Tú le anunciarás a todo el mundo lo que has visto y has oído.
Estas fueron las palabras que de parte de Dios y por medio de Ananías recibió Saulo después de su encuentro con Jesús en el camino hacia la ciudad Siria de Damasco. De hecho, ya hemos conocido un parte de esa historia y cómo Pablo fue fiel a ese encargo o comisión recibida y llevó la buena noticia por todo el mundo romano.
Las palabras de Ananías me han hecho pensar en la tarea del testigo, simplemente dar fe de aquello que ha visto y oído. Lo cual me hace pensar en la necesidad de que la persona haya tenido una experiencia real, es decir, haya experimentado algo, haya sido real, auténtico, genuino en su propia vida, de lo contrario será hallado un falso testigo.
En un mundo roto la gente ni quiere, ni espera ni necesita testigos que expliquen lo que creen, que den fe de una elaborada teología que la gente necesitada rara vez entiende. Contrariamente, lo que precisan son testigos fieles que hablen de lo que Jesús está haciendo en sus vidas, de lo que están viviendo y experimentando. Testigos honestos, que hablen de la realidad de su seguimiento de Jesús, de las dificultades, de los altibajos, de cómo en medio del sufrimiento, los retos y las necesidades de cada día El está presente.
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