Algunos pretenden hacernos creer que no es posible saber si nuestros pecados están perdonados y que debemos continuar hasta el final de nuestra vida en un estado de total inseguridad acerca de este asunto tan importante y vital. Si así fuese, ¿qué se habría hecho del precioso evangelio de la gracia de Dios, las buenas nuevas de salvación? En vista de una enseñanza tan miserable como ésta, ¿qué significan esas palabras inflamadas del bienaventurado apóstol Pablo en la sinagoga de Antioquía?: “Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él (Jesucristo, muerto y resucitado) se os anuncia (no se promete como algo futuro, sino que se proclama ahora) perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado (no será o espera ser justificado) todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).
Si nos apoyamos en la ley de Moisés, en cumplir los mandamientos, en desempeñar bien nuestras obligaciones, en estimar a Cristo y en amar a Dios como es debido, entonces habrá motivo para que estemos dudando y completamente inseguros, viendo que no nos es posible tener ninguna base de seguridad. Si tenemos que hacer algo en este asunto, aunque no sea más que mover un párpado, entonces ciertamente sería la mayor presunción de nuestra parte pensar que estamos seguros.
Pero, por otro lado, cuando oímos la voz del Dios viviente, que no puede mentir, proclamando a nuestros oídos las buenas noticias de que, por medio de su Hijo amado, el cual murió en la cruz, fue sepultado en la tumba, levantado de entre los muertos y sentado en la gloria; que, por medio de él solamente (sin ninguna cosa, en absoluto, de nosotros mismos), por medio de su único sacrificio, llevado a cabo de una vez para siempre, es anunciado el perdón completo y perpetuo de los pecados como una realidad actual, para ser disfrutada ya por todo el que cree sencillamente el anuncio inestimable de Dios, ¿cómo es posible que alguien continúe en la duda y en la incertidumbre? ¿Está consumada la obra de Cristo? Sí, él dijo que lo estaba. ¿Qué es lo que él consumó? La purificación de nuestros pecados. ¿Están, pues, borrados o los llevamos aún encima? ¿Cuál de ellos?
Lector, diga ¿cuál? ¿Dónde están sus pecados? ¿Están borrados, como una nube densa que se ha disipado? ¿O aún pesan, como un gran fardo de culpas, con poder condenador, sobre su conciencia? Si no fueron alejados por la muerte expiatoria de Cristo, no se alejarán de usted jamás; si no los llevó él en la cruz, tendrá que llevarlos usted para siempre en las atormentadoras llamas del infierno. Sí; délo por seguro; no hay otro modo de solucionar esta cuestión tan importante y decisiva. Si Cristo no arregló este asunto en la cruz, usted tiene que cargar con él en el infierno. Si la Palabra de Dios es verdad, no puede ser de otro modo.
Pero, ¡gloria a Dios!, su testimonio nos asegura que “Cristo padeció por los pecados” una vez para siempre, “el justo por los injustos, para llevamos a Dios” (1 Pedro 3:18); no meramente para llevarnos al cielo cuando muramos, sino para llevamos a Dios ahora. ¿Cómo nos lleva a Dios? ¿Atados y amarrados con la cadena de nuestros pecados? ¿Con una insoportable carga de culpa pesándonos en el alma? No, de veras; nos lleva a Dios sin mancha, ni culpa ni carga. Nos lleva a Dios, siendo aceptos por él sobre la base de todo el valor de su bendita persona. ¿Hay alguna culpa en Cristo? ¡No! Sí la hubo, ¡bendito sea su nombre!, cuando estuvo en nuestro lugar, pero desapareció —desapareció para siempre—, hundida como plomo en las insondables aguas del perdón divino. Él cargó con nuestros pecados en la cruz. Dios cargó sobre él todas nuestras iniquidades, y con él trató sobre ellas. Todo el asunto de nuestros pecados, según la propia estimación que Dios hace de ellos, fue plenamente abordado y definitivamente solucionado. Todo quedó divinamente resuelto entre Dios y Cristo en las espantosas sombras del Calvario. Sí, allí todo ello fue resuelto de una vez y para siempre. ¿Cómo lo sabemos? Por la autoridad del único Dios verdadero. Su Palabra nos asegura que “tenemos redención” por medio de la sangre de Cristo, “el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
Fragmento del mensaje » La plena suficiencia de Cristo»
por C. H. Mackintosh
http://www.verdadespreciosas.org/documentos/CHM_miscelaneos_I/PLENA_SUFICIENCIA_DE_CRISTO.htm
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