LA APOSTASÍA FINAL EN LA IGLESIA 2013-12-12 00:27:00

Cuando la vida es buena, la alabanza y el agradecimiento fluyen automáticamente de mi corazón y de mis labios; pero cuando la vida se vuelve negra, la alabanza y el agradecimiento  no fluyen fácilmente.  Al contrario, tengo que elegir deliberadamente seguir el consejo de Dios y <> (1 Tesalonicenses 5:18).  Aunque no me siento con deseos de alabar al Señor o de darle gracias, hago lo que Dios dice, y ese esfuerzo hace de mi alabanza un sacrificio.  Cuando estoy bastante inundada por la autocompasión puedo quedarme hundida en mi depresión y el dolor que siento o elegir mirar más allá para hacer que mi alabanza a Dios sea sacrificial.  Cuando alzo tal sacrificio de alabanza a Dios en medio la oscuridad de mis pruebas, hallo el gozo del Espíritu magnificado en mi vida, tal como el alzar un diamante hacia la luz contra un fondo negro mejora su brillo.
Y ofrezco este sacrificio de alabanza cuando siento dolor porque Dios nos exhorta a que estemos siempre gozosas (Filipenses 4:4), y Él nos proporciona ejemplos de carne y hueso en su Palabra.  En el Antiguo Testamento, por ejemplo, el rey David adora en la casa del Señor a pesar de la agresión de sus enemigos.  Dejando de mirar su situación y mirando hacia Dios su protector, David declara que a pesar de sus dificultades <>  (Salmos 27:6).
Necesito el gozo de Dios, y (probablemente usted también) más necesito su gozo cuando las cosas están oscuras.  Necesitamos gozo cuando sufrimos o no nos entienden, cuando nos rechazan y odian, y cuando padecemos dolor emocional o físico.  Nuestro sacrificio de alabanza a Dios da al Espíritu lugar para tocarnos con gozo que eclipsa dichas circunstancias.
Es sorprendente darse cuenta de que, con el sacrificio de alabanza, los mismos obstáculos del gozo se convierten en el terreno en el que florece el gozo.  El sufrimiento, las enfermedades, la aflicción, el dolor y la pérdida crean en nosotros la necesidad de acudir a Dios para recibir su gozo.  La privación, el estrés y las demandas de la vida –un horario ajetreado, una multitud de responsabilidades- nos obligan acudir al Padre.  El Espíritu usa nuestro dolor, nuestra tristeza  y nuestra pena para motivarnos alzar ante Dios un sacrificio de alabanza que nos ponga en contacto con el gozo inconmovible del Señor.
Cualesquiera que sean sus circunstancias actuales, no hay mejor momento que éste para una oración de alabanza a su amoroso y comprensivo Padre.  Permita que el dulce aroma de su sacrificio se eleve al cielo y la bondadosa presencia de Dios conforte su alma.  A medida que su oración le haga más real la presencia de Dios, conocerá más plenamente el gozo de Él.
Fragmento del libro “El Jardín de la Gracia de Dios”

Autora Elizabeth Georg


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