Al dar entrada a naciones extranjeras, me enamoré de sus costumbres. Me uní a sus cultos. Adopté sus credos. Me pareció más interesante seguir a sus Baales que a Dios. Supuse que sus fiestas eran más interesantes que las mías.
Provoqué con esto la ira de Dios. ¿Acaso no fue él quien me salvó? ¿Por qué recibían otros dioses lo que él merecía?
Afortunadamente, siempre hubo épocas para un Finees, una parte de mí que celó el lugar de Dios y detuvo el juicio; que se plantó frente a mi tienda con espada en mano, dispuesto a degollar toda altivez y rebelión.
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