¡RECHAZA EL DESÁNIMO!

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El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos. Prov. 17:22.

Está comprobado por la ciencia médica que las personas felices viven más. Aun con cáncer, aquellos que están en paz con-Dios y con los hombres, tienen más posibilidades de cura. No se trata simplemente de pensamientos positivos. Con autodisciplina y un poco de esfuerzo, tú puedes repetirte un millón de veces: “Estoy bien, estoy bien”. Pero, cuando llega la noche, los fantasmas de tu propia conciencia perturbarán tu corazón. Todo continúa igual.

La expresión “el corazón alegre” que el texto de hoy menciona, es en hebreo, Leb sáméh, que literalmente significa un corazón satisfecho y agradecido. Satisfacción no es conformismo. Es reconocimiento de la soberanía de Dios. Nada acontece debajo del sol sin que él lo permita. Lo que tú estás viviendo en este momento, por difícil que sea, es el plan maravilloso de Dios para ti. Yo sé que tú no lo comprendes hoy. El dolor te impide ver muchas cosas, el tiempo se encargará de mostrarte que Dios siempre tiene razón.

La confianza en Dios coloca en tu corazón paz y optimismo. No son actitudes fabricadas. Son raudales de agua limpia que brotan de un manantial puro. Conectado al poder infinito, el ser más frágil se vuelve fuerte y ve la vida desde un prisma diferente.

En las horas oscuras de tu vida, aprende a confiar en Dios. Por más que la adversidad parezca arrasar tus sueños, Dios no perdió el control de la situación. El continúa al timón de tu pequeña embarcación y te llevará al puerto seguro. El secreto está en no desistir.

Si tú apartas los ojos de Jesús y los pones en las dificultades, tu barquito comenzará a hundirse. Solo Jesús es capaz de ayudarte a atravesar por el valle de tinieblas que tú estás pasando.

¡Abre tu corazón a Dios y dama! Dile que ya no tienes fuerzas para resistir la prueba. El te escuchará. No es insensible al sufrimiento humano. No necesita que lo informemos del dolor que pasamos, pero cuando tú le dices lo que estás sintiendo, tu fe aumenta, tu confianza brilla, y eso te hace un bien extraordinario. Porque “el corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos”.


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