La Oración y la Confección

Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal ( Luc 11:4)

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1:9)

El Ejemplo de Daniel, Job, Isaías y David

Si volvemos a las Escrituras, veremos que los hom­bres que han vivido más cerca de Dios y han tenido más poder en Él eran los que confesaban sus parados y fracasos. Daniel confesó sus pecados y los de su pue­blo (9:3-19). Sin embargo, no se nos dice que hubiera nada en contra de Daniel. Era uno de los hombres mejores, entonces, sobre la faz de la tierra, y a pesar de ello hace una de las confesiones de pecado más profundas y humildes de que se tiene memoria.

La confesión de Daniel, dice: «En estas palabras tenemos siete circunstancias que Daniel usa en la confesión de sus pecados y los del pueblo; y todas para hacerlos resaltar y agravarlos.


Primero: «Hemos pecado»

Segundo: «hemos cometi­do iniquidad»

Tercero: «hemos obrado perversamen­te

Cuarto: «hemos sido rebeldes»

Quinto: «nos he­mos apartado de tus mandamientos y de tus ordenan­zas»

Sexto: «no hemos obedecido a tus siervos los profetas»

Séptimo: «ni nuestros príncipes ni todo el pueblo de la tierra»


Estos siete agravantes que Daniel acumula en su confesión son dignos de la considera­ción más seria».

Job era, sin duda, un hombre santo, un príncipe poderoso y, con todo, tuvo que postrarse en el polvo y confesar sus pecados. Así vamos hallando a lo largo de las Escrituras. Cuando Isaías vio la pureza y san­tidad de Dios, y se vio a sí mismo tal como era, ex­clamó:

«¡Ay de mí, ay de mí! que estoy muerto; porque siendo inmundo de labios…» (Isaías 6:5).

Si tuviéramos un nivel de vida más elevado en la Iglesia de Dios, serían a millares los que acudirían al Reino. Así era en el pasado; cuando los hijos de Dios se volvieron de sus ídolos y de sus pecados, el temor de Dios cayó sobre el pueblo. Mira la historia de Israel y hallarás que cuando apartaron sus dioses extraños, Dios visitó a la nación, e hizo en ellos su poderosa obra de gracia.

La realidad de Hoy

Lo que queremos en estos días es un avivamiento verdadero y poderoso en la Iglesia de Dios. Tengo poca simpatía con la idea de que Dios va a llegar a las masas a través de una iglesia formal y fría. El juicio de Dios ha de empezar en nosotros. Ya vimos que cuando Daniel consiguió la maravillosa respuesta a la oración que se relata en el capítulo 9, estaba confesan­do su pecado.

Leemos:


Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento. (Daniel 9:20-23).

Lo mismo cuando Job confesaba su pecado: Dios le restauró y escuchó su oración. Dios ya a escuchar nuestra oración y nos restaurará cuando hayamos tomado el lugar que nos corresponde delante de Él, y confesado v abandonado nuestras transgresiones.

Fue cuando Isaías clamó ante Dios: «Estoy muer­to», que vino la bendición; el carbón encendido que estaba en el altar fue puesto sobre sus labios; y escri­bió uno de los libros más maravillosos que ha cono­cido el mundo. ¡Qué bendición ha sido para la Iglesia!

Fue cuando David dijo:

«¡He pecado!», que Dios le mostró su misericordia.. Dije:

«Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.» (Salmo 32:5).


David hizo una confesión muy similar (Salmo 51:3, 4) a la del hijo pródigo que vemos en Lucas 15:


«Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí.

Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos;

Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.


Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. ( Luc 15:21)



No hay diferencia entre el rey y el mendigo cuando el Espíritu de Dios entra en el corazón y redarguye de pecado.

La confesión implica humildad y ésta, a los ojos de Dios, tiene mucho valor.

Un labrador fue con su hijo a un campo de trigo ya dorado, a punto para la siega.

De las palabras de Faraón:

«Orad a Jehová para que quite las ranas de mí» (Éxodo 8:8),

«Esta súplica u oración tiene una falta fatal: No contiene confesión de pecado. No dijo: «Me he rebelado contra el Señor; ruego que se me perdone.». Nada semejante; sigue amando el pecado como antes. Una oración sin penitencia es una oración que No es aceptada. Si no va regada con lágrimas se marchita. Has de venir a Dios como pecador por medio de un Salvador, no hay otro camino.

El que viene a Dios como un fariseo, con: «Dios te doy gra­cias que no soy como los demás hombres», nunca llega muy cerca de Dios; pero el que grita: «Señor, ten misericordia de mí, pecador», ha llegado a Dios por el camino que Él mismo ha designado. Tiene que haber confesión de pecado ante Dios, o nuestra ora­ción es defectuosa».

La falta de poder en su Pueblo

¿Por qué tantos hijos de cristianos están apartados, en una vida mundana, alejándose en su infidelidad, dirigiéndose a una tumba sin honor?

. Hay un pasaje en la Palabra de Dios citado con frecuencia pero en el cual, los que lo citan, se paran donde no deben. En el capítulo 59 de Isaías leemos:

«He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír».

Y aquí se paran. Naturalmente la mano de Dios no se ha acortado, ni se ha endurecido su oído; pero deberían seguir leyendo en el versículo siguiente:

«Vuestras iniquidades han hecho separación entre vo­sotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no escucharos. Por­que vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronun­cian mentira; y vuestra lengua habla maldad».

En Proverbios 28:9 leemos:

«El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable».

Puede que asombre a algunos el pensar que sus ora­ciones son una abominación a Dios, y con todo, si vivi­mos en un pecado conocido, esto es lo que la Palabra de Dios dice sobre nosotros. Si no queremos alejarnos del pecado y obedecer la palabra de Dios, no tenemos derecho a esperar que Él conteste nuestras oraciones.

El pecado no confesado es pecado no perdonado, y el pecado no perdonado es lo más sombrío v dañoso de esta tierra maldita por el pecado. No podéis encontrar un solo caso en la Biblia de un hombre que fuera sincero en su actitud, respecto al pecado, al cual Dios no correspondiera y bendijera.

La oración del corazón humilde y contrito es un deleite para Dios. No hay sonido que suene más dulce al oído divino procedente de esta tierra que la oración del justo.

Permítame que mencione la oración de David en el Salmo 139:23:

«Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno».

Si pudiéramos hacer sincera­mente una oración así cada día, habría un gran cam­bio en nuestras vidas.

«Escudríñame» a mí, no a mi vecino.

Es muy fácil orar por otra gente, pero es tan difícil ponernos nosotros como blanco de la oración… Mucho me temo que estamos demasiado ocupados llevando a cabo la obra del Señor y, con ello, estamos en peligro de descuidar nuestra propia vida. En este salmo, David habla de sí mismo. Hay una gran dife­rencia entre el examen que nosotros hacemos de nosotros mismos y el que hace Dios.

Yo puedo escu­driñar mi corazón y declarar que soy recto y justo, pero cuando Dios me escudriña bajo su luz, aparecen muchas cosas que yo desconocía.

«Pruébame.» David fue probado cuando cayó, porque había apartado sus ojos del Dios de su padre Abraham. «Conoce mis pensamientos.» Dios mira nuestros pensamientos.

Son nuestros pensamientos puros?

Tenemos en nuestro corazón pensamientos contra Dios v contra su pueblo, contra alguien en el mundo? Si los tenemos, no somos justos a la vista de Dios.

¡Oh, que Dios nos escudriñe, a cada uno!

No co­nozco ninguna oración mejor que ésta de David. Una de las cosas más solemnes de las Escrituras es que cuando los hombres santos -mejores que nosotros fueron sometidos a prueba, se halló que eran tan débiles como el agua si estaban apartados de Dios.

Lo que queremos es echar mano de Dios en ora­ción.

No vamos a alcanzar las masas por medio de grandes sermones. Lo que necesitamos es «mover el Brazo que mueve al mundo». Para conseguirlo hemos de tener las cuentas claras y limpias con Dios

« Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas.

Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios;» (1 Juan 3:20-22).

Dios los Bendiga…..


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