LOS MONUMENTOS… (2a. parte)

En mi artículo de ayer escribí sobre los monumentos que lloran por aquellos que sufren. Son monumentos que el Señor ha dejado para que, invisiblemente, oren por nosotros… Piedras vivas que nos recuerdan la Misericordia del Señor. Por eso sabemos que no estamos solos. Hay Alguien en los Cielos que ve a los huérfanos, a las viudas y a los extranjeros cuando son abusados, ignorados y abandonados incluso por sus propias familias…
Hoy quiero escribir sobre otra clase de monumentos… Son los monumentos que nos recuerdan nuestro pasado. ¿Para qué? Para que no volvamos a pasar por allí. Son los monumentos a la vergüenza de haber fallado a nuestra pareja. Aquellas canciones que nos recuerdan los amores juveniles que nunca debimos haber conocido… Aquella esquina donde, escondidos en la oscuridad de una noche sucedieron cosas que hoy cargamos con culpa… La lluvia que nos recuerda aquella aventura pasajera que dejó huellas profundas en nuestro corazón. Monumentos que nos hacen entristecernos por haber hecho cosas que nunca nos imaginamos que íbamos a hacer… ¿Qué cree usted que sentía Pedro cada vez que el gallo cantaba? Indudablemente le recordaba su traición. ¿Estaba perdonado? ¡Claro que sí! ¿Había culpa? Seguramente no. Jesús fue tan bueno que antes de irse a la Casa del Padre lo restauró y le dejó una misión… Sin embargo, si Pedro fue como yo, cada vez que escuchaba el canto de un gallo se prometía a sí mismo nunca, nunca jamás volver a traicionar a nadie… ¿Y qué de Jonás? Cada vez que estaba a la orilla del mar quizá recordaba su rebeldía cuando el Señor lo mandó a Nínive y él tomó otro sendero. Recuerdos dolorosos, traídos a la memoria por los monumentos al pecado… Jonás tal vez  recordaba al pez que se lo tragó para llevarlo a la obediencia de Cristo… Todo lo relacionado al mar era un recuerdo amargo de su mala conducta: las algas. Las olas. Los barcos. Los marineros… los peces… Y qué me dice de Barrabás… Posiblemente cada vez que escuchaba el Nombre de Jesús, o el de El Mesías, o la palabra Señor, debía de haber sentido un escalofrío que recorría su espalda. Estuvo a pocos minutos de ir al cadalso. Estuvo a pocos minutos de morir en el madero… su sentencia ya estaba dictada. Estaba en el corredor de la muerte sin esperanzas, sin futuro, sin nada… ¿En qué se entretenía mientras tanto? Quizá jugando solitario. Como tan solitario se encontraba en aquella mazmorra donde solo las cucarachas eran su única compañía… Su vida pendía de un hilo. En cualquier momento, en aquella fiesta de los judíos iba a ser llamado para acompañar a otros dos ladrones que, al igual que él, iban a morir en una colina… Pero de pronto, como un rayo ilumina el cielo nocturno cuando se avecina tormenta, le llaman por su nombre: ¡Barrabás, sal fuera!  Se puso de pié sin prisa… ¿quién tiene prisa para morir? Exhaló un suspiro de angustia. Se alisó el pelo con un gesto de desidia. En sus labios se dibujó una burlona sonrisa al soldado romano que lo llamaba. Salió y la multitud lo aclamó… Él no entendía nada. Se sentía un mártir a punto de entregar su vida por una causa…Hasta que supo la verdad. Sin tantas explicaciones le ordenaron que se fuera. Que se largara de esos contornos. Y no esperó más. Salió corriendo a esconderse entre los árboles humanos que estaban insultando a Otro. Los insultos no eran para el delincuente. Eran para el Inocente. Los insultos eran para el que iba a levantarse como Monumento a la Vida… La Vida que muy pronto estaría colgada en un madero en medio de dos ladrones…
¿Tiene usted recuerdos del pasado? ¿Tiene monumentos que le recuerdan algo de allá atrás?  Creo que sí. Si nos parecemos en algo, usted también debe tener sus propios monumentos que nos advierten no volver a pasar por esos caminos. Están allí para recordarnos de donde nos sacó el Señor. Para que no olvidemos de lo que fuimos y somos capaces de hacer sin la cobertura bendita del Espíritu Santo…

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