Es tiempo de callar

Todo tiene su tiempo…. “hay tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7). ‘No hay poder dado por Dios al hombre que lo distinga más de los animales que el poder de hablar con inteligencia’. Pero también es cierto que aquella persona que no importando la avalancha de críticas, de adversidades y pruebas, se mantiene por encima de aquellos que han seguido ‘un camino más bajo’ y está más cerca del Señor.
 
“Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió (Jesús ante el concilio). Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra.” (Mateo 27:12-14). Este es el ejemplo más sublime a la hora de cerrar nuestros labios por un momento, a pesar que arremetan contra nosotros. 
Al Sublime Hijo de Dios, el Todopoderoso, a cuya sola palabra fueron creados los universos con toda su complejidad, lo vemos conservar una absoluta calma y un silencio total. En semejantes circunstancias muchos de nosotros haríamos todo lo contrario, trataríamos de justificarnos, tomar cartas en el asunto y tratar de poner las cosas en su lugar.
Esta escena en la que vemos al Señor no pronunciar una sola palabra a pesar que arremetían contra él, ha sido cuestionada por muchos, es más, hay quienes afirman que fue un acto de cobardía, pero ¿era un cobarde, que, temeroso de las consecuencias, no se atrevió a hablar? ¡No! ¡Jamás! Es un de los actos más majestuosos de la fortaleza divina en todas las Escrituras.
Los que presenciaron este momento dedujeron que era la derrota de Jesús, que no tenía cómo justificarse, estaba entre la espada y la pared y no se defendió. Pero todos sabemos que estaban mirando mal y lo criticaron sin razón y el tiempo ha demostrado la infamia de aquellos que asesinaron al Salvador.

La Palabra de Dios está llena de ejemplos de hombres y mujeres que en un momento dado no tuvieron sus lenguas quietas y hablaron en contra de Dios por sus circunstancias vividas. ¿Será esa la situación que estas viviendo? No podemos hablar en contra de Dios, si queremos buscar el culpable de nuestras desdichas, debemos mirarnos a un espejo.

Hay que reconocer que el Señor siempre estará de nuestro lado. Es el fiel amigo que no nos abandona en el día malo. Nunca nos dará la espalda a si nuestros amigos y familiares nos hayan abandonado y nos critiquen, ellos darán cuentas a Dios por acusar a su prójimo sin razón. Es por eso que el salmista dijo: “Aunque mi padre y mi madre me abandonaren con todo el Señor me recogerá”.

¡Es tiempo de callar! Hay un proverbio árabe que dice que si no tenemos algo que decir que sea más hermoso que el silencio es mejor no decir nada. No importa como nos traten, con qué palabras nos arrinconen, si los hombres nos critican y no creen en nosotros, Dios sí, él sí cree en nosotros. A veces es mejor callar, cerrar nuestros labios, esa es otra virtud de los sabios.

‘Hay que pensar para hablar’. Hay ocasiones que los hombres cierran las puertas del razonamiento y creen en todo lo que el viento de los rumores y el chisme traen, y es ahí donde víctimas de las lenguas inquietas somos bombardeados. Pero ‘el silencio nunca se manifiesta con tanta superioridad como cuando se emplea como réplica a la calumnia y a la difamación’. (J. Addison).

Si Dios nos dio dos oídos y una lengua, fue para escuchar dos veces y más para luego hablar. ‘La palabra es del tiempo; el silencio de la eternidad’ –Carlyle-; ‘Estima como la primera de las virtudes refrenar la lengua; el que sabe callar cuando es razón se acerca a Dios’ – Dionisio Caton- Hay que saber mi querido peregrino que el silencio es oro.

Y para concluir me gustaría terminar con la vieja oración de Frankfurt, del siglo XVI: “Señor, la escritura dice: ‘Hay tiempo de callar y tiempo de hablar’. Salvador mío, enséñame el silencio de la humanidad, el silencio de la sabiduría, el silencio del amor, el silencio de la perfección, el silencio que habla sin palabras, el silencio de la fe. Señor, enséñame a silenciar mi propio corazón para que pueda escuchar el suave movimiento del Espíritu Santo dentro de mí y sentir las profundidades de Dios”.

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