Contemplando las cosas eternas


Se nos exhorta a apartar de forma deliberada los ojos de las cosas que se ven y fijarlos en las que no se ven.

Refiriéndose a las cosas eternas, la Palabra de Dios dice: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).

El Espíritu Santo nos revela cosas maravillosas y permanentes que los ojos físicos no pueden alcanzar a ver. Por lo tanto, la Palabra nos dice en Romanos 8:24, 25: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”.

La Biblia afirma que hay quienes tienen la facultad de mirar lo que para otros permanece oculto.

Faraón vio en su sueño las vacas que subían del río; pero José, iluminado por Dios, vio el significado de aquellas vacas.

El siervo de Eliseo vio la ciudad rodeada por los ejércitos sirios; pero el profeta de Dios observó los carros de fuego de los ejércitos celestiales a su alrededor.

El rey Belsasar vio la mano que escribía sobre la pared; pero el profeta Daniel pudo ver quien estaba detrás de aquella mano y aquella escritura.

Los enemigos de Esteban veían a un renegado acusado de hablar contra Dios y la ley de Moisés y comenzaron a apedrearlo para que muriera; pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, veía algo muy distinto: Al Señor Jesucristo sentado a la diestra de Dios el Padre y a las puertas abiertas del cielo.

El apóstol Pablo llama a Dios el “Rey de los cielos, inmortal, invisible” al escribirle a Timoteo. Y en Colosenses capítulo uno dice que Cristo es la imagen visible del Dios invisible, por quien fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, las visibles y las invisibles. Escribiendo a la iglesia en Roma (Romanos 1:20) afirma que las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siento entendidas por sus obras, de modo que los seres humanos no tienen excusas para decir que no conocen a Dios.

Fuente:  Evangelio.com

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