Acerca de deudas y perdón.

Ayer, en una de mis clases, el profesor llamó nuestra atención a la llamada parábola de “los dos deudores” de Mateo 18:24-25. Esta parábola usada por Jesús para hablar acerca del perdón, nos habla de la gran diferencia entre el ser de Dios y los hombres. Me gustaría compartir algunas de las cosas que me llamaron la atención del texto.

Primero: El tamaño de la deuda. El versículo veinticuatro dice que uno de los siervos le debía diez mil talentos al rey. ¿Cuánto es eso? Sin dudas, responder esta pregunta nos va a mostrar el tamaño de la misericordia de Dios. Mateo 20.1,13 nos muestran que un denario era el sueldo que un trabajador recibía por un día de trabajo. Hendriksen, en su comentario a Mateo, dice que un talento corresponde a seis mil denarios. Un trabajador normal necesitaría mil semanas de trabajo para obtener un talento. Para obtener diez mil talentos necesitaría diez mil semanas. Es decir, 192.000 años de trabajo. Si entendemos que la parábola que Jesús está contando habla de Dios y los hombres, el rey y sus siervos, entendemos el tamaño de nuestro pecado y la condición en que nos encontramos con Dios. Tenemos una deuda que es imposible de pagar. No hay nada que podamos hacer para cancelar nuestra deuda con Él. Somos incapaces de hacerlo.

Segundo: El perdón por gracia de Dios. La respuesta del siervo fue pedir clemencia frente al castigo. En el versículo veintiséis dice: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.” ¿Sería posible que el siervo pudiera pagar? Nunca. El rey lo perdonó, pero no pidió que el siervo pagara su deuda. El texto dice que el rey, “movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.” (v. 27). El rey quiso perdonar al siervo por gracia. Él no esperaba que el siervo le pagara, sabía que eso nunca iba a pasar. Dios simplemente perdona sin esperar que nuestras obras restauren nuestra relación con él. No espera que hagamos algo para librarnos de la deuda, simplemente tiene misericordia de nosotros.

Tercero: La pecaminosidad humana. Justo después de haber sido perdonado de tan grande deuda, el siervo se encuentra con un compañero de trabajo que le debía cien denarios, es decir, el dinero de cerca de tres meses de trabajo. Esto equivalía a la seiscientos milésima parte (1/600.000) de la suma perdonada. Cuando lo vio lo tomó del cuello y lo estaba ahogando. Le dice “págame lo que me debes” y ese compañero de trabajo le responde “Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (v. 29). Exactamente lo que el siervo le había pedido al rey en el versículo veintiséis. El hombre no tuvo compasión y en una acción irracional, ciertamente segado por el pecado, hizo que lo metieran en la cárcel. Como si ahí el hombre fuera a conseguir dinero para poder pagarle los cien denarios que le debía. El siervo en realidad actuó movido por venganza y no por el deseo de que la deuda fuera pagada. Así es el corazón humano.

Cuarto: Nuestro deber es perdonar como Dios nos perdona. Cuando el rey se enteró de lo que aquel hombre hizo, lo llamó y le dijo: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (v. 33). El rey afirma que debería existir una equivalencia entre el perdón de Dios y el nuestro. Eso es lo que Jesús también enseña en la oración modelo: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mat 6:12 R60). Nuestro perdón, al igual que el de Dios, debe ser un perdón sin límites.

Justo antes de que Jesús contara esta parábola, Pedro había preguntado: “¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” (v. 21) y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” (v. 22). Estos números nos recuerdan la promesa de venganza de Lamec en Génesis 4. ¿Cuántas veces debemos perdonar a una persona? Cuantas veces ella consiga pecar contra nosotros. La deuda que tenemos con Dios es impagable, cualquier deuda que alguien tenga con nosotros será menor.

Quinto: Perdonar no es un sentimiento, es una actitud. Algunas veces las personas no perdonan hasta “sentir” que perdonaron. Perdonar, en la Escritura, no es una opción. Perdonar es un deber. No importa como la persona se sienta, ella debe perdonar. Dios nunca se “sintió” bien con nosotros. Isaías 64.6 dice que “todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia.” Los trapos de inmundicia eran los paños que las mujeres usaban cuando menstruaban. Algo asqueroso. Así Dios ve lo mejor que podamos tener. Él no esperó sentirse bien con nosotros. Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Rom 5:8).

Sexto: Conocer el Evangelio es clave para poder perdonar. Cuando vemos que estamos en la misma condición que el siervo que debía al rey y entendemos que Dios nos perdonó una deuda impagable, podemos (y debemos) perdonar de la misma forma. Si alguien no entiende el Evangelio nunca va a poder entender el perdón sin límites.  1 Juan 4:8 afirma que “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” Y en el versículo once enseña “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.”

Dios nos ayude a practicar el perdón de la forma que Él nos enseña como una consecuencia del entendimiento profundo del Evangelio y de la gracia de Dios.

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