El amor es sufrido

Buenas noches y malas noches. Siestas largas y siestas cortas. Comidas en paz y comidas en guerra. Lágrimas de dolor y lágrimas de berrinche. Sonrisas y pucheros. Descubrimientos e investigaciones. Accidentes y enfermedades. Todo esto implica tener un bebé en casa.

Y quizá una palabra que surge en mi mente vez tras vez es: paciencia. Sin embargo, me gusta una de las traducciones al inglés que realzan su valor: longsuffering (sufrimiento largo). Este término me habla de resistencia, de un maratón más que de una carrera de 100 metros, de una batería que dura y dura, más que de un procedimiento mecánico que pronto termina.
Concuerdo con amigas queridas que comparten sus frustraciones. Si la maternidad fuera un empleo, ya habríamos sido despedidas. Pero afortunadamente, no es un empleo ni una ocupación, sino un estado, una parte del ser. No es algo a lo que se pueda renunciar, pues ya es algo tan propio como el ser humano, o ser mujer, o ser hija de alguien en particular.
Así que corramos la carrera con perseverancia y resistencia. Después de la noche, viene el amanecer. Jamás recuperaremos el sueño perdido, pero cosechamos las tiernas sonrisas de aquellos que nos miran con profundo amor y nos extienden los brazos.
Sí, anoche fue una de esas malas noches. Hoy ando cabizbaja y con los ojos cargados de sueño, pero mi pequeño ya da sus primeros pasos y me sonríe, y yo sé que vale la pena. Así que solo le pido a Dios… longsuffering.

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