La fecha del nacimiento de Jesús es desconocida, pero la tradición religiosa la fijó en el 25 de diciembre.

El término «niño Jesús», muy pronunciado por la gente en estos días, subraya la insignificancia en la cual nació Jesucristo, y este hecho nos cuestiona a todos. Porque ese niño que nació allí, en medio de la indiferencia general, era el Hijo de Dios, el que creó el Universo. Para visitar a su criatura escogió hacerlo de la manera más humilde, y esto nos conmueve, pero no debe hacernos olvidar quién es él y qué fue lo que dijo el ángel a su madre antes de su nacimiento: “Este será grande”. Podemos ver esta grandeza moral en los evangelios.

Dios fue glorificado en todo lo que Jesús hizo, desde su nacimiento hasta su muerte. Dos veces el Padre declaró: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17; 17:5). Por eso lo resucitó, confiriéndole eternamente un lugar de autoridad y de gloria.

Él vive para siempre, y un día reinará sobre el mundo. Cada uno tendrá que darle cuentas. Hoy se presenta todavía como Salvador. No deje pasar este fin de año sin aceptar a Jesús como el “gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

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