• El hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él? – Job 14:10.
• Yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. – Apocalipsis 1:17-18.
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«¡Estuve a punto de morir, pero vencí a la muerte!». Así se expresaba con seguridad un político después de una operación a corazón abierto. ¿Acaso uno puede espantarla mediante una afirmación tan atrevida y soberbia?
La muerte es la consecuencia (la paga) del pecado, y cada hombre, después de la muerte, tendrá que comparecer ante Dios para ser juzgado. Si reconocemos esta terrible afirmación de la Palabra de Dios, recibamos con profundo agradecimiento la oferta que Dios nos propone: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6:23). Él pasó por la muerte después de haber sufrido la ira del Dios justo y santo contra el pecado. Ese castigo tendría que haber caído sobre nosotros, pero el Señor Jesús lo soportó por amor. Luego fue puesto en la tumba, pero salió de ella victorioso, pues resucitó.
En la cruz Dios condenó a Jesucristo en mi lugar. Si así lo creo, puedo beneficiarme de su muerte y Dios me ofrece gratuitamente la liberación de mis pecados. La gracia divina va más lejos: si he muerto con Cristo, también he resucitado con él; tengo la vida eterna. Entonces la muerte tan sólo es el paso al paraíso, para estar eternamente con Aquel que me salvó. Cristo proclama esta buena noticia: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
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