JUAN 83. ARRESTO Y MUERTE DE JESÙS 6

Juan 19: 38-42


38 Después de esto, José, de la ciudad de Arimatea, le pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era seguidor de Jesús, pero no se lo había dicho a nadie porque tenía miedo de los líderes judíos. Pilato le dio permiso, y José se llevó el cuerpo.

39 También Nicodemo, el que una noche había ido a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de perfume a donde estaba José.40 Los dos tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas de una tela muy cara. Luego empaparon las vendas con el perfume que había llevado Nicodemo. Los judíos acostumbraban sepultar así a los muertos.

41 En el lugar donde Jesús murió había un jardín con una tumba nueva. Allí no habían puesto a nadie todavía.42 Como ya iba a empezar el sábado, que era el día de descanso obligatorio para los judíos, y esa era la tumba más cercana, pusieron el cuerpo de Jesús allí.

Este breve pasaje describe la sepultura de Jesús en un sepulcro excavado en la roca. Lo sosprendente del episodio es quién está y quién no está presente. Todos los discípulos están ausentes pues, como sabemos porque lo hemos leído anteriormente, han huído al ser Jesús arrestado.

Los que se hacen cargo del cuerpo de Jesús son José y Nicodemo. Es interesante observar la descripción que se hace de ambos. Del primero se dice que era discípulo en secreto por temor a los judíos. Del segundo, que visitó al Maestro de noche, tambiién sabemos cuál era el motivo. Sin embargo, estos dos hombres son los que públicamente se presentan ante Pilato pare reclamar el cadaver de Jesús, se manifiestan como seguidores suyos de forma pública en el momento más duro, difícil y peligroso, cuando todos los otros han desaparecido.

Es bien cierto que las crisis ponen de manifiesto la calidad del carácter. Es en esos momentos cuando se prueba la consistencia y fiabilidad de las cosas. Es, precisamente, en las crisis cuando se revela la realidad de nuestra fe, su madurez y su calidad. Las crisis no provocan nada, simplemente sacan a la luz la realidad y, en ocasiones, esa realidad no es la que pensábamos, esperábamos o creíamos. La crisis evidencia que somos inmaduros y nuestro seguimiento de Jesús es más bien superficial.

Las crisis sacan a la superficie la realidad y lo cierto es que esta no siempre nos gusta pero, tienen la gran ventaja que nos permiten trabajar con esa realidad, ponerla en las manos de Dios, pedirle que nos ayude a cambiar, a afrontar las carencias que esa realidad ha puesto sobre la mesa.

Un principio

La realidad, nos guste o no, siempre es nuestra amiga.


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