Carta a una amiga

Querida amiga,

Quizá nunca sabrás que te escribí esta carta. Tal vez nunca la leas. Soy una cobarde al no entregártela personalmente, pero no quiero agregar nada a tu dolor.

No puedo comprender lo que sientes. Desconozco muchos de los detalles que te causan hoy esta pena. Yo misma lloro contigo y por ti. Pero le pido a Dios que de los escombros de esta crisis se levante una rosa majestuosa, con espinas, sí, pero con un color y unos pétalos aún más suaves, más brillantes, más perfectos que la anterior.

No te des por vencida. No te rindas. Cuando me enteré de la noticia, también pensé que las cosas ya no tenían solución. Pero si así lo creyera, entonces sería una farsante que no entiende el poder de la resurrección.

En este mundo hay dolor y angustia. Hay pecado. Así se llama, en palabras sencillas. El pecado, tu pecado, su pecado, mi pecado. El pecado que lleva a los jóvenes exitosos a drogarse y suicidarse; el pecado que separa matrimonios y hiere a los hijos; el pecado que azota con violencia un centro comercial o una iglesia después del culto dominical.

Pero en medio de todo, está el poder de su resurrección, que hace y hará todas las cosas nuevas. Sé que hoy todo lo ves oscuro, pero mañana saldrá de nuevo el sol. Un sol fuerte, brillante, que con su calor volverá a dar luz después de la tormenta.

Solo te pido una cosa, créelo una vez más. Date la oportunidad de ver el poder de su resurrección en acción.

Te quiere,

Keila


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