Entrega de Cuentas: Saber escuchar y manejar un secreto

Concluyo la serie de características de personalidad de un hombre que rinde cuentas. Esto está basado en las notas que tomé en una enseñanza de nuestro pastor, Ricky Marroquín, para nosotros los mentores, y me ha servido para examinar mi vida al respecto. Lee aquí la parte previa de esta serie.

5. Accesibilidad.

¿Estoy disponible en ánimos y con mi tiempo para permitirle a mis amigos rendir cuentas conmigo, y viceversa?

Me cuesta hacer espacios para atender a otros, y para que otros inviertan en mí, pero puedo afirmar que soy accesible. Al escribir esto, he caído en la cuenta que sólo puedo atender a cinco personas, cinco amigos en un período de tiempo extenso. Más allá de ese número, le empiezo a robar tiempo a otras áreas de mi vida, o pierdo la cuenta del proceso de cada uno.

Soy más accesible por chat o por email, pero sé que el sentido de la entrega de cuentas es hacerlo en persona, y en oración. Reconozco que no incluyo la oración en mi entrega de cuentas, a veces sólo es una conversación, y que no puedo dejar fuera a Dios, y pedirle que selle el compromiso de entregar cuentas y de mejorar en mi pureza.

6. Confiabilidad.

¿Soy discreto y guardo los secretos de quien me ha contado algo? ¿Demuestro que puedo guardar secretos a largo plazo?

Pienso que puedo guardar un balance con la secretividad. En el pasado me llegué a sentir muy incómodo cuando alguien me pedía que guardara una confesión de pecado sexual, especialmente que no le contara a mi pastor, o a la esposa de quien me lo comentaba. Me sentía más un cómplice o un facilitador del pecado, que un verdadero amigo que impulsaba al otro a cambiar. Aprendí a explicar sutilmente que no puedo ocultar pecado sexual de nuestro pastor, ni de los mentores del ministerio que son más cercanos a mí. Si la otra persona está de acuerdo, entonces podemos conversar.

Soy muy honesto con un amigo mentor, mi compañero de responsabilidad, con aquella información que otros hombres me cuentan, porque es venenoso quedarme yo con todos los secretos de otros. Un buen amigo me explicaba que esa figura de consejería es la del “mono en el hombro”: “Imagina que cada hombre que entra en tu oficina trae un mono fastidioso sobre el hombro, que lo atormenta. Cuando te cuenta toda la basura que trae dentro, te deja el mono pero ahora está alrededor de tu cuello, y él sale de allí, libre, pero te ha dejado la responsabilidad de ocultar su secreto. No dejes que nadie haga eso contigo.”

Estoy aprendiendo a ser honesto con mi novia cuando estoy cargado como compañero de responsabilidad de otros hombres, pues aunque no tenga que contarlo en detalle, sé que mi estado de ánimo se afecta si no lo ventilo. Lo mismo sucede con mi familia, deben saber cuando necesito paciencia o estoy irritable si he pasado un día lleno de citas de consejería o de conversaciones difíciles.

Por otra parte, soy estricto conmigo mismo y con los miembros de mi equipo al respecto de no contarle a terceras personas, a nadie ajeno al ministerio, acerca de la entrega de cuentas de un hombre o mujer que estamos atendiendo.

7. Empatía.

¿Tengo esas fibras sensibles para hallar un punto en común con lo que otros están viviendo o sufriendo? ¿Muestro genuino interés por comprender la conversación y confesión de otros?

Un gran vicio que tengo como conversador es mi costumbre de aconsejar inmediatamente al que habla, casi interrumpirlo para hablar yo, y olvidar que la gente necesita simplemente ser escuchada. Sé que debo recordar que es más importante lo que otros tienen que decir, y la oportunidad que yo tengo de orar por ellos y de mostrarles a Cristo, que el dar mi opinión.

Creo en una idea que promuevo entre mi equipo, y es que todos tenemos la capacidad de mostrar empatía, sin importar nuestro estado civil, ni las conductas sexuales que cada uno tuvimos que dejar. Dios me ha permitido tener una enorme confianza con mi compañero de responsabilidad, aunque él es casado y nunca luchó contra las atracciones al mismo sexo. Sin embargo, el sufrimiento, el precio que cada uno ha tenido que pagar ha sido similar, y no es necesario haber vivido lo mismo para apoyarnos el uno al otro y en corregir el rumbo cuando ha sido necesario.


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