• Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo. – Lucas 15:18-19.
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Un joven de una familia adinerada acabó, debido a su lamentable conducta, por agotar la paciencia de su padre, quien decidió dejar de sustentarlo. El chico, por rebeldía, abandonó la casa paterna y fue cayendo cada vez más bajo en el desorden y la inmoralidad.
Un día, como ya no le quedaban recursos, decidió entrar de noche en casa de sus padres, aprovechando su ausencia. Su intención era forzar la caja fuerte y llevarse su contenido. «¡Después de todo, se decía, no hago nada malo, pues mi padre debía cuidar de mí; me llevo lo que me pertenece!».
Logró abrir la caja y empezó a buscar dentro. «¡Anda, este papel es el testamento de mi padre!». Para su gran sorpresa, vio que él se hallaba entre los herederos y que recibiría una parte igual a la de los demás. ¡Ese padre, a quien había ofendido tan gravemente, lo había inscrito en su testamento! «Mi padre me ama todavía, se dijo. Me reconoce como su hijo». El resultado de sus reflexiones cerca de esa caja fue la reconciliación con su padre y el punto de partida de una nueva vida.
Si usted piensa que Dios ya no lo ama porque usted es un gran culpable, se equivoca. A Dios le horroriza el pecado, pero ama al pecador. Dio la prueba de ello dando a su Hijo unigénito para salvarnos. Está esperando su sincero arrepentimiento para darle la herencia gloriosa que él le ha preparado.
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