Recuerdo que cuando era pequeño y me caía, siempre me decían: «¡no importa! eso es para que crezcas…«. Después de algunos años de escuchar la misma cosa me preguntaba «¿y cuándo es que uno dejará de crecer?» La respuesta era simple: cuando uno deja de caerse.
Caerse tiene en nuestra mente cierto efecto negativo, y lo evitamos. Pero eso que te decía la tía, la abuela, tu padre y tu mamá no estaba tan lejos de lo cierto: caernos nos enseñaba nuevas formas de caminar, de saltar, de usar la bicicleta, de jugar basket y de… hacer amigos. Así que: si dejabas de caerte dejabas de crecer. Si haces algo nuevo: una crisis, cierto dolor, y algunos errores, son la puerta que necesitas para ver mejor, hacer mejor lo que estás haciendo o (si decides tomar la pastilla roja:) deprimirte, vivir ansioso, constantemente pensando que te van a engañar y… morir (junto con par de cosas más que ahora no puedo escribir por el tiempo).
¿Entonces debemos caernos? ¿Es eso lo que estás diciendo Fausto?
¡Bueno, bueno! No es que te tires al piso, ya eso es otra cosa.
¡Al suelo! No, eso no.
Lo que quiero decir es que, esos encuentros no planeados con el suelo en el que hemos perdido algún diente o parte de la piel sirven de algo. Enfatizando lo de «encuentros no planeados». Porque quien planea caerse es sospechoso y quien vive en el piso es… ¡Ok!
Así que, cada vez que te caigas: llora, porque duele; pero, no te me quedes ahí: levántate pensando ¿cuál es la mejor forma de que esto no vuelva a pasarme?
Te aseguro que volverás a caer, pero no por la misma razón, y que cada caída es cierta pulgada en tu estatura, sabiduría.
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Fausto Liriano • www.veldugo01.com
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Foto Cortesía de Thomas Hawk
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