“Dios es amor” no significa que consienta tu pecado

CoolJesus

“Dios es amor.”

Esta declaración, que sin duda alguna es bíblica, era la racionalización que utilizaba un amigo para tomar la decisión de dejar a su familia e ir en busca de una vida definida tanto por un comportamiento totalmente pecaminoso como por una búsqueda general de lo que según él le haría feliz y le traería satisfacción.  “Creo que Dios ama a todos sus hijos”, me dijo, y yo estuve de acuerdo en éso, pero mientras reflexionaba acerca de sus palabras, me di cuenta que para mi amigo, “amar” significaba que a Dios no le importaba ni su comportamiento ni la forma en como viviera su vida.

Para él, Dios era una entidad sentimental cuyo propósito principal era la felicidad de mi amigo.  Su percepción del amor de Dios tenía muy poco que ver con su bienestar, seguridad o protección.  Su amoroso dios, estaba contento con ofrecerle trivialidades sentimentales mientras que mi amigo caminaba por la senda de un avanzado comportamiento destructivo con potenciales consecuencias negativas.  Mi amigo confundió amor con permisión. Y si bien es cierto que  Dios es verdaderamente todo amor, ¡NO es permisivo!

Mi amigo no es la única persona que utiliza el amor de Dios como una licencia para crear límites falsos y redefinir una vida y comportamiento piadoso. El amor es utilizado como una excusa para un sinnúmero de formas de mal comportamiento – incluyendo todo, desde la inmoralidad sexual,  la idolatría,  los chismes,  materialismo, la codicia, el divorcio. Pero cuando pensamos en el verdadero carácter del amor, tal como Dios mismo lo describe, y la verdadera naturaleza del amor paternal de Dios sobre nosotros, vemos que el verdadero amor nunca se conforma con quedarse de brazos cruzados mientras aquellos que son el motivo de su  amor navegan en aguas peligrosas. El amor de Dios por nosotros no es una licencia para tener un comportamiento destructivo. El amor de Dios por nosotros es la fuente de la cual fluye la disciplina que necesitamos. Su cuidado, Su deseo por que experimentemos toda la plenitud de una vida en constante relación con Él.

Como padre, algunos de estos conceptos se han vuelto más tangibles para mí. Pienso en cómo Stephanie y yo amamos a nuestros hijos, y cómo vamos a hacer todo lo posible para enseñarles a vivir la vida de una manera que creemos les traerá una gran alegría. Queremos que se diviertan, pero hay límites reales a la diversión que les permitimos tener. Muchos de estos límites chocan  con su propio estilo, y muchas veces no comprenden por qué no pueden hacer ciertas cosas y por qué deben hacer ciertas otras.

A decir verdad, la mayoría del tiempo, mis hijos describirían diversión y alegría como el hecho de poder disfrutar de muchos dulces, ver televisión sin límite y dormir muy poquito.  Sin embargo mis límites tienen un propósito.  Hacemos que se vayan a la cama temprano porque sabemos que necesitan descansar.  Les enseñamos a mantener limpias sus habitaciones y mantenerse arreglados porque sabemos que deben aprender a ser responsables.  Velamos porque coman ciertos alimentos y les prohibimos otros tantos porque sabemos que sus jóvenes cuerpos en crecimiento necesitan ciertas sustancias y no necesitan otras.  No los dejamos ver televisión o restringimos algunas películas ya que sabemos que sus mentes necesitan ser protegidas de información que aún son muy jóvenes para comprender o procesar.  Hacemos que hagan sus tareas ya que sabemos que necesitan aprender.  Ellos se sujetan a las consecuencias de ciertas actitudes ya que nosotros sabemos que necesitan aprender a comportarse a fin de integrarse productivamente en la sociedad.

Muchas, muchas veces mis hijos protestan por la forma en que Stephanie y yo los criamos. “¿Por qué no puedo quedarme despierto hasta tarde?, ¿por qué no puedo ver ese programa?, ¿por qué no puedo beber esto o comer aquello, o por qué debo hacerlo?  Y de hecho, nuestras explicaciones no siempre los satisfacen. Pero su comprensión respecto a nuestra forma de criarlos no determina la manera en que lo hacemos.  Los guiamos en el camino que creemos es el mejor para sus vidas no sólo el día de hoy, sino a lo largo de todo el recorrido mientras se convierten en adultos.  Nosotros, con todo y nuestras innumerables fallas humanas, los criamos, les ponemos límites, los castigamos y los disciplinamos precisamente porque los amamos tanto.

La mayor parte del tiempo no es su alegría de hoy lo que nos preocupa, ya que sabemos que su felicidad final requiere de ciertas incomodidades ahora.  Los amamos tanto que no podemos dejarlos a la deriva de sus propios deseos antes de que estén preparados. Los damos enseñanzas acerca de la vida porque los amamos tanto que no podemos lanzarlos a los lobos. Y de la misma forma que nosotros protegemos, disciplinamos y enseñamos  a nuestros hijos, Dios nos protege, disciplina y enseña.  Y lo hace precisamente porque nos ama.  Este es el amor que define a Dios.

Hebreos 12 contiene una asombrosa descripción y explicación de la forma y el propósito de la disciplina de Dios para sus hijos. Nos recuerda que al igual que cualquier padre amoroso disciplina a sus hijos, así Dios nos disciplina a nosotros, sus hijos a quienes él ama más alla de lo que podamos comprender.  De hecho, menciona que ¡si no fueramos disciplinados, no seríamos realmente Sus hijos!  El autor de Hebreos es sabio al hacer notar que los padres humanos se ven limitados por su misma humanidad, pero que la disciplina de Dios sobre nosotros es siempre verdadera, correcta, útil y siempre para nuestro bien.  También se nos recuerda que esa disciplina, por definición, no es fácil y que “por el momento” parece más dolorosa que placentera.  Pero la disciplina de Dios siempre produce “el fruto apacible de justicia” para aquellos que han sido corregidos con ella.

El propósito de Dios al disciplinarnos es hacer que nuestras vidas reflejen  “el apacible fruto de justicia”.  Dicho de otra forma, el propósito de Dios para nuestras vidas es la santidad.  Él sabe que nuestra mayor felicidad viene de una vida apartada para él.  Podemos capacitar a nuestros hijos para diferentes situaciones basados en nuestras propias vidas y deseos, pero el propósito de Dios nunca cambia.

A menudo somos como niños.  Leemos la instrucción de Dios para nuestras vidas y lo cuestionamos. ¿Por qué no puedo hacer eso? ¿Qué hay de malo en ello?,  ¡Pero, éso es lo que yo quiero hacer! ¡Éso no me hará daño! ¡Vamos Señor, déjame hacer ésto sólo una vez! Y algunas veces incluso ofendemos a Dios al cuestionar Su amor por nosotros, y al desear que Él fuera más amable y menos estricto.  Pero los caminos de Dios son perfectos y están más allá de nuestra comprensión de la misma forma en que los nuestros están más alla de la comprensión de nuestros hijos.   Él sabe qué es lo mejor, y ÉL ES AMOR, y es SU amor por nosotros el que motiva Su disciplina, Su guianza, y Sus perfectos límites.  Y de la misma forma que nosotros como padres humanos debemos hacer muchas veces con nuestros hijos, así Dios algunas veces simplemente nos permite hacer lo que queremos y nos deja que enfrentemos las consecuencias que él quiso que evitáramos.

La comparación entre nosotros como hijos de Dios y nosotros como padres de nuestros propios hijos se separa en una forma significativa. En algún momento, nuestros hijos crecerán hasta un punto de independencia y vamos a perder nuestro derecho a disciplinarlos. Crecerán hasta llegar a la edad adulta y los papeles pueden incluso invertirse entre nosotros a medida que ellos se hacen mayores y nosotros aún más.  Pero como hijos de Dios, nunca llegaremos a un punto de independencia.  Él es siempre nuestro padre, y siempre tiene autoridad sobre nsotros y somos siempre dependientes de Él.  Y cuando descansamos en Su perfecto amor por nosotros, el punto de dependencia es en realidad un lugar muy seguro.

Proverbios 3:11-12 dice: “No menosprecies, hijo mío, la disciplina de Jehová, ni te ofendas por sus correcciones; porque Jehová al que ama disciplina  como el padre al hijo a quien ama.”

Cuando usamos el amor de Dios como licencia para vivir según nuestras propias reglas, en esencia estamos despreciando Su disciplina y de hecho dándole la espalda al amor que tanto anhelamos.  Pero cuando nos suejtamos a Su verdad, aún cuando estamos convencidos de algo o cuando deseamos vehementemente hacer algo diferente a lo que Él nos dice que hagamos,  verdaderamente experimentamos la plenitud de Su amor.  Entonces sentimos y vemos que el Señor es bueno.  Y algún día, veremos hacia atrás, como esperamos que nuestros hijos lo hagan en su momento, y veremos Sus propósitos, y le agradeceremos por gobernarnos.  Y estaremos agradecidos que Dios no fue permisivo para dejarnos hacer las cosas que nos habrían causado un gran dolor en nuestro corazón durante la jornada.  Veremos entonces la realidad, que Dios en verdad, ES amor.

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