Cuando la entrega de cuentas degenera en ataque mutuo y egocentrismo

¿No te cansas de escuchar a menudo la frase “si realmente tomas en serio a Dios, debes pertenecer a un grupo de “entrega de cuentas”?  Ya sabes a qué grupos me refiero.  A esos en los que un pequeño grupo de “amigos” se reúnen a determinada hora cada semana para estar juntos y destrozarse mutuamente –descubriendo capa tras capa tras capa de pecado.  Esos en los que los participantes creen que mientras más culpables nos sentimos, más santos somos.  Sí, ésos en los que confiesas tus pecados a tus amigos, pero pareciera nunca ser suficiente.  No importa lo que reveles, siempre están buscando la forma de que confieses algo mucho más oculto, oscuro o vergonzoso de lo que ya dejaste salir.  Por lo general hay tanta insistencia invasiva que sientes que ellos están buscando desesperadamente algo en ti que los haga sentirse mejor con ellos mismos.

Bueno, ¡pues yo odio esos grupos!

La razón por la que odio esos grupos, no es sólo porque no me gusta dar explicaciones. Por supuesto que no me gusta, –a ninguno de nosotros le gusta.  Nos gusta hacer lo que queremos sin tener a nadie que nos ande corrigiendo o diciéndonos que debemos cambiar.  Pero Dios ha sido tan bueno conmigo, que me ha dado una excepcional esposa italiana, tres hijos que no tienen ningún reparo en decirme que estoy equivocado, una mamá un tanto entrometida –aunque muy amorosa, por padre me dio un consejero profesional (lamentablemente falleció el año pasado), tengo todo un catálogo de hermanos muy unidos (seis para ser exacto), algunos buenos amigos, y un grupo de ancianos de la iglesia que me conocen mejor que yo mismo.  Todos ellos me mantienen alineado y con los pies en la tierra.  Todos saben cuando algo anda mal conmigo.  Me corrigen cuando lo necesito. No me gusta, pero lo hacen.  ¡Y agradezco a Dios por todos y cada uno de ellos!

Sin embargo, la verdadera razón por la que no me gusta el tipo de “grupos de entrega de cuentas” que describí anteriormente, es porque el enfoque principal (casi que exclusivo según mi experiencia), es en el pecado de los asistentes, no en nuestro Salvador.  Debido a eso, estos grupos alimentan la auto-justicia, la culpabilidad y la casi irresistible tentación de pretender ser deshonestos. Ya perdí la cuenta de las veces que he participado en grupos de entrega de cuentas en donde se le ha dado poca o ninguna importancia al evangelio.  No hay recordatorios de lo que Cristo ha hecho por nuestros pecados –“limpiarnos de la culpa y librarnos del poder que ejercían sobre nosotros” – y los recursos que ya son nuestros por medio de la virtud de nuestra unión con Cristo.   Estos grupos alientan un moralismo de “haz más, esfuérzate más” que nos priva del gozo y la libertad por la que Jesús pagó un alto precio para protegernos.  Comienzan con la suposición narcisista de que el cristianismo se trata únicamente de limpiarse y ser mejor, -del puro mejoramiento personal.

¡Pero no es así!

Cuando el objetivo se convierte en conquistar nuestro pecado en lugar de enfocarnos directamente en la conquista que logró nuestro Salvador, en realidad nos estamos encogiendo espiritualmente.  Sinclair Ferguson acertadamente señala lo siguiente:

Aquellos que casi han olvidado su propia espiritualidad y se enfocan exclusivamente en la unión que tienen con Jesucristo y en lo que él ha logrado, son los que están creciendo y dando frutos.  Históricamente hablando, en cualquier momento en que la piedad de un grupo en particular se enfoque en NUESTRA espiritualidad, eventualmente agotará sus propios recursos.  Sólo cuando nuestra piedad se olvida de nosotros y se centra en Jesucristo es cuando en realidad se nutrirá de los beneficios que el Espíritu Santo nos trae de la fuente misma de toda verdadera piedad, nuestro Señor Jesucristo.

Irónicamente, cuando nosotros nos enfocamos mayormente en nuestra necesidad de ser mejores, en realidad nos volvemos peores.  Nos volvemos neuróticos y egocéntricos.  La preocupación junto con mi culpa por encima de la  gracia de Dios me vuelve cada vez más egoísta y mórbidamente introspectivo.  Según Jeremiah Bourroghs (1600-1656), el crecimiento real del cristiano, “no viene tanto de nuestra lucha, esfuerzo o resoluciones, como de la comunión constante con Cristo.”

Sin duda estamos llamados a “afligir nuestro cuerpo, a hacer morir las obras de la carne,  a cortar nuestra mano y a sacarnos un ojo” si acaso nos son ocasión de pecar –y necesitamos ayudar a otros a que hagan lo mismo.  La santificación es un proyecto comunitario.

Pero –y esta es la cuestión– ¡nuestra santidad NO ES todo de lo que se trata el cristianismo!, si así fuera, yo y cualquier otro pecador, estaríamos en  grandes problemas sin esperanza alguna.

El cristianismo no se trata principalmente de que mejoremos, ni de nuestra obediencia, ni de nuestro comportamiento, ni de nuestra victoria diaria sobre el pecado remanente –con todo y lo importante que todo esto es.  ¡La vida cristiana se trata principalmente  de Jesús! Es acerca de Su persona y Su obra redentora –Su encarnación, vida, muerte, resurrección, ascensión, milagros, y Su promesa de regresar.  Somos justificados –y santificados- por gracia y mediante la fe en la obra terminada de Cristo.  Así que incluso ahora, la premisa bajo la cual viven los cristianos dice: “Todo está terminado”.

Por lo tanto, el tipo de entrega de cuentas que yo necesito, es del que corrige mi tendencia natural a enfocarme en mí – o en mi obediencia (o la falta de ella), en mi forma de conducirme (buena o mala), en mi santidad –en lugar de enfocarme en Cristo y Su obediencia, Su forma de conducirse y Su santidad para mí.  Todos tenemos una inclinación natural por convertir las buenas nuevas de Dios que nos han libertado, en un programa narcisista de auto-mejoramiento.  ¡Necesitamos dar cuenta de eso!

¡Nuestro llamado no es arreglarnos los unos a los otros, así que dejemos de tratar de hacerlo! Tú deja de tratar de arreglarme y yo dejaré de tratar de arreglarte. Todas las cosas buenas que ya son nuestras en Cristo, no son evidentes cuando nos enfocamos en nosotros mismos más que en Jesús (después de todo, Pedro comenzó a hundirse en el momento en que quitó sus ojos de Jesús y se concentró en sí mismo).  John Owen dijo: “La santidad no es más que la implantación, la expresión y reconocimiento del evangelio en nuestras almas.”  ¿Y qué es el evangelio? No es lo que hago para Jesús, sino lo que él hace en mí.   En otras palabras, la santidad no se da cuando ponemos la vista en nosotros mismos, sino cuando la ponemos en Jesús.  Por lo tanto, se necesita un acto amoroso de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, para que nos recuerden cada día el evangelio –eso es todo lo que necesitamos, y buscar las pequeñas cosas que ya son nuestras “en Cristo”.  Cuando esto sucede, “las cosas buenas” saltan a la vista.

Los puritanos decían que muchos cristianos viven bajo el nivel de sus privilegios.  Por lo tanto cada vez que peco y que sufro de una crisis momentánea de identidad, es cuando olvido a quien realmente pertenezco; la entrega de cuentas que necesito es que aquellos a mi alrededor me recuerden, que en verdad he decidido y que quiero que mi interior sea renovado, y que  todo eso ya es mío en Cristo.  La única forma de trabajar con los residuos del pecado a largo plazo, es desarrollar un desprecio por él a la luz de las maravillosas riquezas en gloria que ya poseemos en Jesucristo.  Necesito que mis verdaderos amigos me recuerden esto –cada día.  Por favor díganme una y otra vez que Dios no me ama más cuando obedezco, o que me ama menos cuando no lo hago.  De hecho, al saber esto mi corazón se acerca más a Dios y consecuentemente se aleja del deseo de pecar.  Así que no permitan que se me olvide. ¡Mi vida depende de ello!!

En su libro Because He Loves Me (Porque Él me ama), Elyse Fitzpatrick escribe acerca de cuan importantes son los recordatorios en el crecimiento del cristiano:

Una razón por la cual no crecemos en común obediencia y agradecimiento como debiéramos, es porque tenemos amnesia; nos hemos olvidado que hemos sido lavados de nuestros pecados.  En otras palabras, el fracaso continuo en la santificación (el proceso lento de cambio a la semejanza de Cristo) es el resultado directo de fallar en recordar el amor de Dios por nosotros plasmado en el evangelio.  Si carecemos del consuelo y seguridad de que su amor y limpieza están destinados a suplirnos, nuestras fallas nos encadenarán a nuestros pecados del pasado, y no tendremos fe ni coraje para luchar contra ello, ni el amor de Dios que es la fuerza para esa lucha.  Si fallamos en recordar nuestra justificación, redención y reconciliación, nuestra santificación será un campo de batalla.

En otras palabras, el crecimiento del cristiano,  no sucede en primer lugar porque nos comportemos mejor, sino porque creemos mejor –creemos en formas más grandes, profundas y gloriosas de lo que Cristo ya ha hecho por los pecadores.  Yo necesito que mi familia y amigos me recuerden esto todo el tiempo.

Cuando los cristianos colosenses se dieron cuenta de que habían sido tentados a comprar versiones falsificadas de la salvación (auto-mejoramiento y libertad a través de guardar la norma establecida de ser ellos los protagonistas), Pablo constantemente les recuerda del tesoro que ellos ya tenían en Cristo.  Lo que decía: No compren  versiones falsas de lo que ya tienen.  En Colosenses 1:9-14, Pablo lo resume diciendo primeramente: Crecerán en su comprensión de la voluntad de Dios, serán llenos con la sabiduría y entendimiento espiritual, aumentarán su conocimiento de Dios, serán  fortalecidos con Su poder  el cual el cual produce gozo, paciencia y perseverancia. (v-9-12a)

Pablo entendió que el cambio impulsado por el evangelio, tiene sus raíces en los recordatorios.  Lo que Pablo hizo por los colosenses es lo que todos nosotros necesitamos que nuestros hermanos y hermanas en Cristo hagan por nosotros: recordarme en primer lugar lo que ha sido hecho y no lo que debo hacer.  Entonces,  mientras que las reprimendas son necesarias algunas veces, a largo plazo los recordatorios son mucho más eficaces.  Los recordatorios constantes de nuestro Salvador y de los beneficios que Él promete a los pecadores, nos ayudan a sentirnos mejor, mucho más que estar siendo reprendidos por nuestro pecado.

La conclusión de todo esto es: por la obra redentora de Cristo en lugar tuyo, Dios no insiste en tu pecado de la forma en que tú lo haces.  Así que relájate y regocíjate… verdaderamente comenzarás a mejorar.  Por supuesto, lo irónico de esto es que sólo cuando dejamos de obsesionarnos en nuestra propia necesidad de ser santos y nos enfocamos en la belleza de la santidad de Cristo, ¡es que verdaderamente nos volvemos más santos!  Sin mencionar, que comenzamos a ser personas con las que es más fácil convivir.

¿Alguien puede por favor asegurarse de que no se me olvide esto?

Original aquí.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.