Supongo que caí en lo más bajo el día que hice un becerro en Horeb. Cambié la gloria de dios por la imagen de un «hombre que gana dinero», de un «billete que obtiene comodidades», «de un aparato que me roba el tiempo», de «sueños que exaltan mi yo».
Cambié su gloria por algo mortal y perecedero. Olvidé al Dios de mi salvación; olvidé sus maravillas. De no haberse interpuesto la gente que me amaba, habría sido destruida.
Pero siempre estuvieron allí los intercesores, los que velaban por mi patria, los que no dejarían que me hundiera en lo más profundo. ¡Gracias a Dios por ellos!
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