Teme muchas cosas, pero sobre todo, le aterra pensar que terminará abandonado. ¿Será que Dios se ha rendido y lo considera caso perdido? ¿Será que lo dejará a su suerte en ese momento trascendental? Reconoce sus errores del pasado y el hecho de que sus desgracias actuales son producto de su pecado y de su desobediencia. Pero, ¿quizá Dios le ayudará una vez más?
Escucha las voces de la multitud reunida, gritos y blasfemias, burlas e imprecaciones contra él y su Dios. Halagos y adulaciones al dios-pez, algunas piedrecillas y cosas húmedas —tal vez frutillas— que se estrellan contra su cuerpo y lo dejan pegajoso. Los olores se funden en una mezcla a sudor y carne chamuscada, humo y estiércol. Un lazarillo lo coloca entre dos columnas. Él pierde el equilibrio y pide un sostén, lo que le trae una idea a la cabeza. El lazarillo lo acerca a las columnas. Sus rugosas manos, debajo de piel calluda e insensible, perciben la madera. ¿O será mármol? Distingue sus grabados con líneas rectas y curvas, quizá en forma de flores, animales o figuras de semidioses desnudos. Pensar en aquellas deidades paganas lo encoleriza, quizá porque le recuerdan a ella, la traidora y seductora hembra. Si hubiese atendido y guardado los mandamientos de Dios, esos paganos no se mofarían de sus creencias. ¿Lo abandonaría Dios por completo?
Lo intentará una vez más, se propone Sansón. Pues a pesar de su pecado, reconoce que en un último acto de obediencia, puede encontrar la venganza.
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