Pureza Sexual …. CÓMO LATE UN CORAZÓN PORNO

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Recuerdo con dolor aquella vez que perdí mi pureza sexual luego de haber aceptado al Señor a los 36 años.  Pero hoy, ese dolor es también un salvavidas que me recuerda cuán fácil es perder un tesoro preciado si no lo cuido como se merece…  ¡Pido a Dios que estas experiencias te permitan fortalecer y atesorar tu pureza cada día de tu vida!

Allí, en la profunda soledad que se siente cuando se ha caído en el abismo de la lujuria sexual, me preguntaba vez tras vez:  “¿Por qué volví a caer en la misma trampa?”  ”¿Cómo es posible que haya malgastado tantos meses de pureza para regresar al lodo del pecado sexual?”  

El comienzo de mi estrepitosa caída era anticipable.  Un viejo virus había logrado meterse en mi corazón –como tantas veces antes– para cegarme, aislarme y luego atacarme a traición en medio de una emboscada que yo mismo me busqué:  Nuevamente, mi propio orgullo me había vencido.  Luego de haber aceptado a Cristo como mi Salvador, tuve una temporada de “luna de miel” de varios meses con la pureza, donde pude abandonar el adulterio, la pornografía y la masturbación.

Ante esa temporada de pureza, mi actitud dentro del grupo de apoyo secular de hombres atados a la lujuria sexual cambió.  Comencé a verme “superior” a ellos, porque yo era una “nueva criatura” que tenía una relación genuina con Cristo.  En contraste, estos hombres –según mi prejuiciada opinión– no conocían a Dios; sólo hablaban de un “Poder Superior” que ellos se inventaban arbitrariamente.

En mis adentros pensaba, “indudablemente, ellos no conocían nada sobre el poder del Espíritu Santo…  Entonces, ¿cómo pueden ser transformados? ¿Cómo pueden entender mi transformación?” Así, mi orgullo siguió carcomiendo mi corazón, hasta hacerme creer que podía salir de aquel cuarto de reunión; que podía estar sin un grupo para rendir cuentas; que podía batallar contra el gigante de la lujuria sexual por mi cuenta, con mis propias fuerzas.

Me creía más “santo,” más espiritual y más puro que el resto de aquellos hombres que sólo me ofrecieron –sin condiciones– su hermandad, su ayuda y sus testimonios de lucha y esperanza.  No me di cuenta que un corazón altivo muere lentamente ante el falso altar del ego.

Así, un día me armé de mi escudo de egocentrismo y religiosidad y me despedí del grupo para seguir por mi cuenta y convertirme en un ejército de un solo soldado.  De nuevo en la calle, me encontré sin un grupo de hombres que pudieran compartir conmigo sus luchas contra la lujuria sexual, y donde yo pudiera compartir mis luchas también.  Así, mi corazón comenzó a encerrarse, como lo hace una tortuga cuando se esconde dentro de su caparazón al detectar algún peligro.  Poco a poco, mi corazón cayó en las redes del aislamiento, del secreto y de la falsa autosuficiencia.  De soldado militante, me convertí en un avestruz atemorizado por el mundo.

Mis luchas contra la lujuria sexual no habían cesado, pero ¿con quién podía compartirlas sin que me juzgaran y me hicieran ver como un hombre Cristiano de segunda categoría?  Ahora, mi orgullo me decía que no podía volver atrás, a pedir ayuda a aquellos hombres “inferiores” que no conocían a Dios como yo.

Mi orgullo me había tendido la peor trampa contra mi pureza; aquella pureza que tanto tiempo y esfuerzo me había costado obtener, pero que no valoré lo suficiente como para aprender a protegerla. Ahora me sentía como en un campo minado, atacado por todos los flancos, siempre a la defensiva, huyendo por mi vida a cada momento.  Mi pureza ya no era un escudo sólido que me protegía.  Mi pureza agonizaba en medio de la guerra.

Dentro de un corazón como el mío, encerrado por el orgullo, la luz de Dios no podía llegar, porque un corazón orgulloso te dirá que no necesita ayuda de nadie.  Y así, en la profunda oscuridad de mi ego inflado, comencé a pensar que me merecía disfrutar de aquellos viejos placeres nuevamente.  Un hombre como yo, que tanto trabajaba y se sacrificaba por su familia, se “merecía” una diversión con la pornografía y la lujuria sexual de vez en cuando.  En mis adentros, pensaba así para justificarme: “Alguien me puede contestar, ¿a quién le hace daño un poco de pornografía en la vida?”

Luego, las preguntas dentro de  mi corazón se tornaban más inquietantes y alocadas: “¿Hay algo equivocado en mirar a una hermosa mujer que fue creada por Dios?  Pues si El la creó hermosa, será para que yo la admirase.” En cuanto a cómo enfrentar a la masturbación, viejas jutificaciones comenzaron a echar raíces en mi mente: “Es mejor masturbarme que caer en adulterio.”  ”Si mi esposa no está “disponible” cuando estoy luchando por mantenerme puro, la masturbación es la mejor alternativa.”  Así, entreabrí la puerta para “coquetear” con la lujuria sexual y ella se metería nuevamente en mi vida con más fuerza demoledora que nunca.

Mi orgullo me hizo perder varios años más esclavizado a la lujuria sexual, pero con una nota amarga adicional:  Esos últimos años de atadura fueron dentro de la Iglesia, enmascarado con un disfraz de apariencias y mentiras, donde me hacía ver el más santo por religiosidad, popularidad, conveniencia o pura rutina.  La verdad, guardada en lo profundo de mi corazón sólo la conocíamos Dios y yo.

Mi corazón latía al ritmo de la lujuria sexual; mi corazón había sido seducido nuevamente y había levantado altares a la diosa de la carnalidad como tantas veces antes, sin importarme a quién hería o engañaba.  Lo único importante era el fin: Lograr otra cura lujuriosa que apaciguara mi carne y anestesiara mi consciencia.

Así es que un corazón puro y dedicado a Dios puede regresar a la prisión del sexo compulsivo:  Baja la guardia, subestima al enemigo, cree que solo podrás manejar a la lujuria sexual, siéntete superior a los otros que luchan y abre la puerta de tu corazón un milímetro…

Eso será suficiente para que tu corazón comience a bombear lujuria por todo tu ser.  Y una vez que tu corazón está contaminado con este veneno, la vergüenza hará el resto.  Porque entes de conocer a Dios, teníamos “excusas” en nuestra ignorancia.  Antes de rendir nuestras vidas a Cristo, vivíamos en la oscuridad, ciegos y apartados de la verdad.

Pero ahora, luego de haber conocido al Salvador, ¿cómo justificar y explicar nuestra caída, nuestro regreso a la porqueriza del pecado sexual? ¿Habríamos aceptado al Señor verdaderamente? ¿Habíamos rechazado el camino de muerte y aceptado a Cristo como nuestro Redentor?  ¿O meramente participamos de un acto religioso, superficial y lleno de sentimientos, pero sin compromiso de cambio verdadero y permanente;  sin convicción del Espíritu Santo para la eternidad?

Sí, sí y sí.  Reafirmo que es importante que nos hagamos estas preguntas, porque ellas nos llevarán a una verdadera encrucijada, donde podremos contestarnos si realmente morimos a una vida llena de lujuria, para resucitar a una vida llena de Cristo.  Si derrumbamos los altares de idolatría al dios sexo, para sólo mantener en pie un altar en nuestro corazón al verdadero Dios, al Cristo que murió por nosotros para que pudiéramos ser salvos.

Y al final de esta jornada extraordinaria de fe, asegúrate de que tienes un corazón puro en el pecho, que late al ritmo del Espíritu Santo.  Porque un corazón porno, sólo late al ritmo de una carnalidad lujuriosa que nunca se sacia y que sólo está programado a llevarte a las tinieblas eternas, allá donde Dios no está presente.

Y te preguntarás, ¿cómo logré escapar luego de caer nuevamente en esta oscuridad?  Aprendí a avergonzar a ese corazón porno que latía en mi pecho.  Aprendí a confesar nuevamente mis ataduras y caídas a un grupo de hombres valientes…  Aprendí a asfixiarlo con la verdad, la humildad y la dependencia de Dios.

Así, poco a poco, aquel corazón porno se convirtió en un corazón puro y libre.  Porque un corazón porno nunca fue diseñado para morar en el templo de Dios consagrado para su Santo Espíritu; y ante mis anhelos de una pureza permanente, el corazón porno murió de aburrimiento y malnutrición.

Ahora, un nuevo corazón late en mi pecho; un corazón puro e intransigente para las cosas de Dios; uno que no desea herir al Padre con adulterio, pornografía y masturbación en mi templo; uno que busca honrarlo con una pureza extrema cada segundo de cada día…  Te invito a la sala de cirugía más extraordinaria del Universo.  Permite que Dios te quite el corazón porno y te trasplante un corazón puro, uno que lata al compás de una pureza radical.

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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