¿MALDICIÓN O BENDICIÓN?

“AMÓ LA MALDICIÓN Y ESTA LE SOBREVINO; Y NO QUISO LA BENDICIÓN Y ESTA SE APARTÓ DE ÉL. SE VISTIÓ DE MALDICIÓN COMO DE SU VESTIDO. Y ENTRÓ COMO AGUA EN SUS ENTRAÑAS. Y COMO ACEITE EN SUS HUESOS”. (SALMOS 109:17-18)

Esta es una porción muy fuerte de la Palabra de Dios y muchos quizás quisieran que no existiese (incluyéndome a mí). Pero lo cierto y concreto es lo siguiente: si existe la bendición, existe también la maldición y es una verdad inalterable e inmutable que el simple deseo de mi corazón no puede cambiar.
Lo que sí podemos cambiar es la actitud de nuestro corazón en relación a las cosas que creemos y realizamos muchas veces sin mediar las consecuencias de nuestros actos y palabras.
En este pasaje, se hace referencia proféticamente a Judas Iscariote; un hombre que caminó con Jesús, fue parte importante de su equipo y recibió sus enseñanzas directas, pero prefirió ignorar todo eso por treinta piezas de plata.
Hoy, cuando pensamos o hablamos de Judas, lo primero que nos viene a la mente es referirnos a él como el “gran traidor”,  y lo fue porque “él quiso” no por falta de amor, de discipulado, de conocimiento y/o de tiempo para cambiar su decisión; fue llana y lisamente porque así “lo quiso y así lo hizo”
Fue movido por la ambición y la codicia; la Palabra dice que “satanás entró en él”, y conocemos el resto de la historia.
El decidió vestirse de maldición. Y puedes ver en el Salmo 109, como esta horrible decisión afectó no solamente su vida, sino la de todas sus generaciones.
“A los cielos y a la tierra llamó por testigo hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la maldición y la bendición; escoge, pues la vida, para que vivas tu y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19)
Qué es la maldición?
Es la consecuencia del pecado que cometemos.
La maldición no es el pecado en sí mismo, sino la consecuencia que ese pecado traerá a mi vida tarde o temprano.
Muchos pecan sin temor, levantan sus bocas contra Dios y contra su prójimo, cometen actos de maldad y dicen: “esto no me causará ningún daño”.
La Palabra es muy clara en este sentido “Tus pecados te alcanzarán”. (Números 32:23).
El daño que hacemos correrá su travesía y más tarde o más temprano, dejará a su pasó una estela de dolor, frustración y amargura, y lo que menos queremos saber o escuchar es que no sólo nos afectará a nosotros sino a nuestras siguientes generaciones.
Ejemplo: Si alguien comete un pecado de adulterio o fornicación (relaciones fuera del matrimonio) y luego se da cuenta de que ha adquirido una enfermedad irreversible y se arrepiente de su pecado, la consecuencia a ese pecado, que es la enfermedad, no desaparecerá.
Debemos ser conscientes de que cuando infringimos la Ley de Dios, por más que nos arrepintamos, esta tendrá consecuencias que no desaparecerán.
Esta consecuencia es la maldición, o lo que es lo mismo “La Ley de la Siembra y la Cosecha”
“No os engañéis Dios no puede ser burlado, porque todo lo que el hombre sembrare, esto tambien cosechará”   (Galatas 6:7)
Si plantas espinos no recogerás nardos y si plantas peras no cosecharás manzanas.
Así funciona el Reino Espiritual y es muy importante conocerlo para evitar caer en errores, y si hemos caído, el pecado debe ser admitido, confesado y renunciado en ese momento.
“La Sangre de Cristo nos limpia de todo pecado”, es verdad, pero también es verdad que muchas veces no nos libra de las consecuencias de los mismos.
Estas son las maldiciones. Haré referencia a una cadena de maldiciones muy conocida por lo relevante de sus protagonistas “La maldición de los Kennedy”, donde se produjo en cada generación la muerte trágica de algún integrante varón de la familia.
Pero pensemos en casos que tal vez nunca reparamos, tales como enfermedades o pecados (diabetes, cáncer, divorcios, violencia, enfermedades mentales, hijos fuera del matrimonio, miseria, problemas financieros, etc.) que se repiten de los abuelos, a los padres, de los padres a los hijos, de los hijos a los nietos y así sucesivamente corren por las cadenas generacionales porque nunca alguien de esa familia se ha plantado y ha dicho:
¡Basta! “Hoy yo acepto a Cristo como mi Señor y Salvador, me arrepiento de todos mis pecados y me transformo en una nueva criatura y ahora poseo la autoridad para arrancar toda maldición generacional e instalar la bendición en mi casa hasta mil generaciones!” (Deuteronomio 28).
Porque así como existen las maldiciones también existe las “Bendiciones” y como decía David en este Salmo, uno decide de qué ropa vestirse; de “Maldición o de Bendición”.
Al mirarte, muchos observarán que ropa llevas, y si por años llevaste el vestido de maldición, cuando lo cambies por las vestiduras de Salvación,  el poder de la “Bendición” se dejará ver en tu vida y muchos te preguntarán: “¿Qué hiciste? ¿Qué ocurrió en tu vida?, ¡yo quiero eso que tienes ahora!”, y podrás decir con autoridad:
“Tomé la decisión más importante de mi vida: ¡Recibí ha Cristo y me vestí de Bendición, no solo yo, sino también vestí con ropas de Bendición a toda mi casa!”.
Recuerda siempre lo que dice Colosenses 13:14: “Sino vestíos del Señor Jesucristo”, esto es “Ser como Cristo”, y no olvides también colocarte su grato perfume y oler a Él.

http://ruthdiezperez.wordpress.com/2011/04/12/%C2%BFmaldicion-o-bendicion/


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