CUANDO USTED SE PREGUNTA POR QUÉ DIOS CREÓ EL DOLOR

Pasee por un jardín durante la primavera u observe la nieve caer sobre un paisaje montañoso, y, por un instante, usted tendrá la impresión de que todo parece justo en el mundo. La creación refleja la generosidad de Dios así como una pintura refleja la generosidad del artista.

El mundo está repleto de bellezas. Pero, observando con más detenimiento este adorable mundo, usted comienza a ver dolor y sufrimiento por toda parte. Los animales se devoran unos a los otros en un cruel ciclo de supervivencia, donde prevalece la ley del comer o ser comido.

Todo ser humano pasa por profundos sufrimientos personales. Algunos se destruyen mutuamente.

Todo lo que tiene vida enfrenta frustraciones, accidentes o enfermedades – y, por fin, la muerte. La «pintura» de Dios parece que fallo; a veces, hasta arruinada. Confieso que llegué a ver el dolor como un gran error divino, en un mundo que, por otro lado, se muestra impresionante.

¿Por quê habría Dios permitido que su creación se quedara desordenada y el dolor pasara a existir en el mundo?

¿Si no hubiera injusticias y sufrimientos, sería muy más fácil para que nosotros respetemos Dios y creer en él. Por qué no podría tener Él creado todas las bellezas de este mundo dejando de fuera el dolor?

Descubrí la respuesta a esas preguntas en un lugar inusitado. Para mi sorpresa, descubrí que, en la verdad, existe un mundo donde no hay dolor – entre las paredes de un leprosário. Los leprosos, hoy llamados de hansenianos, no sienten dolor físico. Sin embargo, es justamente ahí que está la tragedia de su condición. La medida que la enfermedad se alastra, las terminaciones nerviosas que emiten las señales de dolor silencian.

Prácticamente toda la deformidad física ocurre porque la víctima de la lepra no consigue sentir dolor. Cierta vez, conocí un portador de lepra que había perdido todos los dedos del pie derecho por insistir en usar zapatos apretados, mas chicos de los que él necesitaba usar. Conozco otro que llegó casi a perder el pulgar a causa de una herida que se desarrolló en el transcurso de la fuerza con que él cogía el tomaba las cosas.

Muchos pacientes en aquel hospital se quedaron invidentes en virtud de que la lepra habia silenciado las células del dolor, cuya función era alertarlos en el momento en que parpadearan.

Mis encuentros con víctimas de la lepra sirvieron para mostrarme que, en mil y un aspectos, grandes y pequeños, el dolor nos es útil cada día. Mientras que seamos saludables, las células del dolor nos alertarán sobre cuando debemos cambiar de zapatos, cuando necesitamos parpadear. Finalmente, el dolor nos permite llevar una vida libre y activa.

En un libro escrito anteriormente, Where Is God When It Hurts, describo algunas de las

notables características de la corriente del dolor en el cuerpo humano. No puedo reproducirlas todas aquí, pero vale la pena mencionar algunas:

Sin las señales del dolor, la mayoría de los deportes sería demasiado arriesgada.

Sin el dolor, no habría sexo, una vez que el placer sexual es transmitido principalmente por las células del dolor.

Sin el dolor, el arte y la cultura serían muy limitadas. Musicos, bailarines, pintores y escultores, todos dependen de la sensibilidad del cuerpo al dolor y a la presión. Un guitarrista, por ejemplo, necesita sentir exactamente la posición de sus dedos en las cuerdas y la presión ejercida sobre ellas.- Sin el dolor, nuestras vidas estarían corriendo constantes peligros fatales. No recibiríamos, por ejemplo, el aviso de la ocurrencia de un apéndice supurado, de un enfarto o de un tumor cerebral.

En suma, el dolor es esencial a la preservación de la vida normal en este planeta. No se trata de una innovación inventada por Dios en el último instante de la creación sólo para hacer infeliz la vida de las personas. Ni se constituye ella en un gran error del Creador. Hoy veo en el increíble red de millones de sensores del dolor existentes por todo el cuerpo humano, precisamente adaptados a nuestra necesidad de protección, un ejemplo de la cualificación de Dios, y no de su incompetencia.

Dios mio, clamo de dia, y no me respondes. (Sal 22.2)

Philip Yancey


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