Yo no merezco el amor y la fidelidad que has tenido con este siervo tuyo.
Este fragmento forma parte de la oración que hizo Jacob cuando iba de regreso a su tierra después de haber pasado 20 años fuera de ella. Resumió muy bien el significa al afirmar cuando crucé este río Jordán, no tenía más que mi bastón; pero ahora puedo formar dos campamentos. El patriarca reconocía al Señor como la fuente de su prosperidad y tenía plena conciencia de no merecer todo aquello que había recibido, en definitiva, Jacob, sabiéndolo o no estaba dando crédito a Dios por su gracia.
Gracia es tratar a alguien con amor y aceptación totalmente al margen de su falta de méritos. La gracia se manifiesta a pesar de cómo sea la persona que la recibe no debido a cómo es.
La gracia es la base de nuestra relación con Dios. Nada hemos hecho para merecer su amor, perdón y aceptación incondicional. Nada que hagamos o dejemos de hacer puede apartarnos de ese amor de lo contrario, ya no sería gracia, serían obras.
La gracia del Señor es escandalosa, especialmente para aquellos que tratan de basar su relación con Dios en los méritos personales. Estos, como nos enseña la parábola del hijo pródigo, no pueden entender que otros reciban, no ya lo que no merecen, sino lo contrario de lo que merecerían. Estos, como la misma parábola señala, se atreven incluso a cuestionar a Dios por actuar de esa manera.
Agradezco al Señor que en mi experiencia personal la gracia es la base y el sustento de la misma. Soy consciente de que nunca daré la talla pero, también soy consciente de que eso no afecta para nada la actitud del Señor hacia mí. Me esfuerzo, naturalmente, pero no para no perder el afecto de Dios, sino para mostrarle mi gratitud. Parece lo mismo pero es brutalmente diferente.
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