LEVÍTICO PARTE IV/ CÓDIGO DE SANTIDAD/ CAPÍTULOS 17 y 18

No haréis como se hace en Egipto donde habitasteis; ni haréis como se hace en Canaán a donde yo os conduzco; ni seguiréis sus costumbres.


La invitación del Señor es clara, debemos de vivir de forma diferente a como vive la sociedad en la que estamos. Muchas veces algunos seguidores de Jesús han enfatizado la diferencia en cosas como la bebida, el baile y, sobre todo, la moralidad sexual. Mientras que algunas de esas cosas forman parte de la necesidad de ser diferentes del entorno en el que vivimos no son, ni mucho menos, las únicas y tal vez las más importantes. 

Hay muchas otras cosas en las cuales deberíamos marcar una distancia clara y contundente con nuestra sociedad, aún más, deberíamos denunciarlas y hacerles frente porque son claras manifestaciones del mal, algo que Dios aborrece de forma profunda.

Me refiero a la corrupción política y económica rampante en nuestro país. Hablo de la explotación de los emigrantes y el menoscabo de sus derechos. Pienso en el recorte de los derechos de los trabajadores. Pienso en la violencia doméstica contra mujeres y niños. Viene a mi mente el tráfico de seres humanos, especialmente mujeres, para ser usadas en la prostitución en cualquiera de nuestras ciudades. Añadiría la explotación de niños en el trabajo infantil, el abuso de los recursos naturales por parte de las naciones ricas, el que más de la mitad de la población mundial viva debajo del umbral de la pobreza y en el límite de la misma.

Todo eso son manifestaciones del mal. Nada de eso honra a nuestro Dios y, del mismo modo que vigilamos nuestra conducta sexual y no participamos en ciertas prácticas de nuestra sociedad que consideramos inmorales, tampoco deberíamos cerrar nuestros ojos antes cosas que ofenden profundamente la justicia de Dios.


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