La Presciencia de Dios

La presciencia de Dios < ?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />

Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas” (I Pedro 1:1-2).

Lo palabra presciencia, al no ser de uso común y muy parecida al término presencia, podemos pasarla por desapercibida aun por años, y muy a pesar de haber leído el texto varias veces.

Significado: pre = antes; ciencia = conocimiento.
Literalmente significa: conocimiento anticipado de las cosas.

Las expresiones “escogidos” o “elegidos”, a pesar de ser muy mencionadas en la Biblia causan controversias, por el uso incorrecto que se le da en su interpretación.

Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Cuando hablamos de este pasaje, debemos partir de su significado contextual, y el mismo parte de los que “antes conoció” ¿Cómo puede Dios conocer de antemano a una persona?

Lo que sucedió con la traición y la muerte de Jesús, estaba en el anticipado conocimiento de Dios: “a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23).

Creo que una de las expresiones mas difíciles de analizar es la que menciona al hijo de perdición: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17:12). ¿Es que acaso Dios creó personas especialmente para que fueran perdidos sin alternativa alguna?

El apóstol Judas nos ayuda a entender esa situación con toda claridad.
Observemos algunas características de los hijos de perdición.

Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (verso 4). Entran encubiertamente —— son impíos —— pecan de manera deliberada.

Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” (versos 12-13). Parecen estar con nosotros, pero se apacientan a si mismos. ¿Quiénes son esas personas? Se trata de la cizaña de la cual habla Jesús en Mateo 13:24-30.

Esta son personas, que aunque están en las congregaciones no han permitido que Jesús entre en sus corazones, y por ende no han creído en él: “Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron” (verso 5).

La parte determinante y clave es que esas personas no tienen al Espíritu Santo: “Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu. Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo” (versos 17-20).

Existen frases que parecen bastantes duras; pero la Biblia hace una separación entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (I Juan 3:10).

Dios nunca usa su presciencia de manera arbitraria, como piensan algunos; sino que es a través de ella que Dios conoce de antemano la voluntad libre del hombre; esto es lo que aparece en el llamamiento de Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5).

La presciencia no quita el libre albedrío, sino que la misma es tan solo un reflejo de lo que es la omnisciencia divina.




Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.