“¡CONSUMADO ES!”


Por Charles Haddon Spurgeon
(Fragmento del mensaje)

Percibamos qué cosas poderosas fueron ejecutadas y obtenidas por estas palabras, “Consumado es.” De esta manera Él ratificó el pacto. Ese pacto fue firmado y sellado con anterioridad, y en todas las cosas fue bien ordenado, pero cuando Cristo dijo: “Consumado es,” entonces el pacto fue asegurado doblemente; cuando la sangre del corazón de Cristo salpicó el rollo divino, ya no se podría revertir nunca, ni ninguna de sus ordenanzas podría ser quebrantada, ni ninguna de sus estipulaciones podría fallar. Ustedes saben que el pacto era en este sentido. 

Dios establece por Su parte que dejaría que Cristo viera el fruto del trabajo de Su alma; que todos los que le fueron dados tendrían nuevos corazones y espíritus rectos; que serían lavados de pecado, y que entrarían en la vida por medio de Él. La parte del pacto correspondiente a Cristo era esta: “Padre, yo haré Tu voluntad; pagaré el rescate hasta la última jota y tilde; Te prestaré obediencia perfecta y Te daré completa satisfacción.” Ahora, si esta segunda parte del pacto no se hubiera cumplido nunca, la primera parte habría sido inválida, pero cuando Jesús dijo: “Consumado es,” entonces ya no quedó nada por hacer por Su parte, y ahora el pacto está todo de un solo lado. Es el “Yo haré,” de Dios, y por consiguiente “ellos harán.” “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.” “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias.” “El día que os limpie de todas vuestras iniquidades.” “Les haré andar por sendas que no habían conocido.” “Y yo también te haré volver.” 

 El pacto fue ratificado ese día. Cuando Cristo dijo: “Consumado es,” Su Padre fue honrado, y la divina justicia fue plenamente manifiesta. Ciertamente el Padre siempre amó a Su pueblo. No piensen que Cristo murió para hacer de Dios un Padre amante. Él siempre lo amó desde antes de la fundación del mundo, pero “Consumado es,” quitó las barreras que estaban en el camino del Padre. Él quería, como un Dios de amor, y ahora Él podía, como un Dios de justicia, bendecir a los pobres pecadores. Desde ese día el Padre se agrada de recibir a los pecadores en Su pecho.  Cuando Cristo dijo: “Consumado es,” Él mismo fue glorificado. Entonces sobre Su cabeza descendió la gloriosa corona. Al instante el Padre le dio todos los honores que no había tenido antes. Él tenía honor como Dios, pero como hombre Él fue despreciado y desechado; ahora como Dios y hombre Cristo fue sentado para siempre en el trono de Su Padre, coronado con honor y majestad. En ese momento, también, por medio del “Consumado es,” el Espíritu fue obtenido para nosotros— 

“Es por el mérito de la muerte 
De Quien fue colgado del madero, 
Que el Espíritu es enviado para que sople 
En esos huesos secos que somos nosotros.” 

Entonces el Espíritu que Cristo había prometido en otro tiempo, percibió un camino nuevo y vivo a través del cual podía venir para habitar en los corazones de los hombres, y para que los hombres pudieran subir y habitar con Él en lo alto.  Ese día también, cuando Cristo dijo: “Consumado es,” las palabras tuvieron efecto en el cielo. Ese día los muros de crisólito se afirmaron; entonces la luz color jaspe de la ciudad con puertas de perlas, brilló como la luz de siete días. Antes, por decirlo así, los santos habían sido “¡Consumado Es!” salvados a crédito. Habían entrado en el cielo, porque Dios tenía fe en Su Hijo Jesús. Si Cristo no hubiera terminado Su obra, ciertamente hubieran tenido que abandonar sus esferas luminosas, y hubieran tenido que sufrir en sus propias personas por sus pecados. Yo podría representar el cielo, si le fuera permitido a mi imaginación por un momento, como si estuviera listo a bambolearse si Cristo no hubiera terminado Su obra; sus piedras se hubieran desatado; independientemente de cuán macizos y estupendos sean sus bastiones, se habrían derrumbado como se estremecen las ciudades terrenales bajo los horrores de un terremoto. 

 Pero Cristo dijo: “Consumado es,” y el juramento, y el pacto, y la sangre, fijaron con firmeza el lugar de habitación de los redimidos, hicieron suyas sus mansiones de manera segura y eterna, y ordenaron que sus pies estuvieran firmes sobre la roca. Es más, esas palabras “Consumado es,” tuvieron efecto en la lóbregas cavernas y profundidades del INFIERNO. En ese momento Satanás golpeó furioso sus cadenas de hierro, aullando “soy derrotado por el propio hombre al que yo pensé que vencería; mis esperanzas están destrozadas; nunca vendrá a mi casa-prisión ninguno de los elegidos; en mi habitación nunca se hallará a alguien comprado con la sangre.” 

Las almas perdidas se lamentaron ese día, pues dijeron: “Consumado es, y si a Cristo mismo, el sustituto, no se le permitió que se fuera libre mientras no hubiera terminado todo Su castigo, entonces nosotros nunca seremos libres.” Fue su doble tañido fúnebre, pues dijeron, “¡Ay de nosotros! La justicia, que no permitió que el Salvador escapara, nunca permitirá que tengamos libertad. Consumado es en cuanto a Él, y por tanto nunca será consumado en cuanto a nosotros.” 

Ese día también la tierra tuvo un destello de luz sobre ella que no había conocido antes. En ese instante los picos de sus montañas comenzaron a brillar al levantarse el sol, y aunque sus valles todavía están cubiertos por la oscuridad, y los hombres vagan de aquí para allá, y andan a tientas al mediodía como si fuera de noche, sin embargo, ese sol se está levantando, está subiendo gradualmente sus escalones celestiales, para no ponerse más, y sus rayos pronto penetrarán las densas nieblas y las nubes, y todo ojo Lo verá, y todo corazón será alegrado por Su luz. Las palabras “Consumado es” consolidaron el cielo, sacudieron el infierno, consolaron la tierra, agradaron al Padre, glorificaron al Hijo, trajeron al Espíritu Santo, y confirmaron el pacto eterno para toda la simiente elegida.
¡Oh, pobres corazones! Algunos de ustedes ciertamente aman al Salvador en alguna medida, pero ciegamente. Ustedes están pensando que deben hacer esto, y alcanzar aquello, y entonces pueden estar seguros que son salvos. ¡Oh! Pueden estar seguros de ello hoy: si creen en Cristo son salvos. “Pero yo siento imperfecciones.” Sí, ¿y qué? Dios no mira tus imperfecciones, sino que las cubre con la justicia de Cristo. Las ve para quitarlas, pero no para cargarlas a tu cuenta. “Ay, pero yo no puedo ser lo que quisiera ser.” Y ¿qué si no puedes serlo? Dios no te mira a ti, a lo que eres en ti mismo, sino a lo que eres en Cristo. 

 Ven conmigo, pobre alma, y tú y yo estaremos juntos hoy, mientras ruge la tormenta, pues no tenemos miedo. ¡Qué tremendo es el resplandor de ese rayo! ¡Cuán terrible el retumbo de ese trueno! Y sin embargo, no estamos alarmados, y ¿por qué? ¿Hay algo en nosotros que nos permita escapar? No, pero estamos bajo la cruz: esa preciosa cruz, que como algunos nobles conductores de rayos en la tormenta, toma sobre sí toda la muerte que produce el rayo, y toda la furia que viene de la tempestad. Nosotros estamos seguros. ¡Puedes rugir muy fuerte, oh tronante Ley, y puedes resplandecer terriblemente, oh justicia vengadora! Nosotros podemos ver con calmado deleite todo el tumulto de los elementos, pues nos encontramos bajo la cruz. 
 Vengan otra vez conmigo. 

El banquete real está preparado; el propio Rey se sienta a la mesa, y los ángeles son los que atienden. Entremos. Y realmente entramos, y nos sentamos y comemos y bebemos; pero, ¿cómo nos atrevemos a hacer eso? Nuestra justicia propia equivale a harapos inmundos; ¿cómo nos atrevemos a venir aquí? Oh, porque los harapos inmundos ya no son nuestros. Hemos renunciado a nuestra propia justicia, y por tanto hemos renunciado a los harapos inmundos, y hoy nos cubrimos con las vestiduras reales del Salvador, y de la cabeza a los pies estamos vestidos de blanco, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; estamos a plena luz clara del sol: negros, pero con la gracia; despreciables en nosotros mismos, pero gloriosos en Él; condenados en Adán, pero aceptados en el Amado. Ni tenemos miedo ni nos avergonzamos de estar con los ángeles de Dios, de hablar con el glorificado; es más, ni siquiera nos alarmamos de hablar con el propio Dios y llamarlo nuestro amigo.




Fuente:  http://www.spurgeongems.org/schs421.pdf


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