HECHOS 66. EL MINISTERIO DE PABLO.SU ENCARCELAMIENTO Y EL VIAJE A ROMA 8

HECHOS 26:1-23

1 Entonces Agripa le dijo a Pablo: «Tienes permiso para hablar en tu defensa».

Así que Pablo, haciendo una seña con la mano, comenzó su defensa: 2 «Me considero afortunado, rey Agripa, de que sea usted quien oye hoy mi defensa en contra de todas estas acusaciones que han hecho los líderes judíos, 3 porque sé que usted es un experto en costumbres y controversias judías. Ahora, por favor, escúcheme con paciencia.

4 »Como bien saben los líderes judíos, desde mi temprana infancia recibí una completa capacitación judía entre mi propia gente y también en Jerusalén. 5 Ellos saben, si quisieran admitirlo, que he sido miembro de los fariseos, la secta más estricta de nuestra religión. 6 Ahora se me juzga por la esperanza en el cumplimiento de la promesa que Dios les hizo a nuestros antepasados. 7 De hecho, ésta es la razón por la cual las doce tribus de Israel adoran a Dios con celo día y noche, y participan de la misma esperanza que yo tengo. Aun así, Su Majestad, ¡ellos me acusan por tener esta esperanza! 8¿Por qué les parece increíble a todos ustedes que Dios pueda resucitar a los muertos?

9 »Yo solía creer que mi obligación era hacer todo lo posible para oponerme al nombre de Jesús de Nazaret.[a] 10 Por cierto, eso fue justo lo que hice en Jerusalén. Con la autorización de los sacerdotes principales, hice que muchos creyentes[b] de allí fueran enviados a la cárcel. Di mi voto en contra de ellos cuando los condenaban a muerte. 11 Muchas veces hice que los castigaran en las sinagogas para que maldijeran[c] a Jesús. Estaba tan violentamente en contra de ellos que los perseguí hasta en ciudades extranjeras.

12 »Cierto día, yo me dirigía a Damasco para cumplir esa misión respaldado por la autoridad y el encargo de los sacerdotes principales. 13 Cerca del mediodía, Su Majestad, mientras iba de camino, una luz del cielo, más intensa que el sol, brilló sobre mí y mis compañeros. 14 Todos caímos al suelo y escuché una voz que me decía en arameo[d]: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Es inútil que luches contra mi voluntad”[e].

15 »“¿Quién eres, señor?”, pregunté. Y el Señor contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 16Ahora, ¡levántate! Pues me aparecí ante ti para designarte como mi siervo y testigo. Deberás contarle al mundo lo que has visto y lo que te mostraré en el futuro. 17 Y yo te rescataré de tu propia gente y de los gentiles.[f] Sí, te envío a los gentiles, 18 para que les abras los ojos, a fin de que pasen de la oscuridad a la luz, y del poder de Satanás a Dios. Entonces recibirán el perdón de sus pecados y se les dará un lugar entre el pueblo de Dios, el cual es apartado por la fe en mí”.

19 »Por lo tanto, rey Agripa, obedecí esa visión del cielo. 20 Primero les prediqué a los de Damasco, luego en Jerusalén y por toda Judea, y también a los gentiles: que todos tienen que arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y demostrar que han cambiado por medio de las cosas buenas que hacen.21 Unos judíos me arrestaron en el templo por predicar esto y trataron de matarme; 22 pero Dios me ha protegido hasta este mismo momento para que yo pueda dar testimonio a todos, desde el menos importante hasta el más importante. Yo no enseño nada fuera de lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería: 23 que el Mesías sufriría y que sería el primero en resucitar de los muertos, y de esta forma anunciaría la luz de Dios tanto a judíos como a gentiles por igual».

En este pasaje, donde se relata la defensa que hizo Pablo de caso ante el procurador romano, el rey Agripa y su esposa Berenice, no hay nada novedoso. La información es recurrente. Habla de la esperanza que tenía el pueblo de Israel de la llegada de un Mesías, su papel como perseguidor de los seguidores de Jesús, su encuentro con el Maestro cuando iba de camino hacia Damasco, precisamente para arrestar a personas, y su posterior misión de llevar las buenas noticias tanto a judíos como a no judíos.
Me desafía su definición del mensaje que llevó a lo largo y ancho del mundo romano, la necesidad de convertirse, de volverse a Dios y de observar una conducta que muestre la sinceridad de la conversión.

Simple, profundo y radical. Convertirse significa hacer un giro de ciento ochenta grados en la dirección en la que uno camina. Convertirse es, en definitiva, dejar nuestro propio camino para seguir el de Jesús, volvernos seguidores suyos. La conversión sólo es cierta, segura y real si es verificable por medio de un cambio en nuestro estilo de vida. No puedo afirmar que soy seguidor de Jesús y continuar viviendo de espaldas a Él, siguiendo mi propio camino en vez del suyo.
Este pasaje nos reta a pensar qué áreas de nuestra vida todavía necesitan ser convertidas al Señor y pensar cuáles serían las evidencias que demuestras que esa conversión ha sido real.
Un principio

La conversión sólo puede ser certificada con un cambio de vida.

Una pregunta

¿Qué cambios en nuestro estilo de vida garantizan y certifican que la conversión ha sido genuina?


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