lecturas 23 de abril de 2010

viernes 23 Abril 2010
Viernes de la III Semana de Pascua

San Jorge, San Adalberto (Acta Sanctorun), Beata Alessandrina María da Costa, San Adalberto de Praga, Beata María Gabriela Sagheddu, Beata Teresa Maria della Croce

Leer el comentario del Evangelio por
San Pío de Pietrelcina : «El que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá para siempre»

Lecturas

Hechos 9,1-20.
Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del
Señor, se presentó al Sumo Sacerdote
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados
a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o
mujeres.
Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del
cielo lo envolvió de improviso con su resplandor.
Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?».
El preguntó: «¿Quién eres tú, Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues,
le respondió la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no
veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada.
Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor
dijo en una visión: «¡Ananías!». El respondió: «Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a
un tal Saulo de Tarso.
El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que
entraba y le imponía las manos para devolverle la vista».
Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran
daño a tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para
llevar presos a todos los que invocan tu Nombre».
El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por
mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de
Israel.
Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre».
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío,
el Señor Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti
para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo».
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la
vista. Se levantó y fue bautizado.
Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con
los discípulos que vivían en Damasco,
y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.

Salmo 117,1.2.
¡Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos!
Porque es inquebrantable su amor por nosotros, y su fidelidad permanece
para siempre. ¡Aleluya!

Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a
comer su carne?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el
Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y
murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por

San Pío de Pietrelcina (1887-1968), capuchino
Carta del Padre Pío, Vicenza 1969, p. 55

«El que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá para siempre»

-Padre ¡me siento tan indigno de comulgar!, Verdaderamente soy indigno
de ello. -Respuesta: -Es verdad, no somos dignos de un tal
don; pero una cosa es participar indignamente de la comunión, en estado de
falta grave, y otra cosa es no ser dignos de ello. Todos somos indignos de
comulgar; pero es Jesús mismo quien nos invita, es él quien lo desea.
Seamos, pues, humildes, y recibámoslo con un corazón lleno de amor. -Padre ¿por qué llora usted cuando comulga?
-Respuesta: – Si, hablando de la encarnación del Verbo en el seno de la
Inmaculada, la Iglesia ha exclamado «Él no despreció, en absoluto, el seno
de la Virgen» ¿qué podemos decir nosotros? Pero Cristo dijo: «Si no coméis
la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros». Consecuentemente, acerquémonos a la mesa de comulgar con mucho
amor y un gran respeto. Que todo el día sirva, primero para prepararnos, y
después para dar gracias».


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