Bienaventurados los que lloran

¿Cuál es la realidad que oculta esta misteriosa frase de Jesús:

Bienaventurados los que lloran (Mat 5:5)

¿Quiénes son los afligidos?

¿Cuál es la situación interior que determina su actitud?

Recordemos cuando Jesús llora por su ciudad o por su amigo Lázaro recién fallecido. Es un llanto que sale de una dramática contradicción interna.

Cuando una persona se expresa con el gesto de las lágrimas es porque se siente desgarrada por la comparación entre el deseo y la visión interior del reino de Dios y de su plenitud de vida y de paz, y la visión contradictoria de muerte que la rodea.

No se trata, pues, de una simple emoción negativa por la privación de un bien que nos era querido: se trata de un desgarrador contraste entre el sumo bien de Dios, el don de su amistad y las intolerables situaciones de miseria y de muerte que nacen del rechazo del amor de Dios.

La aflicción, proclamada como bienaventuranza, fluye de una mirada contemplativa hacia el misterio infinito de Dios, y a la vez de una consideración llena de amor, ternura y compasión, sobre la condición humana.

Por eso esta actitud es propia de los santos, es decir, de quienes han sabido mirar con amor y realismo al hombre, habiendo sido sus ojos purificados y hechos compasivos por la visión de Dios.

Comprendemos entonces que la santidad no consiste en evadirse de lo humano, ni en perderse en los sueños. La santidad es la capacidad de captar, con una mirada pura, el drama del ser humano, sus sufrimientos y la contradicción de su situación histórica. De esta mirada nacen las denuncias y las exhortaciones proféticas.

Antes de dibujar el ideal del discípulo —pobre en espíritu, afligido, manso, hambriento de justicia—, las bienaventuranzas expresan la figura histórica de Jesús que nos ha enseñado de qué modo tenemos que relacionarnos concretamente con el Padre y con los hermanos.

Sólo si miramos a Jesús, las bienaventuranzas revelan su verdadero sentido y su justificación, se salen de esa paradoja por la que nosotros las consideramos como imposibles, como parte de otro mundo, como algo inalcanzable.

Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios y, por tanto, es posible para el hombre y la mujer bautizados, llamados a la santidad.

Bienaventurados los que lloran (Mat 5:5)

En realidad, las bienaventuranzas subrayan una única actitud fundamental: reconocer la primacía de Dios en nuestra vida, la primacía del Padre y, por tanto, la necesidad de abandonarnos a él. «Padre, todo está en tus manos, todo te lo entrego a ti, todo lo espero de ti», dicen el hombre y la mujer de las bienaventuranzas.

De este modo, las bienaventuranzas representan la actitud de quien, como Jesús, se fía completamente del Padre y, por ello, es dichoso, es feliz, porque nada le falta.

Y aunque tuviera que pasar momentáneamente por la aflicción o la persecución, sabe que el Padre está preparando para él un maravilloso tesoro, un gozo indecible, y en su interior lo saborea, sintiéndose así realizado, auténtico, completo.

La santidad cristiana, descrita en las bienaventuranzas, consiste en vivir en el amor del Padre, en la imitación y en la gracia del Hijo y en la fuerza del Espíritu Santo.

A esto estamos llamados cada mañana cuando nos despertamos y en cada momento de nuestra jornada; es algo que está sobre nosotros como gracia y como amor del Padre en el sueño de la noche, para atendernos como abrazo de amor nuevamente al despertar. Ésta es la vida de los santos, éste es el ideal de vida de los cristianos.

Bendiciones…..


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