Predicar el evangelio, un arte

Cuando leo y releo los sermones de Spurgeon, los escritos de los puritanos, y algunos clásicos espirituales españoles, veo el poder detrás de las palabras, y la belleza de las mismas. No sólo apelan a mi intelecto, el predicador Spurgeon convence, emociona, reta, se indigna, es capaz de construir metáforas vivas, capta la atención de nuestras mentes, conmueve los corazones endurecidos.

No desecho la homilética. Creo que el estudio y la comunicación de la Palabra exigen lo mejor de nosotros, y demandan la habilidad de ser capaces de expresar con claridad y fidelidad el pensamiento de Dios. Pero eso no es todo. Es también un arte, debe transmitir la belleza del evangelio de la Gracia, la humildad antes un Dios glorioso. Necesitamos pensadores, oradores, pero también poetas.

Me impresionan las palabras de un amigo de Spurgeon, quien decía: «He escuchado predicar a Spurgeon muchas veces, pero nunca lo he encontrado tan inspirado como cuando le oí predicar el evangelio junto al lecho de un niño moribundo».


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