El corazón de mamá

La vida de una madre experimenta muchos cambios desde el momento en que se sabe embarazada. Sin embargo, nada se ve más afectado que el corazón. Ni siquiera el cuerpo debe someterse a una cirugía tan drástica como la esencia misma de la mujer. ¿Cómo sucede esto?

Recuerdo mis años antes de embarazarme. No era una persona egoísta, en el sentido estricto de la palabra. Pensaba en mis padres, en mis hermanas y en mis amigos. Me gustaba dar y compartir. Recuerdo con cariño esos desayunos con buenas amigas, o las nochecitas de cine, o las salidas a pueblos mágicos para conocer y disfrutar.

De repente me vi casada, y aún más, embarazada. Y entonces todo cambió. De la noche a la mañana reconocí que ya no solo se trataba de mí, sino de alguien más. Debía vigilar mi alimentación y mi condición física. No podía someterme a ciertos viajes o a rutinas excesivas que perjudicaran al bebé. Si por algún motivo pensé que ahí terminaría la cosa, nada me preparó para el momento del parto.

Mi hijo tuvo que estar diez días en el hospital después de nacer. No nació prematuro, pero tuvo complicaciones respiratorias así que entró en una incubadora. Quizá ahí me di cuenta que mi corazón ya no era el mismo. Cada vez que me despedía de él pues terminaba la hora de visita, un pedacito de mí se quedaba a su lado. Mi corazón comenzaba a quebrarse, a repartirse, a multiplicarse.

Jamás había comprendido una parte de la Biblia que describe a la madre de Jesús en los siguientes términos: “María guardaba todas estas cosas en el corazón”. Y es que el corazón ya no es el mismo. El corazón se ha dividido, se ha desprendido, se ha vuelto sensible a otro ser humano. Si bien al esposo le otorgamos un amor pasional y confidencial, si bien con él experimentamos la intimidad en su más profunda connotación, con un hijo el corazón más bien se entrega.

Y como María, a veces es mejor guardar todas esas cosas en el corazón. Resulta complicado, casi imposible, expresar lo que sentimos el primer día que se pega a nuestro pecho para mamar, o el momento en que da su primer paso, o el segundo que escuchamos de su boca la sílaba “ma”, que de inmediato interpretamos como mamá.

El corazón de mamá no es el mismo; no puede ser así. Quizá nadie lo comprenda, salvo otra madre. Pues si todas nos dedicáramos a escribir en una libreta lo mucho que hemos guardado en el corazón, no alcanzarían los libros ni hallaríamos las palabras para hacerlo.

Tristemente, el corazón de mamá puede volver a su indiferencia de la soltería. Solo basta que las preocupaciones, el trajín diario o una obsesión por cosas sin importancia ahoguen las cosas que guarda el corazón. Cuando eso suceda, tomemos un momento a solas, con una buena taza de café y una vista apacible, y saquemos del baúl lo que hemos guardado en el corazón. El amor se reavivará, así como el cariño, y el corazón de mamá volverá a latir como desde esa primera vez que supimos que traíamos una vida adentro.


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