Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres.
Estas palabras forman parte de un diálogo entre Pedro y Jesús reflejado en el capítulo ocho del breve evangelio de Marcos. El Maestro hace una afirmación que plantea un reto a todos y cada uno de sus seguidores sin excepción. Su declaración nos fuerza a pararnos, evaluarnos y preguntarnos sin tenemos la misma visión de las cosas que Dios tiene.
La afirmación de Jesús nos enseña que es algo que debemos tomar en serio porque, de la misma manera que le pasó a Pedro, podemos estar honestamente convencidos de que nuestra perspectiva es correcta, es similar a la de Dios y, sin embargo, estar absoluta y totalmente perdidos, confundidos y equivocados.
El sentido común, la lógica, la valoración de los pros y los contras no es la mejor manera para ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Hay cosas que son sensatas desde el punto de vista humano pero que carecen de sensatez desde el punto de vista espiritual.
Tal vez por eso debemos de hacer el esfuerzo de desarrollar una sensatez espiritual, sensatez que nos permitirá ver la perspectiva del Señor en las cosas por encima de la sensatez racional que, tan a menudo, usamos para discernir la realidad.
Ahora bien, esa sensatez espiritual no es algo que sale de natural, es algo que hemos de aprender a desarrollar y eso sólo puede ser hecho en la quietud, el silencio y la reflexión, elementos que nos permiten afinar nuestro espíritu para oír lo que Dios habla a nuestro corazón y aprender, poco a poco a ver las cosas como Él las ve y no como el mundo en el que nos ha tocado vivir las ve.
Estoy convencido que todo seguidor de Jesús quiere desarrollar sensatez espiritual, ahora bien, no estoy tan seguro que todos estemos dispuestos a pagar el precio por lograrlo. Ese precio es el dedicar tiempo diario a escuchar la voz de Dios a través de su Palabra y del Espíritu que habla a nuestras vidas.
Seamos honestos, es más cómodo embrutecernos mirando la television.
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