistas con firmeza, para que los que han creído (han dado crédito) a Dios, se interesen (o pongan todo empeño; gr. phrontízosin, en presente de subjuntivo. Es la única vez que tal verbo ocurre en todo el Nuevo Testamento) en preceder a todos en buenas (gr. kalois, de calidad excelente) obras». Una vez más, como lo indica el participio de pretérito perfecto, la fe y la confianza en Dios son una actitud permanente después del acto inicial de fe mediante el cual fuimos salvos (Efe 2:8). Y en la medida en que esta actitud de fe se mantenga viva, se mantendrá también vivo el celo por ejercitarse en buenas obras. Porque «estas cosas, añade Pablo al final del versículo Tit 3:8, es decir, las mismas a las que ha aludido al comienzo del mismo versículo, no solamente son excelentes en sí mismas, sino también buenas (gr. kalá, excelentes) y útiles (gr. ophélima) a los hombres, es decir, a los seres humanos» (lit.) de todas las clases. Dice Hendriksen: «Traen vida, luz, gozo y paz donde antes había muerte, tinieblas, tristeza y miedo».

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