«¡Maldice a Dios y muérete!», es una de esas frases bíblicas pegajosas, de un personaje que parece que sólo existió para decirla: la mujer de Job. Son las voces que oímos de vez en cuando mientras todo va mal (junto con: «¿Todavía mantienes tu integridad?»); vienen desde adentro, vienen desde afuera, a veces de ambos lugares al mismo tiempo. Vienen de gente que quieres, de gente que te odia, o de gente que aparenta estar de tu lado pero que solo quiere tu destrucción (hay de esos, aunque yo no tengo, ¿y tú? ¡jejejejeje!), o de todas al mismo tiempo.
Pero me suena a: «Dios te debe algo.», me suena: «Dios no cumplió lo que El debería hacer.» O puede también sonar a: «Me parece que a Dios no le parecía lo que a ti te parecería haber parecido entonces como no parece que parezca a algo que Dios parecería… etc.» La vaina es que vivimos en este intercambio con Dios:
Escena uno: Yo hago esto, tú haces lo otro.
Escena dos: Como Tú hiciste lo otro, yo entonces hago esto.
Escena tres: Como respuesta a que yo hago esto, ¿no deberías haber hecho lo otro?
Escena cuatro: Gracias que respondiste a mi pregunta, ¿qué sigue? ¿por dónde ibamos? ¿quién daba? ¿Tú? ¿o yo recibía?
Si en algún punto se rompe el tira y jala de las respuestas:
1- O Dios no existe.
2- O Dios no es justo.
Quizás no lo maldecimos, pero de vez en cuando decimos: «¡Al carajo con la integridad! ¡Punchi Pupunchi!» Mi pregunta es: ¿deberíamos esperar de Dios más de lo que recibimos? ¿Es siempre nuestra relación con El como un intercambio de disparos?
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